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Querido
Joaquín Romero Murube que estás en los cielos, en los cielos que
perdimos:
Me alegraré que al recibo de ésta te encuentres bien, yo bien,
gracias Al Que Está al lado de tu Soledad en San Lorenzo. La
presente es para decirte que no veas lo bien que se celebrado
Sevilla el centenario de tu nacimiento en el año que acaba de
terminar. Aquí, como sabes, hasta que no te mueres, no eres
nadie. Cuando vivías te tenían aburrido. Jartito, con tu carita
de pena. Pero como ya no hay riesgo de que vuelvas para
plantarle cara al Sursum Corda por los derribos del Duque, pues
no veas cómo te ponen. Por todo lo alto. Hasta los suplementos
literarios de Madrid, Joaquín, donde en vida no te echaron ni
puta cuenta, dicen ahora que eres el mejor de los nacidos en
prosa y verso. Y de tu título inmortal, de «Los cielos que
perdimos», ni te cuento. Es ya un tópico más, como Serva la
Bari, como la Tierra de María Santísima o como el Manque Pierda
de tu Betis.
En este año del centenario te han dedicado, Joaquín, ciclos de
conferencias, ediciones especiales, números monográficos,
biografías, premios. Qué sé yo. Se te tiene que estar poniendo
una cara espantosa de Editorial Aguilar: ya tienes Obras
Completas, Obras Selectas y Obras Escogidas, tú que tenías que
apoquinar de tu bolsillo la publicación de tus libros en la
imprenta del padre de Ramón Soto... Y de discípulos y
autotitulados herederos, ni te cuento la de ellos que te han
salido. Mira, hasta los protegidos y paniaguados de Rafael
Laffón han renegado de su padre literario y dicen que son hijos
tuyos. De todos, el único que es verdaderamente tu hijo es el
niño de Antonio Colón, el gran crítico de cine de ABC. Carlos se
llama. Tú lo conoces: es el ahijado de Sánchez Pedrote.
Y con estos Juegos Florales Romero-Murubianos que han armado con
el pretexto de tu centenario, se han lavado la conciencia. Esto
sigue igual que cuando tú estabas. El mejor homenaje de
centenario que podían haberte hecho hubiese sido declarar un año
de tregua en la destrucción de Sevilla. Pero no se jartan.
Sevilla sigue perdiendo no solamente cielos, Joaquín, sino
jardines, árboles, Giraldas verdaderas, palacios, comercios
tradicionales. Y de vergüenza, ni te cuento. La vergüenza la
pierde Sevilla como la medalla del amor: hoy más que ayer, pero
una mijita menos que mañana. Sevilla, en muchas partes, Joaquín,
es ya Albacete con Giralda o Ciudad Real con Alcázar. Y digo yo
que el mejor homenaje de tu centenario es que, por ejemplo,
Consuegra se hubiera estado quietecito y no hubiera continuado
con la destrucción de San Telmo. Y que Montaner hubiera estado
también de año sabático, y no hubiera talado el jardín de la
casa de Amelia Medina en La Botella para hacer a los
aparejadores (encima, los que reeditan libros en defensa de
Sevilla) una caja de zapatos entre los chalés de La Palmera. El
mejor homenaje del centenario, Joaquín, es que ese mismo
Montaner, que no para, no hubiera puesto un hangar para
hidroaviones a la orilla del río, frente a la Torre del Oro,
donde estaba el Bar Puerto, que entras por la Plaza de Cuba y no
ves el río por ningún lado con tanto restaurante turístico. Y en
tu homenaje podrían haber dejado a la Plaza de la Virgen de los
Reyes sin el telón de acero que le han puesto, y con los
naranjos por lo menos como estaban, Virgen de la Soledad. Bueno,
de árboles y jardines, ni te cuento. Perrerías están haciendo
con ellos.
Así que fíjate, Joaquín, la ocasión que ha desperdiciado Sevilla
de celebrar tu centenario dejando de perder unos poquitos de
cielos. Pero ya sabes como somos. Hasta que no te mueres no eres
nadie, y cuando te has muerto sirves de coartada para continuar
la destrucción de Sevilla. Se ha celebrado tu centenario por
todo lo alto, pero muy poco por lo hondo. A la vista está.
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