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En
esta Sevilla más monárquica de lo que creían Martínez Barrio o
Casal el de los Bolsos, donde a Dios sacramentado llamamos Su
Divina Majestad y a Cristos y Vírgenes les tocan la Marcha
Real en cuanto Reyes y Reinas, hay más dinastías de las que
pensamos. Dinastías toreras: los Ortega, los Puya, los
Vázquez, los Galisteo, los Chaves. Dinastías ganaderas: los
Miura, los Guardiola, los Pablo-Romero. Dinastías taberneras:
los Morales, los Trifones, los Becerra, los Blanco Cerrillo.
Dinastías de artesanos: los O´Kean, los Marmolejo, los
Carrasquilla. Dinastías flamencas: los Mairena, los Pavones,
los Culatas, los Farrucos. Dinastías de escultores, de
pintores, de agricultores, de comerciantes, de abogados, de
jueces. De médicos, ni te cuento. ¿Cuántas generaciones hace
que en Sevilla tenemos un doctor Pera, un doctor Tello, un
doctor Andreu, un doctor Domínguez-Rodiño?
Y dinastías de escritores y poetas. Que no son dinastías de
apellidos, sino de nombres. Hay dos casas reinantes. Dos
dinastías sevillanas de escritores: la dinastía de los
Manueles y la dinastía de los Rafaeles. En la dinastía de los
Manueles, Manuel Machado, Manuel Sánchez del Arco, Manuel
Halcón, Manuel Díez Crespo, Manuel Chaves Nogales, Manuel
Ferrand, Manuel Mantero, Manuel Barrios. En la dinastía de los
Rafaeles, Rafael de León, Rafael Lasso de la Vega, Rafael
Cansinos Assens, Rafael Laffón, Rafael Montesinos, Rafael
Porlán. Sólo con nuestros Manueles y Rafaeles se hace la
historia de media literatura contemporánea. Y no creo que haya
otra ciudad en el mundo con el caso de la parroquia de la
Magdalena: en la misma calle, San Pedro Mártir, nacieron los
dos mejores poetas populares en lengua castellana del siglo XX,
cada uno de una de las dos dinastías: Rafael de León y Manuel
Machado. Hay, en todo caso, una aproximación y centena en la
parroquia de San Lorenzo, con las casas natales de Montesinos
y de Bécquer: Santa Clara y Conde de Barajas.
Hablando de Montesinos y de nuestras sagas literarias,
proclamo que se nos ha muerto el rey de la dinastía reinante,
la de los Rafaeles. Manuel Mantero recordaba a Montesinos como
hermano mayor de la Poesía de Sevilla, al ver su sitio
irreparablemente vacío en la mesa de oficiales de la
literatura. Nombro adrede a Manuel Mantero. A rey muerto, rey
puesto. El cetro de la poesía sevillana ha pasado de la
dinastía rafaelista a la dinastía manuelina. Es ahora Mantero,
poeta grande de Sevilla, el hermano mayor de su Poesía, el
jefe de la dinastía de los Manueles, felizmente reinante.
Reinante en la nostalgia y en la distancia. Algo hay común en
las dos dinastías: Manueles y Rafaeles tienen como la
maldición bíblica del destierro, y su patria es la nostalgia
de la ciudad perdida. Manuelinos y rafaelistas (a excepción de
Laffón, Ferrand y Barrios) suelen estar en Madrid. O más
lejos, como Mantero, que está en Georgia. Bueno, estar... ¡que
vive en Georgia! Porque estar, estar, lo que se dice estar,
sigue estando en Sevilla, y a sus versos, sus Terceras de ABC
o su reciente libro de memorias me remito.
Manuel Mantero es ahora el mayor de nuestros poetas, en todos
los sentidos del mayorazgo de las dinastías reinantes en la
magia de la literatura. Desde ese barrio de Sevilla con
magnolios donde el viento lo llevó, el viento de la veleta de
la Turris Fortissima, y que es la Georgia de Margaret Mitchell,
Mantero vendrá a unir su voz al réquiem civil que pondrá a
Montesinos en el lugar que le corresponde en el rompimiento de
gloria de la historia de la poesía y de Sevilla. Cuando sus
cenizas estén ya en el Panteón de Sevillanos Ilustres de la
iglesia de la Anunciación, que para Montesinos tendrá la más
ilustre de las sevillanías: la cercanía de los ojos de su
Virgen del Valle, verdes como el trigo o la uva del Corpus en
una copla de seises como del otro Rafael, de Rafael de León.
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