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El
cantaor, qué cantaor, es Juanito Valderrama. El capataz, qué
capataz, es Javier Fal Conde.
Se cumple un año de la muerte de Juanito Valderrama. Esta
tarde dirán ante el Señor de Sevilla una misa por el alma de
aquel gran señor de todos los cantes, trovador de su España
querida que dentro del alma llevaba metía, con olivares de
Torredelcampo, vaya nombre y apellío, y con una niña de
primera comunión en el disco dedicado de Radio Sevilla.
Y de la Torredelcampo jaenera, a la Torredelrío sevillana. La
Torre del Oro. Al pie de la que verdaderamente es Turris
Fortissima, tan humilde que no lo pregona en sus fachadas, al
capataz Javier Fal Conde le sacó su corazón billete para un
paseíto por el río eterno a bordo de la barca de Caronte.
Javier Fal estará ya oyendo el verdadero crujido del Cristo
del Calvario. Alegrándose con las Tristezas de su Virgen, a la
vera, verita de la Vera Cruz. Se nos ha ido este gran
sevillano, este gran capataz que tantas veces sacó los pasos
del Santontierro, como en una levantá de La Canina, a pulso
aliviao, en un silencio de yedra y lirio.
Dos señores, cada cual de lo suyo. Juanito, un señor del
cante, de todos los cantes. De la copla, de todas las coplas.
Un adelantado a su tiempo. Hizo flamenco de fusión cuando era
pecado de lesa seguiriya. Escribió sus propias coplas mucho
antes que los cantautores. «El emigrante» es Serrat con la
guitarra de Niño Ricardo, pero cincuenta años antes. Al
contrario que otros, nunca se avergonzó Juanito de sus
maestros, a los que honró. No se le caían los anillos de su
inmensa popularidad por decir que las primeras letras del
cante las aprendió de Pepe Marchena y que hizo su bachillerato
flamenco en la Alameda, en casa de La Niña de los Peines, con
Tomás Pavón y con Pepe Pinto.
Le pasaba al cantaor como al capataz Javier Fal Conde: que se
honraba honrando a su maestro. Javier Fal Conde fue el gran
discípulo de Rafael Franco. Heredó su armonía, su serenidad,
su señorío mandando pasos. Tenía su voluntad de clasicismo. En
la primera leva de las cuadrillas hermanos costaleros, formó
parte de la Delantera Stuka del llamador: Luis León, Fernando
Moreno, Alejandro Ollero, Pepe Andreu y Javier Fal. ¡Ahí queó!
Unos venían de Ariza, otros del Penitente; Javier Fal venía de
aquel Maestro Rafael cuya memoria honraba en cada paso que
mandaba y que gracias a su iniciativa quedó perpetuada en los
azulejos de una esquina de La Campana, muy cerca del
palquillo: «Capataz Rafael Franco». Si el padre de Rafael
Franco impuso en los capataces la seriedad del terno negro,
Javier Fal vistió al martillo de chaqué. Un señor como Javier
Fal tenía que mandar los pasos de chaqué, como al Cachas, al
hermano de Alfonso Borrero, lo vestían a la federica, con
casaca y peluca de tufos, para sacar el Santontierro.
Ahora que se nos ha ido, siempre recordaré a Javier Fal en los
albores del Viernes Santo, junto al Alcázar. Ha parado el paso
del Calvario y está de espaldas al respiradero, como montando
guardia ante la responsabilidad del llamador. Lleva un traje
negro de cuya solapa, si será respetuoso, hasta se ha quitado
el rojo esmalte de la Cruz de Borgoña de su fidelidad al Rey
de los carlistas. Y lo recuerdo una mañana de domingo de
junio. Corpus Chico en Triana y Corpus Mínimo, íntimo, en la
Magdalena. Javier Fal va de chaqué. En esta Sevilla tan
clásica sólo puede tocar el martillo el chaqué señorial de
Javier Fal. El hermano de Alfonso Carlos, aquel que se metía
de costalero con los profesionales, en tiempos de Rafaelito
Salvatella. Entonces se decía que a don Manuel Fal Conde, el
gran valedor del tradicionalismo carlista en Sevilla, le
habían salido dos niños con afición por el costal y el
llamador. Ahora digo que el padre del gran capataz señorial
Javier Fal era no sé qué de los carlistas en Sevilla.
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