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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Los Vaticanos del Arenal

Cerca, un azulejo del vía crucis cervantino dice que por allí pasó Don Miguel buscando a Sevilla en Sevilla misma. La halló, al contrario que Quevedo en Roma. Tras lo cual se echó la pluma a la izquierda para escribir del natural sobre el patio de Monipodio. De ese mismísimo patio cervantino salen en estas tardes de toros los reventas de la Acera del Negro:

-Sol alto barato...

Son las secretas puertas del sol en la plaza del Arenal por la calle Adriano. La cancela como cortijera de la calle Circo. Esta calle se llama Adriano porque por una de estas puertas entraba siempre el emperador cuando iba a los toros. A Adriano no le gustaba pintar la mona entrando por la Puerta del Príncipe para que lo retrataran. Si la Yourcenar lo sacó fue porque lo cogió descuidado, Adriano no era hombre de esas cosas.

A esa calle Adriano, en estas tardes de toros, se abre ritualmente uno de los secretos Vaticanos de mi barrio: la capilla del Baratillo. La hermandad deja montados los pasos hasta que arrastran el último toro de Miura, para que los camborios que llegan a Sevilla a ver los toros saboreen el paladar de una cofradía torera, con los ángeles que bajan las manos para coger el capote de plata del llamador de la Caridad y con el San José que regaló Pepe Hillo en persona. Todos los años estaba la Virgen de la Caridad en esta primera fila de barrera de la calle Adriano y La Piedad detrás, como en sillón de tendido. Como el Miércoles Santo se metió en agua, los pasos están este año como esperando aún esa salida que no puso la cruz de guía en el Pópulo. Allí están los dos pasos de Virgen de la cofradía. Sí, El Baratillo es la única cofradía que saca dos pasos de Virgen: la Piedad y la Caridad.

Están los dos pasos metidos en un suspiro. Todas las capillas de mi barrio son un suspiro. Suspiros de Sevilla en los que cabe el aire entero del ancho mundo al que la ciudad se abría desde los muelles virreinales de un Arenal de Flota de la Carrera de Indias. Si mínima y dulce es la capilla del Baratillo, menor es la capilla de los Toneleros, en cuya puerta la geometría rompe la baraja para que zarpe el barco del Cristo de la Salud y salga el palio de la Virgen del Mayor Dolor. Es como si todas las capillas de la feligresía del Sagrario rindieran el tributo de sus mínimas dimensiones en honor de la Catedral. Como si no quisieran presumir de nada ante la magna hermana mayor. En la Plaza Nueva la capilla de San Onofre se abre secreta, como para no molestar a la capilla de Molviedro. Valdés Leal apaga las luces de la iglesia del Señor San Jorge para que no desafíe al San Antonio murillesco de la Catedral. La Puerta Jerez le pone el diminutivo de lo íntimo a Santa María de Jesús: la capillita. Diminutivo que carga el sevillano demonio Pedro Botero: la capillita de los capillitas del Consejo. Y las dos capillas del Rosario: el Rosario de Dos de Mayo, donde el Arenal linda directamente con la Guadalupana de la Nueva España, y la capilla del Rosario de los Maestrantes.

Y en el Arco del Postigo, los cien gramos de Catedral mejor despachados del mundo: la capilla de la Pura y Limpia. ¿Me queda alguna? Sí, la capilla de la Universidad. Son de pequeñas las capillas del barrio como la casa de Juana la Calentera en la calle Nazareno. Ocurre con ellas como a la gente del Postigo: que cuando quieren celebrar algo, como en la casa no caben, tienen que irse a la calle: el Cristo de la Buena Muerte, al paraninfo; los nazarenos del Baratillo, a la calle Gracia Fernández Palacios; la Pura y Limpia, al convento de Santa Marta. O al campo de feria, con Juan Pablo II rezándole arrodillado, como la sacó el otro día Álvaro Ybarra en su artículo. Hoy el barrio, en esas mínimas capillas, reza por un Papa que fue uno más del Postigo, arrodillado ante la Pura y Limpia. Y no es menor la solemnidad que en Roma cuando el Arenal reza en sus Vaticanos en miniatura.




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