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EL
cardenal Ratzinger ya no existe. Del Vaticano a la Giralda, lo
anunció la voz de bronce de las campanas de la Cristiandad.
Hablaban en latín, como el cardenal Medina al hacer el
anuncio. El bronce de la verdad siempre habla en latín, que es
la lengua materna de Dios. Las campanas anunciaban que el
cardenal Ratzinger ya no existe, como un día dejaron de
existir en la solemnidad de mármol de un balcón ante la
Historia de la Cristiandad otros que le precedieron. Woytila,
Montini, Roncalli, Pacelli también dejaron de existir al ser
elegidos papas.
En el balcón del Vaticano, revestido con el poder y la gloria
de San Pedro, no vi, por tanto, a cardenal alemán alguno. Vi
al Papa. Sencillamente al Papa. Con solideo de Papa y estola
del Papa vi a Benedicto XVI. Vi la continuidad de una Iglesia
con la que no han podido los siglos. Un Papa que estaba donde
tenía que estar, como tenía que estar, a la hora exacta,
representando cuanto significaba. De lejos, sobre la
balconada, era simplemente el Papa. Y como los que estaban en
la plaza lo sabían de antemano, antes de conocer el «gaudium
magnum» ya aplaudían. ¿A quién? Al Papa. A cualquiera que
fuera quien instantes después fuese proclamado Papa. Benedicto
Dieciséis, acostúmbrense al nombre con el ordinal así puesto.
Olvídense de Decimosexto, como nos olvidamos de
Vigesimotercero con Juan Veintitrés o de Decimosegundo con Pío
Doce. Un 16 en la espalda es número de galáctico. Para jugar
la Championlí de lo Políticamente Incorrecto.
Me encanta Benedicto XVI porque será el Papa de lo
Políticamente Incorrecto. Lo siento por los pancarteros, por
los pegatineros, por los abortistas, por los paritarios, por
los que llaman matrimonio a cualquier arrejuntamiento. Qué
disgusto más gordo tendrán quienes toman el bienestar, la
comodidad, el dinero y el hedonismo como medida de todas las
cosas... Si mosqueados estaban con la homilía del cardenal
Ratzinger en la misa «Pro eligendo Papa», ahora tendrán que
ampliar su capacidad de cabreo. Es su paradoja y su
contradicción: ellos no creen en Dios, no creen en la religión
católica y mucho menos en el Papa, ¡pero se cogen unos cabreos
cuando la Iglesia no sigue el dictado de la moda de lo
Políticamente Correcto y dice ni más ni menos que lo que debe
en materia de fe, de moral, de justicia social, de eso tan
desfasado como los principios y los valores!
Si para algunos el cardenal Ratzinger ya no existe y la
Iglesia alinea como punta del ataque para los tiempos que
corren al galáctico 16 de Benedicto, prepárense para escuchar
una y otra vez el apellido del Papa como una ofensa. Los que a
Juan Pablo II llamaban «el polaco» y Wojtila como las mayores
de las ofensas ya tienen cargadas sus armas de repetición de
demagógicas con «el bávaro» y Ratzinger. De inquisidor para
arriba, prepárense a escuchar lo peor:
-¡Oído, cocina! ¡Que sea una de Torquemada para aquí los
señores de la progresía!
-¡Marchando!
Cuando vea que alguien le llama Ratzinger a Benedicto XVI, no
se meta en mayores honduras: verá, tras el ataque
descalificador de su persona, qué defensa más linda del aborto
sigue, o qué primoroso ardor en la apología del matrimonio de
homosexuales o en el humanitario alegato a favor del
homicidio, perdón, de la eutanasia. Como todos no vamos a ser
iguales, como todos no vamos a claudicar ante la dictadura de
la conveniencia y del relativismo que el propio Papa ha
denunciado a pie de cónclave, les advierto que a partir de
ahora mi procesador de textos queda desprogramado para
escribir la palabra Ratzinger. Automáticamente pondrá
Benedicto XVI. Dejemos eso de Ratzinger para esos a los que
ahora tenemos que dar el pésame por la elección de un Papa de
la Fe, de la Moral, de la Verdad y de la Libertad. Aunque
ellos no crean en el Papa. Que es lo más divertidamente
contradictorio de todo.
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