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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El rotweiler es un gatito

LO descubrí gracias a un cernudiano, liberal escritor de periódicos. En su glosa a la figura humana de Benedicto XVI, Carlos Colón decía en su artículo diario: «Hacía años que este anciano de conocida vocación intelectual, frugalidad, modestia y carencia de ambiciones personales deseaba retirarse a su Baviera natal con sus libros, su música y sus gatos». Sí, sus gatos. No un solo gato como el que esperaba a Serrat en los alambres del patio a la salida del colegio, sino todos los gatos de la felina Roma: los gatos del Capitolio, los gatos de Largo Argentina, los gatos del Foro, los albertianos gatos del Trastevere. Desde el rigor, Colón daba bolilla a la demagogia del rotweiler, cuya carlanca han colocado a un Papa al que presentan como agresivo mastín de majada más que apacible pastor de almas. Imagen bastante ramplona: rotweiler le decía Lady Di a Camila Parker.

He intentado sin éxito documentarme sobre los gatos de Benedicto XVI. ¿Cuántos son, cómo se llaman? ¿Dóciles gatos caseros de pelo largo, desvalidos callejeros acaso, recogidos como en una reescritura con michus de la parábola del buen samaritano? Poco he hallado sobre el «Animal Farm» de la realidad, en que el rotweiler falso es un gato verdadero. He encontrado un relato hermosísimo de cuando el Papa iba andando desde su casa en una plazoleta del Borgo hasta el Vaticano: «El cardenal Ratzinger acostumbraba a ir al trabajo con la sotana negra y la boina también negra que le tapaba las canas, por lo que pocos le reconocían. Saludaba a Islam, vendedor ambulante del Bangladesh; deseaba buenos días a dos cardenales vecinos suyos, y hasta hablaba con los gatos callejeros.» El Papa que hablaba con los gatos. Con la libertad. La mejor estatua de la Libertad no está en Nueva York: es cada uno de los libres, orondos, venerados gatos callejeros de Roma. El Papa hablaba con los gatos porque dialogaba con la libertad. No puede haber maldad ni autoritarismo en quien ama a los animales, en quien, como reconoció Juan Pablo II, sabe que algún tipo de alma tiene una criatura de Dios capaz de sufrir y de alegrarse.

Los gatos de Roma, bastante más libres que cuantos repiten la demagogia del rotweiler, conocían a Benedicto XVI. Lo seguían desde el Borgo. Cuentan los alabarderos de la Guardia Suiza que el cardenal llegó una mañana a las puertas del Vaticano con diez gatos siguiéndole. Bromearon:

- ¡Atención, Eminencia, que los gatos atacan a la Santa Sede!

No son precisamente los armónicos, relajantes, apacibles, libres, independientes gatos los que atacan a la Santa Sede, sino los que sacan a pasear la demagogia del rotweiler. El Papa se sentirá doblemente compañero de sus gatos: sufre sus mismas calumnias de ariscos, de odiosos. Los gatos llevan siglos sobreviviendo a su mala fama. Este Papa que pidió perdón por los errores históricos del Vaticano quizá presente excusas a sus queridos gatos porque la Iglesia los hiciera en la Edad Media agentes del demonio y de las brujas. Benedicto XVI no sólo es escritor, sino escritor con gatos, como Hemingway, como María Zambrano. Espero que Juan Manuel de Prada y Juan Vicente Boo lo cuenten mañana. Espero que igual que vimos al perro Odin pasando protocolariamente por delante de todos en el entierro de Rainiero III, admiremos hoy a los gatos de Benedicto XVI cuando sean solemnemente entronizados en el Vaticano. ¿Cuántos son, cómo se llaman los gatos de Benedicto XVI? Ningún cardenal recorrerá las estancias vaticanas con mayor solemnidad que ellos con su peluda, elegante armonía. En cuanto a lo que se puede esperar de un Papa con gato, piénsese que los del Benedicto XVI no serán los primeros gatos pontificios. León XIII llevó a San Pedro a su gato Micetto, que hasta le acompañaba en las audiencias, jugueteando bajo su sotana. Gracias al ejemplo de libertad de su gato Micetto pudo luego promulgar la «Rerum novarum» con la justicia social como bandera.



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