|
-
La
frase es de Jean Cocteau, el escritor francés de la parte
picassiana del espectáculo de las artes y las letras que por
estas fechas solía aterrizar por Cádiz, convidado por Pemán
para participar en sus Cursos de Verano. Pemán y Cocteau eran
por la noche dos chaquetas blancas tomando el fresquito de la
Alameda, mientras cenaban en la terraza de El Anteojo de
Pepiño. Cocteau dijo: «Prefiero los gatos a los perros porque
no hay gatos policías». La frase deslumbra a cualquiera. A mí
mismo, que la cité en «Gatos sin fronteras». Una chorrada
pronunciada por un señor importante adquiere inmediatamente la
condición de genialidad de categoría. Pero tú dices algo así y
te responden:
-Haz el favor de no decir más tonterías.
Pero la dice Cocteau, o uno de estos divinos calvos que se
llevan ahora como iconos de la modernidad, y todo el mundo:
-¡Qué humor más inteligente tiene este hombre!
En el Instituto Italiano de Cultura de Barcelona, tras un
criminal atentado terrorista (me importa un bledo si es
anarquista, etarra o islamista), ha habido un perro que con su
vida ha desmentido la chorrada de Jean Cocteau. Y que conste
en acta que escribo esto por dictado de mis litergatos, Remo y
Rómulo, que están impresionadísimos por la muerte de Pretto.
Contra lo que se dice, los perros y los gatos no se llevan
como los perros y los gatos: se llevan divinamente. Pretto era
un nobilísimo e inteligentísimo perro labrador, adiestrado en
la detección de explosivos por un policía nacional, su guía,
cuidador y compañero. Vieron una cafetera sospechosa, cuyo
Catunambú resultó luego ser triquitraque, llamaron a la
Policía y los agentes se presentaron con un perro y su
adiestrador. El perro era este Pretto para el que pido los
honores de la heroicidad animal: la Laureada de San Roque que
se merecen los perros valientes que con su vida salvan la de
sus amos antes de irse al cielo de los labradores buenos.
Pretto, atado con una larga traílla, se acercó a la
cafetera-bomba y olisqueó un cable que de ella salía. Lo
toqueteó. Hizo explosión. Cogió de lleno al pobre perro, al
que la onda expansiva lanzó a más de cinco metros. Gracias a
Pretto, se evitó una desgracia humana. El policía que lo
guiaba y cuidaba resultó con heridas leves. En el cuerpo. En
el alma, cualquiera que ame a los animales puede imaginarse
las heridas de agradecimiento y dolor que ahora tiene ese
policía de los Tedax que ha perdido a su mejor compañero.
En Londres han levantado recientemente un monumento a los
animales que ofrecieron sus vidas a los hombres en las
guerras: las palomas mensajeras, los mulos de artillería.
Seguimos en guerra, en guerra contra el terrorismo, y los
animales continúan entregando sus vidas para salvar las
humanas. Pretto dio su vida por su policía guía. Como la
habrían entregado esos perros husmeadores del Scotland Yard,
que con sus mantitas de policías ingleses, elegantísimos,
hemos visto olisquear entre los hierros retorcidos del rojo
autobús de la muerte en Londres.
Pretto ha tenido su gloria. La Jefatura de Policía de
Barcelona ha hecho constar sus heroicos méritos de guerra en
la orden de plaza: «Ante una situación de crisis, con su
trabajo, Pretto ha evitado lesiones más importantes a su
adiestrador. Los hechos demuestran la gran preparación,
adiestramiento y alto grado de disciplina que el policía
herido había proporcionado a su perro».
Pretto me ha hecho acordarme de Odin, el perro grifón de
Raniero de Mónaco que presidió su entierro. Se ve que Odin ya
no manda en el Principado. Gracias a Odin, prudente, siempre
en su papel, hasta en la muerte de su amo, Raniero no hacía ni
decía tonterías. Seguramente el Príncipe Alberto ha mandado a
Odin al refugio de una protectora. ¿Se lo explican ahora todo,
no?
Recuadros de días
anteriores
Correo
Biografía de Antonio Burgos
Libros
de Antonio Burgos en la libreria Online de El Corte Inglés
|