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Cuando
se empezó a hablar de la masificación como el principal problema
de la Semana Santa, Luis Rodríguez Caso, en contramano de la
opinión general, dijo:
-Pues bendita masificación. Imaginad lo que sería que llegara el
día y la hora de la estación de penitencia, se formara la
cofradía, se abrieran las puertas, saliera la cruz de guía... ¡y
en la calle no hubiera nadie!
Es lo que le pasa a la Hermandad del Resucitado, que anda
buscando la bulla del Sábado Santo.
-Diga usted Resurrección, por favor. Resucitado suena a pueblo,
no a Sevilla.
Esa fábrica de ojaneta del incienso de la naveta que es el
Consejo le ha dado a La Resurrección una larga cambiada. Hasta
los seises no dan respuesta a su pretensión de salir el Sábado
Santo en vez del Domingo de Resurrección al alba. La muy
sevillana Doña Cayetana tenía que ser de esta cofradía y no de
Los Gitanos: es la Duquesa «de» Alba, ¿no? Pues la Resurrección
es la cofradía «del» Alba. Mú temprano. Cofradía a la que no sé
si le sienta bien o mal lo que se cuenta: ese músico a las 5 de
la mañana con su tambor, camino de la cofradía, cuando salía de
la calle San Luis, y le preguntan que dónde va. Y cuando dice
que a la Resurrección, suelta la guasa del sevillano:
-¿Y tú te crees que éstas son horas de resucitar?
Ha contestado a la pregunta don Juan Muñoz Jigato, el hermano
mayor. Ha dicho que no, que ésas no son horas de resucitar. Y ha
explicado así las horas de resucitar. «Nuestro titular
representa a Cristo resucitando, y este momento litúrgico
coincide con el atardecer del Sábado Santo. De hecho, muchas
vigilias pascuales comienzan a celebrarse a primera hora de la
noche, cuando todavía hay imágenes de Cristos yacentes por las
calles. Además, los abonados de la carrera oficial también
tienen derecho a ver nuestra cofradía». Y la cofradía tiene
derecho a la bulla. Cofradía sin bulla es como vacaciones sin
Kodak. Y ha añadido el hermano mayor de la cofradía que busca
bulla: «El Domingo de Resurrección es un día de primavera en
Sevilla, para ir a los toros».
A los toros, ay, sin Curro Romero, y lo digo en este triduo de
cupones de su Esencia. La cofradía de la Resurrección estaba muy
bien el Domingo, al alba, cuando toreaba Curro esa tarde. Era
como un cartel de la corrida ritual, con toros de mi querido
embajador don Manuel Prado y paseíllo de Curro... y dos más. Con
Julio Domínguez Arjona de cicerone sabemos que si se pone uno
ante el palio de la Virgen de la Aurora, en la esquina derecha
de los respiraderos de plata ve un evangelista, obra de los
orfebres Hermanos Delgado López. El evangelista lleva un libro
abierto. Es ni más ni menos que el Evangelio del Toreo según
Sevilla. En esas páginas de plata, heraldo del amanecer
ceremonial del Domingo de Resurrección, pone sólo dos palabras:
«Curro Romero». La liturgia de la palabra de la primavera con
nombre y apellido.
Por ahí debe ir el hermano mayor cuando dice que el Domingo de
Resurrección es para ir a los toros y no para ver capirotes por
los palcos vacíos y la carrera oficial sin un alma. Cuando Curro
toreaba en la tarde de la resurrección del Cristo de la Buena
Muerte y de la ciudad misma, todavía tenía una cierta lógica que
una cofradía saliera a la hora de los cazadores. En el palio de
La Aurora, el evangelista revelaba a Sevilla con su libro de
plata la verdad de su propia Esencia. Era como el clarín del
Arenal hecho plata. Pero ahora, que el Faraón se ha retirado y
que el Domingo de Resurrección la que torea es Sevilla misma y
otros tres, no tiene razón de ser que la Resurrección salga a
hora de misa de parida. Con un Domingo de Resurrección sin el
Faraón, al «Curro Romero» del evangelio de plata del palio de La
Aurora lo que le pega es el varal de luto del recuerdo y el eco
de los fúnebres tambores destemplados de los armaos saboríos del
Santontierro.
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