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Como
a algunas mujeres simplemente resultonas les dicen que son
guapas y se lo creen, a Sevilla le dijeron un día que era una
ciudad barroca y se lo creyó. ¡Vamos que si se lo creyó! Quizá
sea la única ciudad del mundo donde se sigue haciendo barroco
en el siglo XXI. Todas las artes y artesanías cofradieras, su
imaginería, su cartelería, su estética, la arquitectura
efímera de sus altares de cultos, la tipografía de sus
convocatorias, es barroco en el siglo XXI. En Sevilla hoy en
día, todavía, carnes mías, puedes tomar café con un escultor
barroco y encargarle una figurita de Lladró en forma de
monumento que poner, ¿dónde va a ser? ¡En el Paseo Colón! Que
se llama así porque allí cuelan todos los monumentos. Yo voy a
proponer un monumento a Pepe Hillo, ¿será por toreros? ¿Por
qué Ronda venera a Pedro Romero y Sevilla olvida a Pepe Hillo?
En los monumentos a los toreros vivos quien sale mejor parado
es El Cid. No llores por mí, Salteras: El Cid ya tiene su
monumento en Sevilla. Con caballo y todo: el caballo de El
Cid. Es el único torero de monumento con plaza montada; los
demás son de infantería o de pescadería de cartucho.
Sevilla es más que lo barroco. Es más clásica, por romana, por
grecolatina, de cuanto creemos. Más neoclásica. Más romántica.
La ciudad soñada fue acuñada por los viajeros románticos. Y es
más renacentista de lo que se cree. Su símbolo, la Giralda, es
puro refinamiento del Renacimiento. O Las Cinco
Llagas.Andalucía legisla desde el Renacimiento, quizá por el
«volver a ser lo que fuimos», por el renacimiento
regeneracionista de Blas Infante, ahora hijo adoptivo como hay
que serlo: a título póstumo.
-Por cierto, ¿qué hay más en Sevilla? ¿Hijos adoptivos o
monumentos a toreros?
-Así, así andamos...
Estamos en días de glorificación renacentista de Sevilla. De
los cielos que perdimos han bajado esa Giralda falsa a la que
monseñor Amigo le canta por su admirada Juanita Reina: «Que no
la quiero mirar,/ no me lo cuentes, vecina:/ no subáis la de
verdad,/ dejad la de plastilina».
A la Giralda se le devuelve, con la bajada, su nombre popular:
Santa Juana. Aquí la Fe Victoriosa es Santa Juana. Algo tan
firme como la Fe está representado por una esquiva y cambiante
veleta. ¿Qué es Sevilla? ¿El viento que cambia o la torre que
permanece? ¿O ambas cosas, la torre que se adapta con su
veleta a los vientos dominantes, como tantos oportunistas
trepas en la cobarde Ciudad de la Ojaneta? En la ciudad falsa,
ahora, la Santa Juana verdadera. Y el plateresco. «Fagamos un
Renacimiento tal -dice el Ayuntamiento- que los siglos
venideros no nos coman el coco diciendo que somos barrocos».
¡A terminar la fachada plateresca de la Casa Grande! Tal como
ahora se hace aún barroco, yo he visto en esos andamios de la
Plaza de San Francisco, con toda la calor, al escultor Manuel
Echegoyán haciendo plateresco. Labrando tondos y pilastras de
la fachada inconclusa de Balbino Marrón. Sobre la puertecita
que da a la Plaza dejó Echegoyán su autorretrato y el retrato
de su mujer, como romanos de la Bética. Para poder llenar su
honrado plato, Manuel Echegoyán, el escultor valiente de la
vanguardia imposible, el autor del monumento a Castelar en el
Cristina, se tuvo que ganar las habichuelas haciendo
plateresco. Siempre fuera de tiempo y fuera de tiesto,
plateresco y barroco son aquí artes contemporáneas.
Aprovechen la collada y fíjense en la Giralda sin Santa Juana,
antes que pongan la verdadera. La Giralda sí que es ahora buen
símbolo de Sevilla. La torre, sin Santa Juana, está como
muchos de sus gobernantes quieren a Sevilla: sin Fe. La torre,
sin veleta, está como anda Sevilla con estos gobernantes:
esnortaíta perdía.
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