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Las
personas admirables lo son por sus actos y por sus palabras.
Hice en este rinconcito el elogio democrático del doctor don
Pedro Albert e insistí en la petición de que le dediquen una
calle. Y me da las gracias, como todos los verdaderamente
grandes, sin creerse nada, sin darse pisto. Con su estilo, tan
señor, el doctor Albert me dice: «Quiero agradecerte los juicios
que atañen a mi persona. De ellos quieres destacar las virtudes
democráticas que siempre han guiado mis acciones. Creo que no
deben considerarse como algo que deba ensalzarse. Sinceramente
pienso que en mí, y desearía que en muchas personas, fueran
virtudes tan normales que cuando se ejerzan no se noten».
Y añade el doctor Albert: «Cuando mi nombre conste en el
callejero de nuestra ciudad, desearía que pudiera transmitirle a
quien lo lea algo de lo que me siento como médico muy
satisfecho: poder decir que en mis 50 años en los servicios que
he dirigido no ha existido la espera en ser atendidos. Podría
pensarse que me refiero a algo secundario dentro del complejo
acto médico en la realidad actual. No debe aceptarse ninguna
excusa en las llamadas «listas de espera». La ansiedad, el
dolor, el gasto público que suponen y el factor indudable que
causa el empeoramiento en muchos casos, deberían en su conjunto
incluirse en la denominación de «mala práctica». No parece
aceptable que la Administración ni el propio médico se hayan
acostumbrado a considerar tan perversa costumbre como normal.
Este comentario en apariencia secundario siempre lo he
considerado como una lacra en la actual Medicina, con razón
orgullosa de sus grandes avances como transplantes, etc.
Conociendo lo sensible que eres a todo lo que puede mejorarse en
esta vida, me ilusiona que un día, con tu habitual gracejo, lo
consideres digno de sacarlo a relucir».
Pues ese día es llegado, y pronto, querido don Pedro. Por
desgracia abundan demasiado las noticias como la que ahora me
mueve a sacar a relucir sus certeras palabras. Esa enferma
citada por el SAS para detección precoz del cáncer de mama al
humo de las velas: cuando ya hacía 15 meses que había muerto, no
sólo de cáncer de estómago, sino del error médico de un
diagnóstico tardío. Mucho triunfalismo del SAS, venga millones
para poner de mármol de Macael la entrada del Virgen del Rocío,
más millones para cafeterías de peaje, y mucha conmemoración,
pero digo yo: ¿qué mejor forma de celebrar los 50 años del
García Morato que unos 50 años como los de los servicios del
doctor Albert, sin listas de espera? ¿Cuántas listas de espera
se pondrían a cero con el dinero que derrocha Chaves yendo por
café a Tegucigalpa y por tabaco a La Habana?
Se nos ha hecho el cuerpo a una aberración. La lista sanitaria
de espera es como si fueras al Cortinglés por un traje, te lo
probaras y te dijeran:
-Ea, pues puede usted venir a recogerlo el 21 de noviembre de
2006...
¿Cuántas muertes se producen del año tras diagnósticos tardíos
de las listas de espera, cuando ya no hay remedio? Y el mal ha
pasado de la Sanidad pública a la privada. Hay seguros privados
donde te dan número para que el traumatólogo te vea ¡dentro de
dos meses! ese brazo roto y escayolado que no deja de dolerte.
Hablan de las tres C (Corazón, Cáncer y Carretera) como
principales causas de la muerte, pero yo añadiría la L: no la L
de autoescuela, sino la L de Lista de Espera. Ya no sólo se
muere «de», sino se muere «en»: en lista de espera. Si viviera
Pemán y se encontrara al Séneca, le diría:
-Don José, ahí que voy al funeral de Manolito el de Rompeserones,
que ¿sabe usted de qué ha muerto?
-Será de cáncer, como todo el mundo.
-No, don José: de lista de espera. El pobrecito mío se ha muerto
de un colapso sin tener el gusto de conocer al cardiólogo, que
le había dado número para el 16 de octubre, pero de este año no,
del que viene...
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