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Bueno,
de «quads», nada: cuatriciclos. Así se debe decir en
castellano, y no «quads». Cuatri de cuatro y ciclos de
ruedas. ¿No decimos triciclos y no trics? ¿A qué viene
entonces la abreviatura inglesa «quads» para los
cuatriciclos? Aparte del espantoso ruido que hacen y de las
soledades y silencios del campo que profanan, está su nombre
absolutamente horroroso. Y su peligro. Vuelcan antes que el
Liverpool le marcó los dos goles al Betis, y caen con sus
armatostes de hierros y ruedas sobre la columna vertebral de
su motorista. Dieron este verano unas estadísticas de las
tetraplejias causadas por vuelcos de cuatriciclos y eran
aterradoras. Si en la motocicleta el conductor es la
carrocería, y tiene el paragolpes en el parietal, en el
cuatriciclo a motor, sin chocarse con nadie puede pegar un
volquetazo que le haga caer sobre las vértebras todo ese
peso de pinchos y ruedas, engranajes y cadenas.
¿Usted ha visto de cerca un vehículo de éstos? Un vecino mío
se ha comprado uno, principalmente para lo que sirven estos
locos cacharros: para presumir. Lo tiene todo el santo día
estacionado delante de la casa. Para que sepamos que tiene
un cuatriciclo y, por tanto, o bien una finca propia por
donde recorrer trochas y cordeles, veredas y caminos, o bien
amigos ricos con fincas para ir a pegar motazos por allí. La
vecindad mira bastante el cuatriciclo con toda curiosidad,
los padrees suben a los chiquillos en el sillín, algunos
hasta se hacen una foto. Para no ser menos, he curioseado el
vehículo. Y me ha dado miedo. Pánico. Tanto hierro, tanto
engranaje, tantos kilos, ¡y con tan poca estabilidad!
Los cuatriciclos son, pues, un atrasado terror del milenio
que nos ha llegado. Peores que aquella epidemia de
motocarros que una vez hubo en nuestras ciudades. Antes que
las furgonetas, hubo un tiempo en que todo se repartía en
motocarro. Ruidosos motocarros, dos ruedas bajo la bateílla
y otra delante, también chungaletas de estabilidad, e
igualmente con un ruido ensordecedor con su escape libre.
Hasta el refinadísimo padre Lorenzo Ortiz, S.J., mi profesor
de Literatura, contaba con lenguaje cervantino el chiste que
circulaba tanto como los motocarros.
-¿Sabes qué es un motocarro?
-No.
-Pues un hideputa montado en un ruido.
El padre Ortiz decía hideputa, que sonaba más al Cervantes
de las Novelas Ejemplares y era más elegante. Ahora quizá
hasta suprimiría las elegancias cervantinas para definir a
los dichosos cuatriciclos: un «quad» es un eso que decía el
padre Ortiz cervantinamente montado en lo alto de un ruido
con cuatro ruedas.
No sé usted, pero yo he tenido que padecer durante todo el
veraneo a los, digamos, cuatriciclistas montados sobre un
ruido. Si en Matalascañas no se cumple ni la ley del alcalde
de Almonte, ya les contaré las normas sobre ruidos. Todos
los cuatriciclistas se dedicaban a pasar a horas nocturnas o
de sesteo por delante de nuestro apartamento-palacio,
¿verdad, don Manuel Olmedo? Otros que tienen chalé por Caño
Guerrero dicen que no, que donde de verdad pasaban
despertando a todo el mundo y sin dejar dormir a nadie era
por allí. Y de Rota viene una voz:
-Eso es que ustedes no han tenido que padecer a los niñatos
del «quads» en Rota por las noches, aquí sí que sí...
Y a esa voz la acalla otra desde El Puerto:
-Pero no sería igual en El Puerto, que era ya desesperante
el ruido de los «quads»...
Pero pasa lo de siempre. Mucho prohibir que los «quads»
pasen por la Raya Real, y cuando los puñeteros nos
despiertan de la siesta o no nos dejan dormir por la noche,
pasando una y otra vez por delante de nuestra casa, ni les
tosen los municipales...
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