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Confirmado:
Agbar, el de la torre de Barcelona, no es el yerno de Aznar,
el de la boda austrohúngara de El Escorial. Para bodas
así... ¿cómo te diría yo si me atreviera?, debemos quedarnos
con la de Farruquito. ¡La que ha liado el condenado! ¿Era el
casamiento de un flamenco que nunca bailará por carceleras o
eran las nupcias de una princesa de Marruecos? ¿Una boda de
negros, perdón, de subsaharianos, en Nueva Orleáns,
Dixieland a compás, qué limusinas más largas, más blancas y
más horteras? ¿O una boda del Versalles calé, con los
protagonistas vestidos (o disfrazados) de Luis XV el día de
la Patrona, como esas figuritas cursis que salen bailando
entre espejos en las cajitas de música? Ni a Albert Boadella
ni a Gustavo Pérez Puig ni a ningún otro genio del teatro en
libertad, si le dicen que represente un espectáculo como
homenaje al «kitsch», se le ocurre montar algo semejante. Y
chitón, que a nadie se le ocurra decir nada. Y menos hablar
de la discriminación de la mujer en los ritos nupciales
gitanos. Silencio sobre el «burka» de sangre de las tres
rosas que nacen como tres luceros en el pañuelo de la
oprimida condición femenina de la etnia gitana. Es peligroso
asomarse al interior: miremos mejor a las ablaciones de las
niñas en África.
Y en el «silencio, te la juegas» de esta dictadura de lo
políticamente correcto que padecemos, si no he visto a nadie
que haya dicho lo que piensa ética y estéticamente acerca de
nupcias con beatificación mediática de condenados, mucho
menos a quien se atreva a decir ni pío sobre la fálica torre
Agbar que han inaugurado en Barcelona. Edificio que podemos
clasificar en el apartado arquitectónico de «¿pero qué es
ésto, Dios mío de mi alma?». Hasta los Reyes han tenido que
hocicar y han inaugurado solemnemente el arquitectónico falo.
Faro simbólico de la Cataluña que nos domina. Desde lo alto
de esa pirámide genitourinaria, nos contemplan los siglos de
dominación catalana en la economía, la política y la cultura
que nos esperan. Esa torre que tiene nombre de yerno de
Aznar es como un Punto Cat de Internet de 142 metros de
altura. La modernidad y el progreso al servicio de la
simbología de las exigencias y logros separatistas del
tripartito y de las claudicaciones del Gobierno central ante
el rompimiento del Reino de España. De los dos: del Reino y
de España. Hasta la misma Torre Agbar será una nación si
ellos quieren, ¿será por naciones? Y todos habremos de
reconocerlo.
Agbar significa «Aguas de Barcelona». ¡Ya está! La Torre
Agbar es el valle de los caídos donde descansan el Plan
Hidrológico Nacional y el trasvase del Ebro. Las dictaduras
piden cemento, y la virtual dictadura del Punto Cat ya tiene
su mármol y su día en ese inmenso consolador con el que
quieren darle a España por do más pecado había, ¡chúpate
Endesa!
Pero estas cosas con las que me la estoy jugando no se
atreve a decirlas nadie. Aunque está tirada la comparación
con el Cipote de Archidona, y hasta rima, nadie se ha
atrevido todavía a llamar a Torre Agbar el Cipote de
Barcelona. Como aquel famoso falo erecto y en erupción sobre
el que se cartearon en verso y en prosa Camilo José Cela y
Alfonso Canales, en un «corpus» único de la literatura
humorística española. España entera hizo chanzas con aquel
cipote porque Archidona está en Andalucía. Mas como el
Cipote de Barcelona está en la capital de la nación
catalana, ni algo tan español como un chiste se atreve nadie
a sacarle.
El Cipote de Barcelona ilustra mejor que nada este
amedrentado clima del talante. Como dice Luis Herrero: con
el talante, por detrás y por delante. Ya sabemos con qué y
desde dónde: con el Cipote de Barcelona.
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