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No
habían pasado ni dos horas del humo blanco anunciador del
nuevo Papa en el Vaticano, y ante el Señor de Sevilla un
sacerdote decía una misa por Juanito Valderrama, en el cabo de
año de su muerte. Y en las preces de la rúbrica, la Iglesia ya
estaba rezando por Benedicto XVI. Al salir, le pregunté a
alguien de Torredelcampo:
-¿Qué le parece a usted el nuevo Papa?
-Pues que es Benedicto XVI, y sanseacabó. Que la cosa sigue
como tiene que seguir.
No habían pasado ni dos horas desde que la Casa de S.M. había
anunciado que los Príncipes de Asturias esperan para el
nacimiento de su primer hijo y llamé a aquel torrecampeño,
corto en palabras, hondo en ideas:
-¿Qué le parece a usted el embarazo de Doña Letizia?
-Yo sabía que estaba embarazada. Los que hemos andado con
caballos en el campo sabemos que «yegua delgá, yegua pre-ñá».
En cuanto la vi el otro día se lo dije a mi mujer: «Tan
delgada tiene que quedarse embarazada ya mismito, si no lo es-tá...»
-¿Pero qué le parece el embarazo?
-Pues lo mismo que le dije cuando el Papa: que no es Doña
Letizia, sino la Princesa de Asturias. Y que si dicen que va a
tener un niño, pues es señal de que no nos va a faltar Rey en
España, y sanseacabó. La cosa sigue como tiene que seguir.
Y en este mundo tan cambiante, donde todo está un poco peor
que ayer, pero bastante menos desastroso que mañana, conforta
que al menos nos queden dos instituciones, a las que nombro
por sus nombres clásicos, Altar y Trono, donde la continuidad
de su propia esencia les da serenidad y confianza. Se renuevan
las personas para que las instituciones permanezcan. Y
sanseacabó. Todo sigue como tiene que seguir. Que digan lo que
quieran los que no creen ni en el Papa ni en la Monarquía. A
los que paradójicamente (doy nombres: Carod, Llamazares) les
preocupa ahora tanto la Princesa de Asturias como antes
Benedicto XVI.
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