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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


La Cabalgata no tuvo su 92

Cuanto más veo la Cabalgata más me acuerdo de Pepito Caramelos. De José Jesús García Díaz, aquel otro cuarto Rey Mago, heredero directo de José María Izquierdo, que durante años y años, con cuatro perras gordas, pegando sablazos a la gente y poniendo a toda su propia familia a trabajar en un cobertizo del Parque llamado pomposamente Pabellón de México, sacaba una Cabalgata modesta y sin pretensiones, que daba gloria verla, donde toda niña era convertida en princesa y todo papel de plata del chocolate, en palanquín verde de las sirenas azules. Aquel Pepito que repetía: «La Cabalgata son los niños y los caramelos».

Que la Cabalgata son los niños y los caramelos (y que la Divina Providencia y el bolsillo ajeno corran con el resto) estaba muy bien como modelo para la Sevilla de Pepito. Una Sevilla con tapia en la calle Torneo, sin polígonos industriales, sin matrimonios jóvenes viviendo en el Aljarafe, con el tren en San Bernardo y su vía cortando a la ciudad en dos. Por decirlo en corto y por derecho: una Sevilla pre Expo, a la que aún no había llegado el profundo cambio de 1992 y de su mentalidad.

En Sevilla han cambiado muchas cosas, y más que deberían cambiar. Ya no hay tapia en la calle Torneo, hay puentes nuevos, rondas a porrillo. Toda una ciudad nueva en La Cartuja, Ave con Madrid, nuevo centro comercial en Nervión, grandes superficies comerciales. Pero la Cabalgata sigue siendo la misma que en tiempos de Pepito Caramelos, cuando la ciudad estaba en torno a la ronda histórica. Los mismos esquemas de organización, de itinerario, de financiación. La Cabalgata se paga todavía con sablazos a la vanidad de los que quieren salir de Reyes, en una ciudad con un presupuesto municipal de miles de millones, capital de una autonomía que apalea los billones de pesetas. La Cabalgata la organizan cuatro beneméritos compadres del Ateneo con muy buena voluntad y con mucho esfuerzo personal, robando horas al sueño. Pero, eso, cuatro compadres. Como los que evocaba Luis Cernuda en torno a José María Izquierdo en el Ateneo. Un Ateneo que ha cambiado de sede, pero no de mentalidad con respecto a la Cabalgata. Y en una ciudad donde, como siempre queremos que el hombro lo meta otro, le largamos el mochuelo de la Cabalgata al Ateneo. Es como si la Feria la pusiera el Club Náutico, y que el Ayuntamiento no soltara ni un duro ni un ápice de responsabilidad en su organización.

Casi todo ha cambiado en Sevilla desde 1992, menos la Cabalgata. Que sólo cambió los mulos por tractores. O los caballos del Ejército por los siete mil millones de beduinos. Por lo demás, todo sigue como cuando el bueno de Pepito Caramelos, quizá con más pretensiones. Demasiadas. Muy buena voluntad y punto, en una ciudad donde hasta para que salgan las cofradías a la calle el Ayuntamiento organiza el Cecop y donde la Feria es un complejo operativo en manos de los técnicos.

La mentalidad de la Expo y del 1992 que cambiaron a Sevilla no ha llegado a la Cabalgata, que se mueve en los esquemas de la Expo...sición Iberoamericana de 1929. De Pepito Caramelos acá, la Cabalgata ha ido cada vez a menos, a más decepcionante. Triana casi la gana ya en Cabalgata a Sevilla. Ni un torero famoso saca el Ateneo de Rey Mago. Salen los nuevos ricos a los que les pegan el sablazo. Cabalgatas de barrio hay mejores que la del Ateneo. Y que no mosquean tanto a la gente. ¿Soluciones? Doctores habrá que se las den a la Docta Casa. ¿Municipalización de la Cabalgata? En el aire lo dejo. Lo que sí digo es que este 2004 ha sido a la Cabalgata lo que las carreritas de la Madrugada del 2000 a la Semana Santa. Ha hecho crisis. Como se expropian las fincas manifiestamente mejorables, quizá al Ateneo le deban expropiar el monopolio de la Ilusión. Por manifiestamente mejorable en una Sevilla que ya no es la de Rodríguez Gautier ni la de Pepito Caramelos, y que a la vista está cómo ha sido con Zambrana y Barrero.



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