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SABEN
qué es la admirable Almería, y no habré yo de quitarle mérito
alguno ni escatimarle laudes. Cómo será Almería que allí la
gente pasa directamente del Porrompompero al arte contemporáneo.
Cualquiera que piense en el almeriense Manolo Escobar, aquel
cantante del «Viva España» cuyo tupé llegaba a los sitios media
hora antes que él, puede creer que tiene su casa llena de
cuadros de Julio Romero de Torres, el que pintó a la mujer
morena, o de pinturas como los cromos que decoraban las
litografiadas cajas de carnemembrillo de Puente Genil. Nada más
alejado de la realidad de estos emprendedores almerienses.
Manolo Escobar, ahí donde lo tienen, es uno de los mayores
coleccionistas de arte contemporáneo, unos de los mejores
clientes de Arco, donde se gasta sus buenos billetes, billetes
verdes, pero qué bonitos son cuando se cambian por un cuadro de
Mariscal.
Almería es esa provincia próspera y floreciente donde hay más
sucursales bancarias por metro cuadrado de España. Una especie
de El Dorado de la nueva agricultura, donde se ha escrito un
venturoso y prospero palimpsesto en las páginas tercermundistas
de «Campos de Níjar» de Goytisolo. Y si quieren saber de
Almería, pregunten a Javier Arenas, quien se pasa el día allí.
Terminarán haciéndolo hijo adoptivo. Arenas es que no sale de
Almería. No sé si de bombero o de pirómano, pero atareadísimo en
los eternos fuegos internos del PP. Almería, Torre Windsor del
PP, siempre está humeando. Hasta tal punto, que cuando me
encuentro a Javier Arenas en algún sitio, me digo como el título
de aquella película sobre los turistas:
-Si éste es Javier Arenas, debemos de estar en Almería...
Y la Diputación de Almería, oh prodigio, ha convocado el
concurso del Pasapalabra del «sí» en el referéndum de la
Constitución Europea. A los cuatro pueblos menores de 10.000
habitantes donde se alcance mayor participación en el referéndum
les repartirán chocolatinas, bombones y caramelos
presupuestarios. Premios consistentes en obras públicas, a la
libre elección del ayuntamiento, por valor de 84.000 euros. ¿Que
usted vive en un pueblo de Almería menor de 10.000 habitantes y
quiere la Diputación arregle la carretera vecinal, que está
fatal? Pues a votar «sí», so mamón. ¿Que en su pueblo hace falta
un dispensario? Pues a votar «sí» y después ya hablaremos.
¡Cuidado que querer ponerse enfermo sin dar la sanción favorable
a la Constitución Europea que todo lo va a remediar...!
El que nos espera el domingo es un referéndum Britapén, de
amplio espectro: sirve para todo. Para que haya quienes digan
que una cierta derecha y una cierta izquierda quieren dar una
patada a ZP en el trasero de la Constitución, y para este
pintoresco premio del Pasapalabra de las obras públicas en
Almería. Seremos los primeros en someter a referéndum no
vinculante una Constitución que no entusiasma absolutamente a
nadie. Y menos aún si pensamos que no tuvieron la delicadeza de
preguntarnos nada para cambiarnos las pesetas por euros; para
renunciar a buena parte de la soberanía nacional; para
obligarnos con las decisiones de unos oscuros y lejanos
funcionarios europeos que no han sido elegidos en urna alguna.
He oído a un jubilado que votará «sí» para que no vuelva el tío
del bigote y le quite la pensión. Tal como suena. Y a un
empresario agrícola, que votará «sí» para que no le quiten las
subvenciones de las que vive tan ricamente. Está al caer lo
clásico de que sólo la anti-España quiere el «no». Por eso he
votado por correo. ¿Saben por qué? Para no poder arrepentirme.
No sea que la Diputación de Almería me prometa arreglarme gratis
la cocina con su Pasapalabra del «sí» y me arrepienta de mi
«no». «No» que me ha salido deshojando la margarita del Tratado
de Niza. Allí sí que ataban a nuestros perros con Longa Niza.
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