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No
sé dónde incluir la chorrada del día de la señora ministra.
Que esta vez no ha corrido a cargo de Carmen Calvo, que tantos
jornales ganados nos da a los articulistas. Ha sido María
Antonia Trujillo quien nos ha firmado la peonada. Ha
reinventado la casa de vecinos como solución habitacional:
treinta metros cuadrados de sala y alcoba, con cocina,
retretes y lavaderos en el común del patio. Como es Feria de
Sevilla, quizá sea un homenaje a la copla de El Pali: «En el
Corral del Conde hubo pelea...» Solución corralera de una
ministra, corralera como todas las ministras de este Gobierno
corralero que no se levanta de su poltrona así pase un Papa
muerto o una bandera con un firmamento de libertades.
Y no sé dónde incluir la reinvención ministerial del corral.
Si en las jornadas «Historia de la mierda: Cultura y
Transgresión» que celebra la Universidad de Huelva, o si en la
moda de la Memoria Histórica. En la Escatología Científica
onubense encajaría perfectamente la mierda de apartamentos
para jóvenes y jóvenas que propone la ministra. Igual que hay
televisión basura, contratos basura y una mierda de oposición,
y los separatistas y tripartitos varios se ciscan a cada
momento en España y encima toman la Constitución como si fuera
el papel del elefante o el del perrito simpático, la señora
Trujillo ha reinventado la vivienda basura.
Me inclino por la Memoria Histórica, cruzada con Alianza de
Civilizaciones. María Antonia Trujillo ha cogido la espiocha y
se ha puesto a excavar las fosas de la memoria de España,
según moda. Como suele ocurrir, la ministra ha exhumado un
cadáver que creíamos olvidado por la concordia, el bienestar
económico, la paz, la piedad, el perdón. Ha sacado la
injusticia de las desigualdades sociales que en parte nos
llevaron a la guerra civil. La ministra ha reinventado lo que
creíamos superado: el corral de vecinos, la casa de vecindad.
El hacinamiento, La insalubridad y miseria que producían hijos
tuberculosos que morían en un jergón de foñico y padres
anarquistas que quemaban conventos y les daban el paseo a los
señoritos. La ministra ha reinventado las indignas
estabulaciones urbanas de la mano de obra campesina que
abandonó los pueblos para hacerse proletariado industrial. Lo
sé porque a un corral de Sevilla se vino a vivir mi abuelo
Antonio Burgos Sánchez, bracero del Viso del Alcor, cuando
dejó las hambres del pueblo para buscar el jornal de la
capital como cochero, camarero y crupier.
Infraviviendas inhumanas e indignas han subsistido en Sevilla
hasta ayer como quien dice. Acabaron con los corrales un
gobernador civil, Utrera Molina, y una riada, la del
Tamarguillo. Una población de cien mil personas, en una ciudad
de medio millón de habitantes, fue trasvasada desde la
injusticia del corral a la dignidad del piso sindical:
conviene también abrir esta fosa de la memoria histórica. Los
que dieron seguro y hospital a los trabajadores también les
hicieron pisos. El paradigma puede ser Rafael Gordillo, el
jugador mítico del Betis. Los padres de Gordillo vinieron a
Sevilla como inmigrantes, desde el pueblo. No encontraron otra
vivienda que el hacinamiento de un corral de vecinos. Que se
anegó con la riada del Tamarguillo en 1961, y entró en ruina.
Fueron desalojados y llevados al refugio de la Cochera de los
Tranvías, naves con cobertores colgados de alambres como
paredes. Luego les dieron un piso sindical en el Polígono de
San Pablo.
La ministra quiere poner a los jóvenes a la altura de Rafael
Gordillo en el corral, esperando que, tras no se sabe qué
riada, les puedan dar un piso oficial. Seguramente será
cuestión de la Alianza de Civilizaciones. Quiere la ministra
que vuelva el corral sevillano, el patiovecinos gaditano, el
portón canario. Que es la vecindad mejicana, el callejón
limeño, el conventillo bonaerense, el habanero solar. Lo de
siempre: la alianza con las civilizaciones de la dictadura y
la miseria.
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