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Aunque
está llena de gente, bulla desde el escaparate de Segundo a las
escalerillas del Bancospaña, esta noche hay un silencio
impresionante en la plaza de San Francisco. El reloj del
Ayuntamiento ha dado las diez. Hay luz como de cruz de guía. Luz
como para que pida la venia una cofradía cuyo cuerpo de
nazarenos viene todavía por Casa Calvillo. Hace fresquito.
Viendo los abrigos, te dan ganas de pensar que este año la
Madrugada va a ser fría cuando la soñada Esperanza del cartel
vuelva por los Callejones. Los tondos platerescos y las
pilastras de la fachada del Ayuntamiento están iluminados por
una luz que le da a la piedra el color albero del pisoplaza del
Arenal. Si te pones en el Bar Laredo, ves al fondo la postal
visual de la torre mayor recortada en la noche, entre
cernícalos, con cuarto y mitad de luna, que los turistas
extranjeros se llevan en la indeleble fotografía digital de la
memoria.
Esta plaza es la más antigua en la Sevilla de las plazoletas.
Hasta los derribos y desamortizaciones del XIX, Sevilla no tenía
más plaza que la de San Francisco. Cuando la Plaza Nueva era el
huerto de los frailes franciscos que perseguían al diablo con el
rabo tieso que rompió un farol en los campanilleros, aquí ya se
agolpaban los sevillanos para los grandes ritos, las grandes
ceremonias, los autos de fe.
A esta plaza, cada año, cuatro días antes del Miércoles de
Ceniza, cuatro días antes de nuestra Cuaresma de primer azahar,
de primer capirote en la Alcaicería, de primer vencejo, vienen
las agrupaciones carnavalescas de la otra parte del mundo, según
las dividió Fernando Estrabón Villalón. La Caja nos trae este
bombo carnavalesco, que me dio la otra noche el Gordo de que
Julio Pardo me interpretara el silencio de Sevilla. Esta ciudad
ritual ya ha hecho costumbre la convidá a Carnaval de Cai que la
Caja le hace. Estaba la plaza igual que una feria. No, plaza no
es errata, sigo: igual que una feria, válgame San Cleto qué
gente tan seria oyendo la liturgia gaditana del Carnaval como
quien va a misa. Era la vez primera que asistía a este rito en
la ciudad que como celebra el Miércoles de Ceniza, le da un
sentido antiguo de Carnestolendas al coro en la Plaza. «Que lo
canta ya un coro en la Plaza», ¿no? Pero la de San Francisco.
Iba por vez primera. Me había animado Julio Pardo, que venía con
sus galardonados gatos más libres de la Cuna de la Libertad. Por
vez primera, un músico gaditano me enseñaba a oír Sevilla. Julio
Pardo ha captado perfectamente el silencio sonoro de Sevilla,
cuando la bulla se calla en el momento exacto, sin que se lo
diga ningún director de escena. E igual que los sevillanos, con
el sombrero en la mano como personas de diplomacia, se descubren
ante el coro, Julio Pardo rinde las armas de su guitarra ante
este Real Conservatorio del Silencio de Sevilla.
Y subió el coro de los gatos al tablado, y sonó el repeluco de
la falseta del tango en la orquesta de pulso y púa: pulso de la
actualidad con la púa de la crítica. Se hizo el silencio.
Silencio impresionante. Como en los toros. Como en las
cofradías. Como cuando Assunçao va a tirar una falta, que
también se hace el silencio. Lo que Julio Pardo me había dicho.
Aquí se oye el tango con más respeto que en el Falla o en La
Viña. Aquí no hay alcohol, ni sexo, ni droga, ni disfraz. A palo
seco, el tango de Cádiz ante el silencio de Sevilla. El silencio
a lo divino de la Madrugada se hace silencio civil de homenaje a
Cádiz. Los más impresionados son los coristas. Saben que el
mejor ole que les da Sevilla es este apasionado silencio que
deja libres todos los sentidos para la delectación.
Y en este silencio, pensé en las paradojas de la Historia. En
esta Plaza, Sevilla levantaba el tablado de la Inquisición.
Donde mismo aquel tablado de los autos de fe, Sevilla guarda
ahora silencio de homenaje a la Cuna de la Libertad. Vengo de
asistir a un auto de fe en el silencio.
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