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HEMINGWAY
tenía de los toros la idea que puede tener un americano. Pero,
sobrado de intuición, supo hallar toda la literatura que
llevan dentro. Hemingway se planteó los toros como sus colegas
americanos el boxeo. En vez de hacer reportajes literarios en
forma de libro sobre Ray Sugar Robinson, los escribió sobre
Ordóñez, Dominguín, la Pamplona taurina. Con tal intuición,
que un título de don Ernesto rotula la presente temporada
taurina: «Verano sangriento».
Como el hambre ya no da cornás, las dan los toros. Cornás o
lesiones de futbolista. Peor. Son las que más temen los
toreros, por lo que tardan en sanar: huesos rotos, roturas de
ligamentos. Más propias de Ronaldos y Ronaldiños que de Fundis
y Fandis. Así está El Jose, que encabezaba el escalafón de los
novilleros y ahora pisa el pobre la raya de picadores de la
hemiplejia. Así Esplá, rotura de pleura y costillas. Todos los
grandes se han llevado cornadas gordas. El Cid y César Rincón
también forman el mano a mano de moda en el dolor de las
cornadas de impresionar... a los hombres, que las mujeres
chillan histéricas por un puntazito de nada. Ponce, Iván
Vicente, Barrera, Cepeda, ya digo, medio escalafón en el
sanatorio de toreros.
En este mundo de los veranos sangrientos, siempre hay un
médico milagroso a quien llamar. Manolete se murió llamando al
doctor Jiménez Guinea. Tras lo de Linares, Dominguín metió al
doctor Zúmel en su coche de cuadrillas e iba a torear con
médico puesto, por si las moscas de las enfermerías de las
plazas solanescas de los pueblos. Paquirri se desangró camino
de Córdoba llamando al doctor Vila. El nombre mágico ahora es
Villamor, el doctor Ángel Villamor. Los toreros llevan en las
capillitas devotas de sus cuartos de hotel las estampas de
todas las Vírgenes de su pueblo, pero los mozos de espadas
llevan en la agenda el teléfono del doctor Villamor. Y cuando
hay hule, Villamor los saca adelante, tengan lesión de
futbolista o cornada de pundonor. Comprueba que los toreros
están hechos de otra pasta. Se van en coche hasta Francia con
sus heridas con los puntos puestos, sanan en horas. Hoy están
pegando cojetadas en la clínica y mañana, en la puerta de
cuadrillas, más toreros y derechos que la garrocha de Javier
Buendía.
Dicen que los toreros son de otra madera. ¿Sólo los toreros?
¿Y el resto de los españoles, no somos también de otra madera?
Como a los toreros no se les puede aplicar el protocolo de
tiempo de curación del resto de los mortales, a los españoles
no se nos puede aplicar la capacidad de tragar quina que al
resto de los europeos. ¿En qué país el electorado aguanta y
traga lo que aquí? ¿En qué nación europea se queda la gente
tan campante si por ejemplo les dicen que la nación alemana no
existe, que no hay más patria que Baviera? Sólo siendo de otra
pasta podemos aguantar que los terroristas se sienten en los
parlamentos democráticos; que los independentistas decidan el
futuro de la Constitución nacional; que los aparatos del
Estado aparezcan mezclados en las matanzas asesinas; que la
Justicia sea lo de Pacheco; que una caja de ahorros regional
en mano de los separatistas coja por lo que le cuelga al toro
de Osborne entre las patas a todo el sector energético, y a la
economía nacional entera en cuanto le plazca, desde el núcleo
duro de las empresas más estratégicas. Sólo siendo de otra
pasta, de otra madera, como los toreros, se explica que
aguantemos a un presidente que dice a la oposición que hay que
dialogar sobre el diálogo y todos tan panchos. Incluido el
jefe de la oposición, al que dentro de dos meses le dirán otra
vez que si quiere que le cuenten el cuento de la buena pipa y
dirá que sí, que se lo cuenten.
Sí, los toreros y los votantes españoles son de otra madera.
Lo malo es que los toreros llaman al doctor Villamor y en dos
días están haciendo el paseíllo. Como no hay un doctor
Villamor para España, aquí de paseíllo, nada. Para el arrastre
están dejando esto.
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