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La
recitadora Gabriela Ortega le dijo una noche a Jesús Quintero
que el arte es como una bonoloto divina: unas bolitas blancas
que tira Dios desde el cielo y al que le toca, le tocó. Como
es la tierra de su Madre, a Dios se le fue la mano tirando
sobre Sevilla el pelón de esas bolitas. Ha nevado con ellas
muchas calles y pueblos. Se le fue la mano en la calle San
Pedro Mártir. Hizo que en la misma calle nacieran los dos
mayores poetas populares que dio la literatura española del
siglo XX: Rafael de León y Manuel Machado. «Tatuaje» y «Adelfos»
de esquina a esquina. Más de media poesía popular española
nació en la misma calle.
Y a Dios se le fue la mano con Camas en el arte de la
Tauromaquia. Aparte de hombres de plata y montados del
castoreño, puso Dios allí las más importantes piezas del
tesoro tartésico del toreo: Camino y Romero. Juan de la Vara
lo anunció al mundo en un fandango: «Ya Camas tiene un
Camino/y en el camino un Romero./Con la aroma del romero/se
está alegrando el camino,/¡qué Camino y qué Romero!» Carmen
Calvo se ha quedado con el cante, y le ha dado la Medalla de
Bellas Artes con toda justicia a Paco Camino. Como la calle
San Pedro Mártir. No creo que haya en el orbe católico un
pueblo que tenga entre sus hijos predilectos a dos toreros con
su medalla de Bellas Artes cada uno. Piensen los aficionados
en aquella foto triunfal de la vuelta al ruedo apoteósica en
la Feria de Sevilla de 1965. Van Puerta, Camino, Romero y el
ganadero Benítez Cubero. Pues como allí había tanto arte,
media foto tiene ya la correspondiente medalla. Medalla al
Faraón y medalla al Niño Sabio que han llevado el nombre de
Camas por el mundo.
Le di ya mi medalla particular a Paco Camino en la Feria de
Sevilla de 1999. La medalla de la hombría y del compañerismo a
quien ya tenía, y reconocidas, las del valor, el arte y la
técnica. Fue en el rinconcito de la barrera del 7, donde
Camino tiene su abono. Flor de reventa, llegó a una localidad
vecina un remilgado petimetre mexicano chorreando dinero, con
vistosa dama, probablemente de alquiler. Era una corrida de
Zalduendo. La toreaba Emilio Muñoz. En el primero, Emilio
pegaba un sainete ante el silencio de respeto de la plaza,
cuando el mexicanito, gritó descompasadamente:
-¡Maricón!
Siseos, caras de piedra por la sorpresa, indignación. Y
Emilio, allí abajo, jugándose la vida. Y el mexicanete que
salta otra vez:
-¡Maricón, no sé cómo te contrata la empresa!
Otra vez el murmullo de desaprobación, los siseos. Hasta que
desde el señorío y la sabiduría de su primera fila de barrera,
Paco Camino, que estaba delante del andova, se le volvió con
mucha serenidad y, sin alterarse, le dijo, pegándole un «tú»
como un cañonazo:
-Mira, nadie que se ponga ahí abajo es maricón, pá que te
enteres... Como lo vuelvas a decir, te voy a dar dos hostias
que te voy a mandar de vuelta a México y me voy a cagar en tu
puta mare...
-Es que yo soy empresario y ganadero...
-Pues aunque lo seas, como lo digas otra vez me cago en tu
puta madre...
Callóse el novohispano, no abrió más la boca, puesto en su
sitio por el pundonoroso Niño Sabio de Camas. El gachupín
aguantó como pudo, con la cabeza entre las manos, sin mirar a
nadie, un toro más. Antes del salir el tercero, levantó a su
dama y sin decir nada cogió camino... y puerta. Fuése y sí
hubo algo: Emilio Muñoz le cortó las dos orejas al segundo
zalduendo. Junto a la de Emilio, en el rinconcito del 7
pudimos admirar la más secreta y redonda faena de Paco Camino
en la plaza de Sevilla. La faena del pundonor y de la hombría.
Sin ser un gran hombre no se puede ser un gran artista. Por
eso, aquella misma tarde de abril de 1999, yo le di ya del
tirón y por mi cuenta la Medalla de Bellas Artes a Paco
Camino.
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