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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Piedras y bronces viendo cofradías

Hace tiempo que se fueron, pero vuelven cada año para estrenar el Domingo como buenos sevillanos. Ya se sabe: quien no estrena, señores, no tiene manos. Estrenan, como Sevilla, este Domingo de Ramos, globos y garrapiñadas, colgaduras de damasco, balcones con palmas nuevas y la mañana en los palcos, nazarenos del Amor y amores de los muchachos.

El primero que regresa es el mismo San Fernando, quien para por estos días en el Arco de mi barrio, el Postigo del Aceite. No elige mal el muchacho. En el escudo de piedra San Fernando está sentado. Allí desde el Siglo Trece, a La Paz está esperando, con Leandro e Isidoro, que también son abonados. Sacan juntos estas sillas hace ya un porrón de años. El Santo Rey, como saben, es tan buen aficionado que la espada en estos días está en su lugar descanso y en sus manos, Er Pograma, horarios e itinerarios. Sabe, por tanto, que pronto vendrán nazarenos blancos y en cuanto suenan cornetas, va y le dice a San Leandro: «Leandro, la mejor yema es ver andando a ese palio, malla de plata y la gente que manda Antonio Santiago...» Cómo iba El Porvenir de bien están comentando, cuando San Fernando escucha tambores trianeando y a Isidoro se lo advierte: «Verás cómo viene el paso, La Estrella trae al Alfolí un trocito de Altozano». Y así un día y otro día, hasta el mismo Viernes Santo. Qué jartón de cofradías que se pega San Fernando en ese palco de piedra en el escudo del Arco. Desde el Señor de Sevilla a un Trianero expirando; y a un Estudiante que ha muerto de Divino Catedrático; La Piedad baratillera; la Esperanza y el Caballo; la Quinta Angustia sin lágrimas y el crujido del Calvario.

Y allí al lado, en la capilla, que bula un Papa le ha dado, Sevilla ha puesto unas puertas de cristales emplomados en los que la Pura y Limpia va su cara reflejando: la Esperanza de Triana; la Caridad, que es del barrio, y Guadalupe, lo mismo, de la calle Dos de Mayo; Mercedes del Tirolínea; la Salud de San Gonzalo, y aquella que nadie cita: Mayor Dolor y Traspaso. Y mientras viene una y otra, mira Er Pograma el Rey Santo y se va a la Plaza Nueva y se planta en su caballo, tras tomarse su copita en Becerra o en Toranzo, que también merece el hombre pegarse su latigazo, y comprueba desde arriba todo lo que estoy contando. Que todos los que se fueron vienen a ver el milagro. Don Pedro el Rey la cabeza vuelve a perder, Martes Santo, que al llegar la Candelaria se le ve decapitado. Y ese valiente Daoiz, artillero sevillano, en la Plaza la Gavidia deja de dar zapatazos cuando llega el Dulce Nombre ese Martes que he nombrado: el barco La Bofetá va formando un Dos de Mayo. El Cid cabalga de nuevo a lomos de su caballo y aunque un poco esaborío, que saben que es castellano, nada le gusta en el mundo más que La Paz regresando, con dos torres por ciriales y una corneta tocando. En la Plaza del Triunfo, ya lo habrán adivinado, el Viernes de Madrugada la Virgen va comprobando que el cirio de la defensa del misterio inmaculado lo proclama un nazareno del Silencio, qué espadazos le va pegando a la noche camino de calle Francos.

Al señor don Juan de Mesa este año le han sacado una silla en San Lorenzo: va a ver su propio milagro. Y a Martínez Montañés larga jangá le han jugado, no puede ver a Pasión, porque a él no lo han salvado. Nada digo de Sor Angela viendo el rosa Subtarráneo. Piensa Rodríguez Ojeda a la vera de otro Arco: «Pues no caen malamente mis bambalinas del palio». Caracol en la Alameda a Montensión le ha cantado una saeta que un óle le han gritado los rosarios y en el huerto los apóstoles de la siesta han despertado. Y me quedan muchos más: me queda Niño Ricardo, y la Niña de los Peines a las Angustias peinando, Murillo viendo el Museo, Velázquez de bulla harto, Julio César y Amargura, Hércules con los armaos... Y me queda finalmente ese tío atravesado que se llama Hombre de Piedra: le importa Sevilla un rábano y está sin ver cofradías, de rodillas, castigado.



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