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Las
placas y las medallas las carga el diablo. O las recibe. Tan
arraigado está en nuestra tierra el ejercicio del medalleo, que
hasta le iban a dar una placa a una representación del mismo
diablo, cual un grapo emberrechinado, que no se ha arrepentido
para nada del asesinato en 1984 de Rafael Padura, recordado
presidente de los empresarios sevillanos.
La Diputación de Cádiz, en el deporte andaluz del medalleo,
suele conceder su placa de oro a hijos ilustres de la provincia.
No se trataba esta vez de Rocío Jurado, ni de Carlos Edmundo de
Ory, ni de Paco de Lucía, ni de Alejandro Sanz. Era un mal
nacido en la provincia de Cádiz, que en esta España sin memoria
y sin cumplimiento de penas pasó directamente de condenado a
héroe paralímpico, más condecorado que Millán Astray en
Marruecos. Tras lo cual, tachín, tarará, la Diputación de Cai,
primito hermano, decidió que un héroe paralímpico no podía
quedarse sin placa de la provincia. Menos mal que los
empresarios descubrieron la tostá: era el asesino de Padura. La
Diputación, bien, le ha retirado la placa. Pero con el habitual
cumplimiento de consigna. ¿Saben ustedes quién tiene la culpa
del triste episodio? ¿Quién va a ser? ¡Aznar! El presidente de
la Diputación, con la manipulación habitual en el obligado
cumplimiento de las consignas de su partido, lo ha dicho: «Que
nadie se rasgue las vestiduras porque fue el Gobierno del
popular José María Aznar el que permitió que desfilara con el
equipo paralímpico español». (¡Toma del frasco del piano de
Carrasco! No, si Cabañas va a descubrir que de la explosión de
1947 también tuvo la culpa Aznar...)
Todo esto ocurre porque en nuestra tierra el medalleo es un
deporte. A poco que te descuides, te dan un banquete y te
entregan una placa. El medalleo es un deporte popularísimo y
rentable. Igual que los vascos tienen su deporte de cortar
troncos y arrastrar piedras, en Andalucía la Baja damos
homenajes y entregamos placas y medallas. Los metales de unos
Juegos Olímpicos son quincalla al lado del medallero de Sevilla,
de Cádiz, de Jerez, de Sanlúcar. Hasta una manzanilla con nombre
de medalla hay. Medallas van y medallas vienen. Pero no una
medalla muy vieja con un cordón renegrío que apenas se ve la
cara de la Virgen del Rocío: una medalla nuevecita, acabadita de
acuñar y de inventar, que se le ocurrido darla a una peña de
amiguetes para complacer el ego de uno que les interesa y al que
van a sacarle la morterá. Tela.
Y de las placas, ni te cuento. Hay toda una industria andaluza
de fabricación y grabado de placas. Aquí al cabo de una semana
cualquiera se graban más placas de homenaje que discos en los
estudios de la Sony. Emilio López, que es un periodista con
muchísima gracia, cuando el Ayuntamiento lanzó el lemas
turístico de «Cádiz, la mar de plata», hizo inmediatamente la
corrección de tiro, tipo Polígono Janer, reflejando este deporte
local nuestro de los homenajes: «Cádiz, la mar de placas». Y no
sé si también es suya la aclaración de que no es Tacita de
Plata, sino Tacita de Placas.
-Hombre, como que en Sevilla o en Cádiz te compras un coche
nuevo y cuando vas a pagarlo, como homenaje te dan una placa, la
placa de la matrícula, por tu contribución al auge de la
industria automovilística nacional...
Como la mancha de la mora con otra verde se quita, los
empresarios sevillanos, tan dados también a conceder medallas,
han evitado que la Provincia de la Libertad entregue su placa a
quien sólo merecía ver la placa del policía que lo detuvo tras
el asesinato de un honrado comerciante. Así que de aquí en
adelante, vamos a tener mucho cuidadito con las medallas y las
placas que demos. Ya no vamos a estar tranquilos ni aunque se
trate de entregar una placa de pizarra con la voz monumental de
La Niña de los Peines.
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