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A
la vista de los resultados de las elecciones en el Reino Unido
de la Gran Bretaña y contemplados los antecedentes históricos
de comportamiento colectivo de aquel pueblo (perdón, de
aquellos ciudadanos y ciudadanas), cada vez me dan más ganas
de hacerme inglés. Y si no inglés de todo anglicanismo, que
diría Carmen Calvo, al menos inglés estampillado, inglés
provisional, inglés supernumerario, inglés honorífico. Dadas
las generales simpatías que tiene la Gran Bretaña, deberían
abrir un banderín de enganche para que nos dieran papeles de
ingleses a los españoles que la consideramos nuestro paraíso
cívico.
¿Usted no ha visto nuestra barra libre de papeles para los
inmigrantes? Pues lo mismo, y con igual manga ancha, deberían
hacer los ingleses para darnos papeles a los que queremos ser
como ellos, vivir como ellos, comportarnos como ellos,
enfrentarnos al mundo de un modo tan elegante. Si los ingleses
se apiadasen de nosotros, nos darían su condición legal, ¿qué
digo yo?, presentando un tique de compra de las últimas
rebajas de Harrod´s; o una factura del costroso hotel Mont
Royal donde en los 70 estuvimos miles de estudiantes españoles
con un viaje baratito del Club de Vacaciones. Si los ingleses
se apiadasen de nosotros, nos estampillarían de británicos al
presentar un billete de la Circle Line del Metro de Londres, o
incluso una argéntea jarra de pico que compramos baratísima
entre la españolería sabatina que rebusca gangas en los
puestos de Portobello Road.
¿Por qué quiero echar los papeles para ser inglés? Hombre, por
la maravilla de Partido Socialista que tienen allí, esos
laboristas de Tony Blair. Un señor, y no un malvado con cejas
de demonio. Aquí en España ganan las elecciones los
socialistas y los conservadores pierden el sueño y la
esperanza. Pero allí ganan las elecciones los socialistas y
los conservadores, encantados de la vida. Ya quisiera yo para
España un partido socialista como el inglés. Un partido
socialista que, perteneciendo a la misma Internacional que el
PSOE, no está basado en el sectarismo radical. Que no llama
facha y reaccionario a todo adversario. Un partido de
izquierda que llega al poder y no se dedica a deshacer todo lo
que lograron los anteriores sino, sobre esos aciertos, tratar
de mejorar un indicador social tan importante como la
Felicidad Per Capita. Que no acaba con la Ley Antiterrorista,
ni sienta a los pistoleros asesinos en el Parlamento, ni hace
la vista gorda ante partidos cómplices de los criminales. Un
partido socialista que no rompe con los Estados Unidos,
orgulloso de pertenecer a la vanguardia de las libertades. Que
no establece una alianza de civilizaciones con las dictaduras
más impresentables del mundo, caribeñas o rifeñas. Un partido
socialista que no pone en almoneda los principios religiosos
de la sociedad, ni se enfrenta al obispo de Canterbury. Que no
presenta como matrimonio una fotocopia burlesca de uniones de
mondrigones. Que no predica un pacifismo de boquilla mientras
vende armas a todos los dictadorcillos impresentables del
mundo y tanques para que nos quiten Ceuta y Melilla. Que no
tritura el Ejército, la enseñanza y la cultura, ni abre fosas
para desenterrar el odio de la Guerra de los Cien Años. Un
partido socialista que no pone en cuestión la Monarquía, ni
alienta a sus bases a que saquen la bandera republicana a la
calle. Que respeta a la Reina Isabel y no la utiliza para
mandarla por café a Venezuela, por tabaco a Cuba y por té
moruno a Marruecos (entre otras cosas, porque ella no se deja,
y no como otros).
Un partido socialista, en fin, que para gobernar no pacta con
los separatistas que llevan en su programa la urgente
conversión del Reino Unido en la República Desunida de la Gran
Bretaña. Y que para perpetuarse en el poder no arrincona y
extermina a sus adversarios, pactando con el diablo si hace
falta. Por ejemplo, con la ETA.
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