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Está
todas las tardes de toros allí arriba, en su palco. No sólo
está en estos días de Feria, cuando no tiene mérito, porque
hay guantás por una localidad de preferencia, para cumplir con
la ley sevillana: si no estás, no eres. Ocupa su sitio ritual
incluso en las secretas novilladas de julio, cuando en la
plaza solamente están los de la música y acá, que decía el
castizo. Me refiero al conde de Luna, teniente de hermano
mayor de la Real Maestranza de Caballería. Según la Gramática
Parda Sevillana, se escribe Conde de Luna y se pronuncia
Manolo Roca. De la Casa Ducal de Béjar, a la que Cervantes
dedicó El Quijote. Esta Feria es la última de don Manuel Roca
de Togores como teniente de hermano mayor de la Real
Maestranza de Caballería.
-¿Cómo teniente? Será hermano mayor...
No, el hermano mayor es S.M. El Rey, a quien los maestrantes
guardan muy buenas ausencias. Tantas, que sus juntas las
preside un sillón vacío: el sillón del Rey como hermano mayor.
Reescriben el refrán de Sevilla y la silla con el riquísimo
patrimonio inmaterial de su ceremonial. Si es el Rey quien no
va a Sevilla, no sólo no pierde su silla, sino que le guardan
el sillón vacío de respeto. Y hasta el siglo XIX, el Rey
presidía las corridas en efigie. En el palco del Príncipe,
como nosotros vimos a esa gran aficionada y gran sevillana que
era la Condesa de Barcelona, los sevillanos del XIX
contemplaban el presidencial cuadro con el retrato de Fernando
VII, de Isabel II.
En su palco sobre la sombra, ante los tendidos de sol, el
Conde de Luna ha cumplido ya sus dos tenencias. Y como el Real
Cuerpo es como la presidencia de los Estados Unidos, que no se
puede estar más de dos mandatos, Manuel Roca dejará de ser
teniente cuando pase la Feria. Un gran teniente, un gran
mandato. Ha continuado e incrementado la gran labor de
patrocinio cultural, científico, universitario y artístico de
la Real Maestranza. Y ha cuidado con tacto y respeto la gran
máquina de arte y cultura que es su plaza de los toros. Quizá
el monumento sevillano más vivo y más vivido. Theófile Gautier
llamó «la montaña hueca» a la Catedral. Otro viajero romántico
debería haber dicho que la plaza de los toros es el espejo
cóncavo en que Sevilla se refleja tal como es y se mira para
seguir siendo tal como es, para parecerse a sí misma. El Conde
de Luna, en unas circunstancias personales especialmente
complicaditas, con una voluntad ejemplar, ha bruñido ese
espejo con el cristasol de una enorme delicadeza y una gran
capacidad de gestión en lo que tiene de maquinaria de
patrocinios y amparos, cumpliendo el verso de Juan Ramón: «No
la toques ya más, que así es la rosa». El Conde de Luna no ha
sido de los que venden la primogenitura de las tradiciones
sevillanas por las lentejas de un gerundio, por la vanidad de
su nombre perpetuado en el gerundio de una lápida: «Siendo
teniente de hermano mayor...»
Ahora hago mármol o azulejo este papel, para escribir aquí con
toda justicia, con justicia de sol de tendido 12, ese gerundio
que él nunca buscó. «Siendo teniente de hermano mayor de la
Maestranza el Conde de Luna, se reforzó y prestigió aún más la
presencia de la corporación nobiliaria en la vida de la ciudad
y cuidó con delicadeza y diligencia esa Real Alma de Sevilla,
propiedad del Real Cuerpo, que es la plaza de los toros».
Seguirá toda la Feria allí en su palco del teniente. En días
de farolillos será como el capitán de un barco en su puente de
mando, con la espuma de un oleaje de mantillas blancas a babor
y a estribor. Siempre lo recordaremos allí, por muchos años.
Pero muchísimos. Tela de años. Todos los años, querido Manuel
Roca de Togores, que me ha dicho vuestra Patrona, la Virgen
del Rosario, que, sin dejar de ser lo que fuiste, vas a seguir
siendo algo mucho más importante que teniente de la
Maestranza: vecino de la calle Vida.
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