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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El Real Conservatorio del Silencio

Aunque está llena de gente, bulla desde el escaparate de Segundo a las escalerillas del Bancospaña, esta noche hay un silencio impresionante en la plaza de San Francisco. El reloj del Ayuntamiento ha dado las diez. Hay luz como de cruz de guía. Luz como para que pida la venia una cofradía cuyo cuerpo de nazarenos viene todavía por Casa Calvillo. Hace fresquito. Viendo los abrigos, te dan ganas de pensar que este año la Madrugada va a ser fría cuando la soñada Esperanza del cartel vuelva por los Callejones. Los tondos platerescos y las pilastras de la fachada del Ayuntamiento están iluminados por una luz que le da a la piedra el color albero del pisoplaza del Arenal. Si te pones en el Bar Laredo, ves al fondo la postal visual de la torre mayor recortada en la noche, entre cernícalos, con cuarto y mitad de luna, que los turistas extranjeros se llevan en la indeleble fotografía digital de la memoria.

Esta plaza es la más antigua en la Sevilla de las plazoletas. Hasta los derribos y desamortizaciones del XIX, Sevilla no tenía más plaza que la de San Francisco. Cuando la Plaza Nueva era el huerto de los frailes franciscos que perseguían al diablo con el rabo tieso que rompió un farol en los campanilleros, aquí ya se agolpaban los sevillanos para los grandes ritos, las grandes ceremonias, los autos de fe.

A esta plaza, cada año, cuatro días antes del Miércoles de Ceniza, cuatro días antes de nuestra Cuaresma de primer azahar, de primer capirote en la Alcaicería, de primer vencejo, vienen las agrupaciones carnavalescas de la otra parte del mundo, según las dividió Fernando Estrabón Villalón. La Caja nos trae este bombo carnavalesco, que me dio la otra noche el Gordo de que Julio Pardo me interpretara el silencio de Sevilla. Esta ciudad ritual ya ha hecho costumbre la convidá a Carnaval de Cai que la Caja le hace. Estaba la plaza igual que una feria. No, plaza no es errata, sigo: igual que una feria, válgame San Cleto qué gente tan seria oyendo la liturgia gaditana del Carnaval como quien va a misa. Era la vez primera que asistía a este rito en la ciudad que como celebra el Miércoles de Ceniza, le da un sentido antiguo de Carnestolendas al coro en la Plaza. «Que lo canta ya un coro en la Plaza», ¿no? Pero la de San Francisco. Iba por vez primera. Me había animado Julio Pardo, que venía con sus galardonados gatos más libres de la Cuna de la Libertad. Por vez primera, un músico gaditano me enseñaba a oír Sevilla. Julio Pardo ha captado perfectamente el silencio sonoro de Sevilla, cuando la bulla se calla en el momento exacto, sin que se lo diga ningún director de escena. E igual que los sevillanos, con el sombrero en la mano como personas de diplomacia, se descubren ante el coro, Julio Pardo rinde las armas de su guitarra ante este Real Conservatorio del Silencio de Sevilla.

Y subió el coro de los gatos al tablado, y sonó el repeluco de la falseta del tango en la orquesta de pulso y púa: pulso de la actualidad con la púa de la crítica. Se hizo el silencio. Silencio impresionante. Como en los toros. Como en las cofradías. Como cuando Assunçao va a tirar una falta, que también se hace el silencio. Lo que Julio Pardo me había dicho. Aquí se oye el tango con más respeto que en el Falla o en La Viña. Aquí no hay alcohol, ni sexo, ni droga, ni disfraz. A palo seco, el tango de Cádiz ante el silencio de Sevilla. El silencio a lo divino de la Madrugada se hace silencio civil de homenaje a Cádiz. Los más impresionados son los coristas. Saben que el mejor ole que les da Sevilla es este apasionado silencio que deja libres todos los sentidos para la delectación.

Y en este silencio, pensé en las paradojas de la Historia. En esta Plaza, Sevilla levantaba el tablado de la Inquisición. Donde mismo aquel tablado de los autos de fe, Sevilla guarda ahora silencio de homenaje a la Cuna de la Libertad. Vengo de asistir a un auto de fe en el silencio.




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