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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Morir de lista de espera

Las personas admirables lo son por sus actos y por sus palabras. Hice en este rinconcito el elogio democrático del doctor don Pedro Albert e insistí en la petición de que le dediquen una calle. Y me da las gracias, como todos los verdaderamente grandes, sin creerse nada, sin darse pisto. Con su estilo, tan señor, el doctor Albert me dice: «Quiero agradecerte los juicios que atañen a mi persona. De ellos quieres destacar las virtudes democráticas que siempre han guiado mis acciones. Creo que no deben considerarse como algo que deba ensalzarse. Sinceramente pienso que en mí, y desearía que en muchas personas, fueran virtudes tan normales que cuando se ejerzan no se noten».

Y añade el doctor Albert: «Cuando mi nombre conste en el callejero de nuestra ciudad, desearía que pudiera transmitirle a quien lo lea algo de lo que me siento como médico muy satisfecho: poder decir que en mis 50 años en los servicios que he dirigido no ha existido la espera en ser atendidos. Podría pensarse que me refiero a algo secundario dentro del complejo acto médico en la realidad actual. No debe aceptarse ninguna excusa en las llamadas «listas de espera». La ansiedad, el dolor, el gasto público que suponen y el factor indudable que causa el empeoramiento en muchos casos, deberían en su conjunto incluirse en la denominación de «mala práctica». No parece aceptable que la Administración ni el propio médico se hayan acostumbrado a considerar tan perversa costumbre como normal. Este comentario en apariencia secundario siempre lo he considerado como una lacra en la actual Medicina, con razón orgullosa de sus grandes avances como transplantes, etc. Conociendo lo sensible que eres a todo lo que puede mejorarse en esta vida, me ilusiona que un día, con tu habitual gracejo, lo consideres digno de sacarlo a relucir».

Pues ese día es llegado, y pronto, querido don Pedro. Por desgracia abundan demasiado las noticias como la que ahora me mueve a sacar a relucir sus certeras palabras. Esa enferma citada por el SAS para detección precoz del cáncer de mama al humo de las velas: cuando ya hacía 15 meses que había muerto, no sólo de cáncer de estómago, sino del error médico de un diagnóstico tardío. Mucho triunfalismo del SAS, venga millones para poner de mármol de Macael la entrada del Virgen del Rocío, más millones para cafeterías de peaje, y mucha conmemoración, pero digo yo: ¿qué mejor forma de celebrar los 50 años del García Morato que unos 50 años como los de los servicios del doctor Albert, sin listas de espera? ¿Cuántas listas de espera se pondrían a cero con el dinero que derrocha Chaves yendo por café a Tegucigalpa y por tabaco a La Habana?

Se nos ha hecho el cuerpo a una aberración. La lista sanitaria de espera es como si fueras al Cortinglés por un traje, te lo probaras y te dijeran:

-Ea, pues puede usted venir a recogerlo el 21 de noviembre de 2006...

¿Cuántas muertes se producen del año tras diagnósticos tardíos de las listas de espera, cuando ya no hay remedio? Y el mal ha pasado de la Sanidad pública a la privada. Hay seguros privados donde te dan número para que el traumatólogo te vea ¡dentro de dos meses! ese brazo roto y escayolado que no deja de dolerte. Hablan de las tres C (Corazón, Cáncer y Carretera) como principales causas de la muerte, pero yo añadiría la L: no la L de autoescuela, sino la L de Lista de Espera. Ya no sólo se muere «de», sino se muere «en»: en lista de espera. Si viviera Pemán y se encontrara al Séneca, le diría:

-Don José, ahí que voy al funeral de Manolito el de Rompeserones, que ¿sabe usted de qué ha muerto?

-Será de cáncer, como todo el mundo.

-No, don José: de lista de espera. El pobrecito mío se ha muerto de un colapso sin tener el gusto de conocer al cardiólogo, que le había dado número para el 16 de octubre, pero de este año no, del que viene...



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