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Imagine...
-Que se le olvidó a usted por cierto...
-¿Cómo que se me olvidó decirle que imagine?
-No, que cuando el otro día comentó usted la campaña europea de
los folclóricos del río y de la confederación hidrográfica del
bochorno, se le olvidó decir que María Pagés bailó el «Imagine»
de Lennon ante las sillas vacías.
-Será que cantó...
-No, bailó. En la ola de folcloreo que nos invade, van a
terminar montando un ballet flamenco sobre las cotizaciones del
Ibex 35...
Pues más de un flamencólogo en nómina de la Junta dirá que
entran perfectamente por bulería. Compás britapén, de amplio
espectro, en el que, del mismo modo que El Chozas metía cuplés
de la Piquer, puedes cantar por fiesta hasta la lista de las
farmacias de guardia.
Continuamos para bingo. Que iba a decir que imagine usted que se
ha comprado un piso en la calle Betis, precioso. Tenía usted
ganas de vivir junto al río. Ha llamado a todos los amigos para
que admiren la vista desde los balcones del salón: la Giralda,
la Torre del Oro, la plaza de los toros, el Jardín de la
Caridad, el mamarracho que hizo Moneo para La Previsión... Y
cuando estaba usted engloriado con esa vista, de pronto ve que
empieza un revuelo muy raro donde estaba el Bar Puerto. Voyvengo
de camiones, carretillas, volquetes, espiochas, hormigoneras,
hierros, soldadores... Abrevio el relato: en pocos días, para su
desesperación, ve usted que están levantando una espantosa
estructura de hierro, un mamotreto impresionante, como un
hangar... ¡delante mismo de su balcón! Vamos, con divisa verde y
oro: «Adiós, vista de Sevilla...» En vez de Sevilla, va a
hartarse usted de ver el restaurante de Montaner. Parece como
si, en vez del restaurante, donde estaba el Bar Puerto fueran a
poner un muelle para hidroaviones y que están haciendo el
hangar. De momento usted, que se compró el piso por la vista
incomparable, lo que ve son los hierros de Montaner. De cuya
familia se acuerda constantemente.
Y el peatón (y peatona) que entre a la calle Betis por la Plaza
de Cuba no verá el río lo menos hasta el puesto de las sardinas
vivas.
-¡Viva!
Primero viene Río Grande. Después, el antiguo Bar Puerto. Más
adelante, el Puesto de las Flores, la Comisaría...Señores, ¿no
hay más cosas que poner en la calle Betis para que no se vea el
río? ¿Qué no daría cualquier ciudad por tener esta calle junto a
ese río, ese romano Lungotevere a la sevillana? Pues aquí, que
lo tenemos, nos dedicamos a ponerle todo lo que podemos, para
que el río se vea lo menos posible. El Ayuntamiento ha parado
las obras del hangar de Montaner. Ole. Ahí queó. Eso, eso,
páralo, que le voy a cantar una saeta: «Me he quedado medio
muerto,/ay, calle Betis, al ver/lo que plantó Montaner/en donde
estaba el Bar Puerto».
Impresionante mamotreto impresentable que si se ve desde el
Paseo Colón va ya tan alto como la torre de Santa Ana. Pararlo
como ha hecho el Ayuntamiento me parece bien, pero poco. Hay que
pararlo... y mandarlo. Mandarlo derribar por la prestigiosa y
acreditada piqueta de don Enrique Pavón. Para que nos quede la
orilla del río como debió estar siempre. Con aquellos árboles
que cortaron, con las velas blancas y las juncias verdes de Lope
de Vega. Pido piqueta en honor de la hermosura del río. ¿No
mandan derribar los castilletes de ascensores y las plantas de
más que levantan ilegalmente? ¿Por qué entonces el Ayuntamiento
ha de consentir este crimen de lesa belleza en la calle Betis?
Por mucho carné socialista que tenga Montaner, el marcador de la
belleza de Sevilla no puede quedar así: Betis, 0; Montaner, 1.
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