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Los
marvizones dicen que desde las Pascuas a esta parte hemos
sufrido cuatro olas de frío, a saber: la ola de frío siberiano;
la ola de frío polar: la ola de frío ártico; y la ola de este
frío de los co...nfines del invierno. Igual que una lluvia
antigua, también hay una nieve antigua. Dices «Memoria de la
nieve» y parece un libro de poemas. La nieve de la Sierra de
Cazalla me ha traído la memoria de las bodas del Emperador
Carlos con Isabel de Portugal en el Alcázar. En esas bodas
dieron el convite que pueden imaginar. De tal refinamiento, que
entre plato y plato pusieron sorbetes helados, para el cambio de
tercio de los gustos. Y estamos hablando de 1526.
- Pues poca Ibense Bornay habría en 1526 para trabajarse el
sorbete...
No, la había. Y esa ha sido la memoria de la nieve que trajeron
las fotos de la sierra helada y del monumento guadalcanalense
(vulgo follador) de don Adelardo López de Ayala con una cuarta
de nieve encima de la cabeza de su decapitada musa, que se la
cortaron las hordas inciviles en 1936 creyendo que era la Virgen
de Guaditoca y no Erato. En la Sevilla del Siglo de Oro, había
tanto refinamiento que la nieve de la sierra era recogida en
pozos y guardada para enfriar en el verano delicados manjares.
En Constantina hay aún un lugar al que llaman El Pozo de la
Nieve. Allí se guardaba la flor blanca de la jara de estas
nevadas. Era luego llevada con caballerías, en serones con sal y
paja, hasta Sevilla. Por eso en Sevilla al hielo de enfriar le
seguimos llamando nieve. Es un homenaje a los pozos de la nieve
de la Sierra. Como el que, tirado por una mula, repartía las
barras de hielo por Sevilla, era el Carro de la Nieve. Ese carro
con tantos chiquillos puede que en Castilla repartiese hielo; en
Sevilla, nieve.
Nieve que me encanta que llegue, y cuanto con más frío del Polo
(aunque sea del Polo de Desarrollo de Huelva), mejor. A ver si
de una vez viene el cambio climático. A ver si el agujero de
ozono hace que cambie el clima. Tengo puestas grandes esperanzas
en los apocalípticos anuncios de la niña que le salió ministra a
Paco Narbona. Ojalá haya un cambio climático, y gordo. Y
tengamos este frío siempre. A ver si, hablando del Emperador
Carlos, esto se pone más como Quinto de Alemania que como
Primero de España. Un frío bueno, persistente, de los de echar
vaho a las tres de la tarde. Un cielo siempre cubierto, plomizo,
panza de burra. Venga nubes. Y nada de sol: todo tendido 1.
En los países europeos donde hace ese frío, la gente no está
todo el día tirada a la calle tomando copas, sin dar golpe. Los
muchachos en paro no se emborrachan hasta las tantas para
olvidarse de que no les sirve para nada el título de
licenciados. En los países donde hace ese frío no es un tipismo
la corrupción. No están todos pendientes de la subvención, de
los empresarios a los jornaleros. No hay partidos que se
perpetúen en el poder y que conviertan el gobierno en régimen.
En los países fríos de Europa, como no se puede estar en la
calle, la gente se dedica a cosas serias, a producir, a ahorrar,
a vivir confortablemente, y no al cante, al baile, a la
cofradía, a la feria, al Carnaval, al Rocío y al niño, invita
aquí a estos señores. En un país de clima frío, por ejemplo, no
sería pensable que tuvieran hace veinticinco años a un Chaves
perpetuado en el poder y, lo que es más triste, sin perspectiva
alguna en las encuestas de que en otros veinticinco años
aparezca quien pueda desalojarlo. En los países fríos nunca unas
ideas tan nobles como las liberales de la oposición son
defendidas por una partida de papafritas tan grandes como los
del PP: «¡Houston, Houston, tenemos un Arenas!». ¿Que los países
fríos son tristes? No. No hay nada más triste que un país de
buen clima, de sol y de que siga el cachondeo, donde la única
esperanza de cambio que nos queda es que venga, y pronto, el
cambio climático.
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