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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


No ni ná del no hace frío

Insisto en mi tesis: el mejor indicador de la modernización de Sevilla no es la demagogia de Chaves con la Andalucía imparable...

-Adiós, Assunçao...

-¿Cómo que adiós, Assunçao?

-Sí, que Chaves, con lo de imparable, se ha creído que es AssunÇao tirando un libre directo.

Insisto: el mejor indicador de nuestra modernización son las cartas al director. Su nivel y finura demuestran cultura, que rima. Lo digo por la que venía ayer, escrita por una señora aparentemente francesa, doña Catherine Patoir, quien me da hecho el panem nostrum quotiduanum. Y si no hecho, al menos precocido, como los vienas que compramos para que la cocina huela a panadería de barrio al meterlos en el horno para la segunda cochura.

No hay nada como ver Sevilla con ojos de viajero romántico. La retina extranjera es la que de verdad se da cuenta de las cosas. Sevilla para nosotros es como ese niño chico que, como crece todos los días a nuestro lado, no vemos el estirón que está dando. Yo nombraría a doña Catherine Patoir como Viajera Romántica de Guardia, como Baronesa de Davilier en versión 2005, para que de vez en cuando nos abriera los ojos con lo que a ella le sorprende, pero a que nosotros, hartos de verlo, no nos llama la atención.

Con la que está cayendo en el termómetro de la Pasarela, doña Catherine Patoir nos ha dado en todo el bebe sobre los sevillanos y el abrigo. El sevillano no es de abrigo. Y cuando vienen estos fríos, salen de esos armarios los abrigos mucho más avergonzados que los parguelones. Y es para avergonzarse, como dice la señora Patoir, de esos abrigos pasadísimos de moda y de maracas, esos visones oliendo a bolitas de alcanfor.

-Es que vas por Sevilla y parece que todos son figurantes del «Cuéntame», de antiguos que son los abrigos que llevan. El que lo lleve...

El sevillano no se preocupa por el abrigo. Con una parca, una cazadorilla, una pelliza o un forro polar echamos el invierno. Los abrigos de señora son como de colecciones atrasadas, de ese «Hola» del año de los tiros que hay en la sala de espera del médico. Los abrigos de caballero no existen: esos abrigos azules que se pierden en el cielo, como las marismas de la sevillana rociera. Aquí, mucha cofradiera chaquetita azul, pero muy poco abrigo. Y en esas iglesias con ventiladores para el verano, pero sin calentadores para el invierno, a cuerpo gentil de chaquetita azul, ¡pegan unos tiritones los capillitas y cogen los de la mesa de oficiales unas medias pulmonías más buenas! Con razón se dice lo de pasar el quinario: el quinario del frío que hace en el quinario. Sólo en algunos entierros buenos, en algunos funerales de campanillas se ven algunos abrigos azules de caballero. Poquitos. Aquí, en todo caso, lo que abunda es el loden verde del año del catapún.

Y como la ciudad no usa abrigo, porque aquí no hace frío, hay algo que no ha observado esta viajera romántica del 2005. Lo difícil que resulta dejar el abrigo en Sevilla, en caso de que lo tengas. Los restaurantes no están preparados. Mucha refrigeración, pero no tienen perchas para los abrigos. Esos guardarropas con la señora que te recoge el abrigo al entrar y te da tu ficha, ni se conocen. Las poquitas perchas que hay para colgar los abrigos se ponen como mesas de oportunidades en las rebajas: pilas de chaquetones al rebujón. Y en los locales de espectáculos, ni te cuento. Busquen el guardarropas en el Lope de Vega, que verán. Tienes que ver la función con el abrigo o el chaquetón en las rodillas. Total, como aquí no hace frío... ¡Anda que no! ¡No ni ná!



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