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Cómo
será de grande el Sevilla F.C. que hasta en Alemania
celebran su centenario. Estaban los del Bundegtal o el
Bundegcual, algo así, reunidos para ver cómo lo celebraban,
a la vista de que muchos sevillistas engrandecieron con su
trabajo y su esfuerzo la República Federal, como emigrantes
andaluces en el tiempo de las fatiguitas y los trenes de las
lágrimas. Y un germano que veraneaba en Matalascañas, donde
intimó con el inolvidable José Antonio Blázquez tomando
tarta en la confitería de Las Alemanas que aún conserva en
sus paredes los dibujos taurinos del genial crítico
deportivo, dijo:
-Lo mejor que podemos hacer es elegir canciller a la que se
llama Merkel, como aquel entrenador que tuvo el Sevilla y al
que Blázquez le puso de mote El Látigo.
Así ha sido como la Merkel se ha convertido en canciller. No
por consenso con el SPD, sino para celebrar el centenario
del Sevilla. Celebración a la que me sumo con gozo, desde mi
tambaleante fe verderona, tras leer el perfecto pregón de mi
colombroño Antonio García Barbeito. Como no gasto Pizjuán,
no fui al Lope de Vega a escucharlo. Me lo perdí. Barbeito
ha aportado al Sevilla F.C., con toda altura poética, con
pulso, con emoción, algo que le faltaba: literatura. En la
ciudad dual, casi toda la literatura se fue para el Betis,
con Romero Murube y Santiago Montoto a la cabeza. Menos mal
que José María Aguilar, en una crónica espléndida sobre
estos valores culturales del Sevilla F.C., nos ha
descubierto que el poeta Antonio Rodríguez Buzón era más
palangana que la del Pilatos. Le faltó quizá al pregonero
Rodríguez Buzón un texto redondo. Hasta en eso tienen buena
suerte el Betis, que el más iletrado se sabe el «Por qué soy
bético» de Romero Murube. Rodríguez Buzón tenía que habernos
dejado el romance del Sevilla F.C.: «Clubes de fútbol
habrá/pero como tú, ninguno».
Barbeito ha suplido las carencias literarias con sobradas
dotes. Su texto debería ser editado como un imprescindible
«Manual Sentimental del Sevilla y de Sevilla». Como muestra,
vaya una cita textual: «Mi padre me hablaba de tardes viendo
al Sevilla, y en la escuela me hablaban de personajes y
pasajes de la Historia, y yo tenía un lío entre Guzmán el
Bueno y Pepillo. Un lío entre Caín y Ramoní y Enrique. Un
lío entre el vuelo del Plus Ultra y las estiradas de Bustos.
Un lío entre la esfera de la bola del mundo y el balón. Un
lío entre el circo romano y el Sánchez-Pizjuán. Un lío entre
la batalla del Ebro y aquella tarde que se liaron a
puñetazos Campanal y Achúcarro contra cinco o seis por una
zancadilla. Y un lío entre los hijos de Jacob y los once de
mi equipo. De tal manera, esto último, que me ponía a decir
«Rubén, Simeón, Leví, Judá, Dan, Neptalí, Isacar, Zabulón,
Gad, Aser, José y Benjamín», y, sobre la marcha, como si de
un partido se tratara, yo, en plan Diego Villalonga, me
ponía a cantar: «Mut, Santín, Campanal, Valero, Ruiz Sosa,
Achúcarro, Agüero, Diéguez, Antoniet, Pereda y Zsalay. ¿Qué
se van a creer los hijos de Jacob, que le van a ganar al
Sevilla, aunque sean uno más? Y escribía en mi cuaderno:
Sevilla, 2; Antiguo Testamento, 0»». Ooole.
Y de estos oles del alma, y de aplausos de la gente en pie,
se venía el Lope de Vega abajo. A mí Antonio me ha hecho
recordar cuando Araujo entrenaba al equipo del colegio, al
Portaceli de Curri Amián. Cuando en Guadalcanal los
chiquillos nos maravillábamos de la Vespa de Raimundo, que
se había casado con una del pueblo, guapísima, y a quien el
cura, quizá, en la boda, en vez de la Epístola de San Pablo
le leyó el sueño de la Delantera Stuka: «López, Pepillo,
Campanal, Raimundo y Berrocal». Y acordándome de mi
alfayate, que era palangana, Barbeito me ha emocionado,
haciéndome sentir un poco como el negro de Alberto Insúa: el
bético que tenía el alma blanca.
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