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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Ratzinger ya no existe

EL cardenal Ratzinger ya no existe. Del Vaticano a la Giralda, lo anunció la voz de bronce de las campanas de la Cristiandad. Hablaban en latín, como el cardenal Medina al hacer el anuncio. El bronce de la verdad siempre habla en latín, que es la lengua materna de Dios. Las campanas anunciaban que el cardenal Ratzinger ya no existe, como un día dejaron de existir en la solemnidad de mármol de un balcón ante la Historia de la Cristiandad otros que le precedieron. Woytila, Montini, Roncalli, Pacelli también dejaron de existir al ser elegidos papas.

En el balcón del Vaticano, revestido con el poder y la gloria de San Pedro, no vi, por tanto, a cardenal alemán alguno. Vi al Papa. Sencillamente al Papa. Con solideo de Papa y estola del Papa vi a Benedicto XVI. Vi la continuidad de una Iglesia con la que no han podido los siglos. Un Papa que estaba donde tenía que estar, como tenía que estar, a la hora exacta, representando cuanto significaba. De lejos, sobre la balconada, era simplemente el Papa. Y como los que estaban en la plaza lo sabían de antemano, antes de conocer el «gaudium magnum» ya aplaudían. ¿A quién? Al Papa. A cualquiera que fuera quien instantes después fuese proclamado Papa. Benedicto Dieciséis, acostúmbrense al nombre con el ordinal así puesto. Olvídense de Decimosexto, como nos olvidamos de Vigesimotercero con Juan Veintitrés o de Decimosegundo con Pío Doce. Un 16 en la espalda es número de galáctico. Para jugar la Championlí de lo Políticamente Incorrecto.

Me encanta Benedicto XVI porque será el Papa de lo Políticamente Incorrecto. Lo siento por los pancarteros, por los pegatineros, por los abortistas, por los paritarios, por los que llaman matrimonio a cualquier arrejuntamiento. Qué disgusto más gordo tendrán quienes toman el bienestar, la comodidad, el dinero y el hedonismo como medida de todas las cosas... Si mosqueados estaban con la homilía del cardenal Ratzinger en la misa «Pro eligendo Papa», ahora tendrán que ampliar su capacidad de cabreo. Es su paradoja y su contradicción: ellos no creen en Dios, no creen en la religión católica y mucho menos en el Papa, ¡pero se cogen unos cabreos cuando la Iglesia no sigue el dictado de la moda de lo Políticamente Correcto y dice ni más ni menos que lo que debe en materia de fe, de moral, de justicia social, de eso tan desfasado como los principios y los valores!

Si para algunos el cardenal Ratzinger ya no existe y la Iglesia alinea como punta del ataque para los tiempos que corren al galáctico 16 de Benedicto, prepárense para escuchar una y otra vez el apellido del Papa como una ofensa. Los que a Juan Pablo II llamaban «el polaco» y Wojtila como las mayores de las ofensas ya tienen cargadas sus armas de repetición de demagógicas con «el bávaro» y Ratzinger. De inquisidor para arriba, prepárense a escuchar lo peor:

-¡Oído, cocina! ¡Que sea una de Torquemada para aquí los señores de la progresía!

-¡Marchando!

Cuando vea que alguien le llama Ratzinger a Benedicto XVI, no se meta en mayores honduras: verá, tras el ataque descalificador de su persona, qué defensa más linda del aborto sigue, o qué primoroso ardor en la apología del matrimonio de homosexuales o en el humanitario alegato a favor del homicidio, perdón, de la eutanasia. Como todos no vamos a ser iguales, como todos no vamos a claudicar ante la dictadura de la conveniencia y del relativismo que el propio Papa ha denunciado a pie de cónclave, les advierto que a partir de ahora mi procesador de textos queda desprogramado para escribir la palabra Ratzinger. Automáticamente pondrá Benedicto XVI. Dejemos eso de Ratzinger para esos a los que ahora tenemos que dar el pésame por la elección de un Papa de la Fe, de la Moral, de la Verdad y de la Libertad. Aunque ellos no crean en el Papa. Que es lo más divertidamente contradictorio de todo.




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