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EN
los periódicos provincianos a los que nunca se les hizo
justicia y donde empezaron a escribir muchos ingenios de este
Reino, solía haber una pequeña sección titulada «El vuelo de
las aves anilladas». Informaba de las anillas encontradas por
mayetos y lugareños en aves cazadas con una escopetilla de
perdigones o apresadas con liria. Decían sus gacetillas: «En
el cortijo Rompeserones y por su casero ha sido capturada una
garcilla que portaba en una de sus patas una anilla con la
inscripción "Copenhag.Nat.Museum 1964/249875"». Cuando entré
de redactor en prácticas en ABC de Sevilla, escribí muchas de
aquellas notas. Desde los pueblos, los que habían encontrado
un ave anillada enviaban dentro de un sobre azulina el trozo
de metal que el pajarito, ¡animalito!, llevaba en la pata. Si
aquellas notas servían científicamente para algo, nunca lo
supe, en aquella prehistoria de una ecología donde las aves
migratorias no eran aún controladas por GPS.
De las aves anilladas hemos pasado a los españoles anillados.
Si existiera aún esa sección en los diarios, la habrían
actualizado: «La moda de los españoles anillados». Y en ella
podríamos leer gacetillas que dirían aproximadamente:
«En misa de 11 de la iglesia de la Concepción ha sido hallada
una señora de la especie Barrio de Salamanca, que portaba en
su muñeca izquierda una anilla de goma de color amarillo con
la inscripción "100% católico"».
«En el vestuario del estadio de Heliópolis ha sido encontrada
una pareja de jugadores del Betis que llevaban en sus muñecas
una pulsera verde de plástico duro con el letrero: "Sentir,
luchar, ganar. Podemos"».
«En el pleno del Ayuntamiento de Madrid ha sido encontrado un
ejemplar auténtico de Ruiz-Gallardón, que en la mano derecha
con la que hace política para complacer a la izquierda llevaba
una pulsera de silicona, de color rosa PSOE oscuro, con la
leyenda "Madrid 2012"».
Y así, en días sucesivos leeríamos en esa sección el hallazgo
de españoles anillados con las pulseras de la lucha contra el
cáncer, contra la esclerosis múltiple, contra el sida.
Pulseras contra el racismo y pulseras a favor de la
solidaridad, tópicos progres de silicona en la muñeca.
Pulseras para que los alumnos de Tercero se paguen el viaje de
paso del Ecuador; que no sé qué Ecuador pasan ahora los
estudiantes, cuando todo Ecuador se ha venido a trabajar a
España...
Pulseras de todo y por su orden. Pulseras del cuento de la
lechera de los que hacen caridad con dinero ajeno: «Si
vendemos un millón de pulseras, a un euro cada una, es un
millón de euros». Pulseras naturalmente fabricadas en China.
Que inventen ellos y que fabriquen los chinos. Pulseras de
diseño y pulseras de chuchiperri. Pulseras verdaderas y
pulseras falsas. Los que antes te daban el timo poniéndote en
la puerta del Cortinglés un lazo rojo diciendo que el dinero
era para los enfermos del sida, te venden ahora una pulsera
que pone no sé qué del sida. Antes les dabas la voluntad, el
durito en la alcancía. Ahora el fraude es de precio fijo: el
antiguo timador del lazo rojo que te vende la pulsera falsa
contra el sida te engaña a euro el pelotazo.
De la moda de los lazos hemos pasado a las pulseras
presuntamente solidarias. Me acuerdo ahora de aquella España
de los lazos negros contra la ETA. De la angustiada España del
lazo azul que pedía la liberación de Ortega Lara. ¿Para qué
sirvieron aquellos lazos, aquel dolor? Nada de aquello existe
ya. Viendo la manifestación de las víctimas del terrorismo
pensaba anoche que este Gobierno nos quiere poner a todos la
pulsera de la falsa paz, del embuste del diálogo. Nos quiere
anillar con una traílla de silicona que diga: «Olvida a los
mil asesinados por la ETA».
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