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No
me da miedo el avión. Ninguno. Lo que me da pánico es el
aeropuerto. Un enlace en un aeropuerto, de terminal nacional a
terminal internacional o viceversa. ¿No se acuerdan de aquello
que decían en el año 2000, los terrores del milenio? Ya han
llegado. Están en los enlaces de los aeropuertos. Mentes
perversas de arquitectos, como un tal Pere Nicolau en Palma de
Mallorca, diseñan tormentos crueles para la Humanidad. Los
suplicios chinos son caricias al lado de lo que los viajeros
han de sufrir en los enlaces de aeropuertos. Con la
complicidad de la chica que te extendió el billete en la
agencia, y te dijo que había tiempo sobrado para el enlace.
Tres cuartos de hora es tiempo sobrado para enlazar de un tren
a otro en Atocha. Pero 45 minutos son un suplicio si tienes
que ir en Barcelona desde tu avión de línea interior, que
siempre te deja en la ultima puerta, a tu vuelo internacional,
que, mire usted por dónde, siempre sale en la puerta que está
justo al lado de la Diagonal. Corre que te corre, con la
impedimenta de mano, has de recorrer yo calculo que 20 ó 25
kilómetros desde tu vuelo nacional a tu enlace internacional.
¡Y en diez minutos! Y mientras, esa megafonía dando por saco:
«Último aviso para los viajeros gordos, sofocados y adiposos
que vienen de Málaga y tienen que coger el vuelo de Hamburgo».
Y los viajeros, con la lengua fuera, cayéndoseles la
paquetería de mano, por aquellos pasillos, inmensamente
largos, bulliciosos, hasta que llegan al tapiz rodante donde,
¡siempre, siempre!, hay un tío con un maletón apalancado en el
suelo que te cierra el paso, con la prisa que llevas, que el
embarque era a las 13,20 y son ya las 13,55...
Lo de Barcelona es un agradable paseo al lado del terror de
Palma de Mallorca. Palma, ciudad de la luz, del Mediterráneo,
de la claridad balear, tiene el aeropuerto más oscuro del
mundo, siempre con la luz eléctrica encendida. Como a Rafael
Moneo, que hizo igual en el aeropuerto de la luminosa Sevilla,
yo condenaba a estos arquitectos tenebristas a que pagasen de
su bolsillo un mes de luz eléctrica de su obra. Que en el caso
de Palma es como una larga mazmorra aeroportuaria, mal
señalizada, donde, tras jardinera, te bajan del avión nacional
por una mangada de embarque del ganado y has de ir a tomar el
vuelo nacional aproximadamente al otro lado de la isla, al que
llegas por unos largos pasillos repetidos, donde nunca sabes
si es el mismo que atravesaste antes y con el que te
confundiste, o es otro nuevo. Y con rampas. Para dar mayor
interés al tormento chino de llegar en diez minutos de un lado
a otro de un laberinto de cinco kilómetros, en Palma han
puesto rampas. Divertidísimas. Porque siempre coges hacia
arriba y a la derecha la rampa por donde tenías que haber ido
hacia abajo y a la izquierda. Error del que te das cuenta
siete u ocho kilómetros más adelante, cuando preguntas por la
puerta E-46:
- ¿La puerta E-46? Uf, eso está allí, al otro lado...
Y te señalan a través de los cristales como para Formentera o
Cabrera. Y todo esto, a pie. En aeropuertos extranjeros, de
una terminal a otra, yo he ido en monorraíles elevados en
Miami, en un metro simpatiquísimo en Zurich, en jardineras de
diseño que actúan como escalerilla del avión. En España, no.
Como fomento del deporte, han inventado la Maratón
Aeroportuaria. Yo ya tenía medalla de oro en la Maratón del
aeropuerto del Prat y en la Media Maratón de Barajas. Ahora la
he ganado en Palma, gracias a Air Berlín. La próxima vez digo
que soy un cojo autonómico de Paco Mira. Porque iba
acalambrado, con la lengua fuera, a punto de perder mi enlace,
por esos pasillos de Palma, y pasaban en sus carritos de golf
unos tíos sentados, repanchigados, mirándonos con curiosidad y
desprecio. Ni cojos ni nada. Seguro que dicen que son cojos
para no tener que correr la Maratón de aeropuerto. Que es lo
que haré la próxima vez. ¡Las cojetadas de ojaneta que voy a
pegar bajándome del avión de Sevilla, para que me monten en el
carrito de golf y me lleven en volandas hasta el vuelo de
Zurich!
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