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                Confieso 
                    que nunca he visto «Pasión de Gavilanes». En cuestión de 
                    gavilanes, me quedé en El Gavilán, un bar clásico de la 
                    plaza de la Cruz Verde de Cádiz, donde paraban los antiguos 
                    chirigoteros. Exactamente debajo de la pizarra donde cada 
                    día apuntaban el número premiado en el cupón de los ciegos, 
                    se sentaba Gustavo Rosales «Agüillo», un auténtico genio 
                    popular, que engrandeció el cuarteto carnavalesco. ¿Se 
                    acuerdan ustedes de «La boda del siglo», en que El Peña y El 
                    Masa iban de Príncipe Carlos y de Lady Di? Pues ese cuarteto 
                    histórico lo escribió Agüillo precisamente en El Gavilán.
 
                     
                    Nunca he visto los Gavilanes, ni cuando era una zarzuela que 
                    traía al teatro San Fernando la compañía de Sagi Vela. Ni he 
                    visto en el «Cuéntame» a nuestra vecina María Galiana. Ni 
                    capítulo alguno del «Aquí no hay quien viva». Sé que hago 
                    mal. Si no se ven las series de impacto y las comedias de 
                    situación que levantan a pulso aliviado los chares de las 
                    cadenas, puede llegar a sentirse uno extraterrestre. Por 
                    ejemplo, si usted no ve los Gavilanes, no se entera ni de 
                    papa en una conversación sobre los hermanos Reyes. Usted lo 
                    oye y dice: 
                     
                    -Ah, los hermanos Reyes... ¡Qué sevillanas más bonitas 
                    cantaban! 
                     
                    -¿Pero qué sevillanas ni qué niño muerto? ¿Tú no sabes que 
                    los hermanos Reyes son tres hombres guapísimos, honrados y 
                    de buen corazón, a los que una tragedia los motiva a 
                    lanzarse en busca de venganza, y sus planes toman otro rumbo 
                    cuando se encuentran con las hermanas Elizondo? 
                     
                    ¿Eli...qué? Ya digo: ni de papa. Extraterrestre. Mientras 
                    que usted no sepa que Jorge Cao es Martín o que Michael 
                    Brown es Franco, no está preparado para la vida moderna. Si 
                    no conoce aunque sea una sinopsis argumental de los 
                    Gavilanes, por más que haya leído las obras completas de 
                    Cervantes es un cenutrio. Debe tomar precauciones. Por 
                    ejemplo, las de mi recordado Jaime García Añoveros cuando 
                    fue ministro de Hacienda. Como estaba ocupadísimo toda la 
                    semana en Madrid y no veía la tele, cuando venía a Sevilla 
                    el sábado se encontraba con que sus amigos hablaban de algo 
                    que, por más que dominara el PIB y el IPC, desconocía en 
                    absoluto: la serie «Dallas». Añoveros no sabía quién era el 
                    malvado que les amargaba a todos la vida en el rancho. Por 
                    lo que tomó una decisión: pedir a su jefe de prensa que, 
                    junto con el resumen de los periódicos, le pasara cada 
                    semana una sinopsis argumental de «Dallas». En su inmediato 
                    fin de semana, Añoveros quedó como un señor hablando de 
                    «Dallas» en Pineda. 
                     
                    No me ha ocurrido a mí así con los Gavilanes, especie que no 
                    corre riesgo alguno de extinción. Entre otras cosas porque 
                    ando cortito de gastos generales y no tengo jefe de prensa 
                    que me haga el resumen. Menos mal que el otro día no tuve 
                    que ir al Cortinglés del Duque cuando estaba allí la 
                    efervescencia del mujerío aclamando al guaperas de Michel 
                    Brown, Franco Reyes en los Gavilanes, que estaba firmando 
                    discos. Este Reyes, como todos los Reyes de la alcándara de 
                    los Gavilanes, es por lo visto guapísimo. De mojar pan, 
                    dicen. Vale. Y enfervorizadas las masas femeninas con la 
                    presencia del actor, gritaban como posesas. La Policía, 
                    desbordada. El tráfico, cortado. Loquitas con el que hace de 
                    Franco Reyes en los Gavilanes. Podían haberlo aclamado como 
                    Reyes o como Michel. Pero no. Lo aclamaban como Franco. Cual 
                    en el Patio de la Montería antaño cuando venía el 
                    Generalísimo con la Guardia Mora, Sevilla se desgañitaba 
                    gritando «¡Franco, Franco, Franco!». Ojú. Menos mal que no 
                    aporté por la Campana. Porque con la que está cayendo en la 
                    unidad de España y en la Constitución, yo voy al Duque, veo 
                    aquello tomado por la Policía y oigo lo de «¡Franco, Franco, 
                    Franco!», y como soy liberal del Gavilán de Cádiz, se me 
                    ponen las piernas temblonas, y... ¡hasta las trancas, María, 
                    hasta las trancas! 
                  
                     
                   
                
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