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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Hacer rico a alguien

Ni Michelín ni Gourmetour. El sevillano, a efectos de sitios donde comer bien, se guía de lo que le comentan. Sigue modas de tradición oral. Sitios donde se va porque te dicen que hay que ir, a los que llegas y están todos los que esperabas que estuviesen, sin faltar ninguno:

-Oye, han puesto una cosa nueva en...

Esa cosa nueva puede que lleve ya dos años abierta, pero para el novelereo de la gente la acaban de abrir. En la ciudad de los pregones, todos pregonan su calidad, lo bien que se come, lo simpáticos que son los camareros, lo razonable de su calidad-precio. Son olas de la moda, que pasan, que se archivan en el fondo de armario de la memoria. El otro día, cuando le dieron el premio Romero Murube, Carlos Colón evocaba cuando su familia llegó de Tánger. Cuando Joaquín Carlos López Lozano, director de ABC, se trajo desde el «España» al gran Antonio Colón. En aquel tiempo estaba de moda Casa Senra, detrás de los Altos Colegios. Con gambas como saxofones, que decía Ramón Resa, cigalas así de grandes, aunque esté feo señalar, y lenguados fritos que se salían de la bandeja de acero inoxidable en que los servían, de grandes que eran. Como las dos cruces del bolero de Carmelo Larrea, ya todo aquello pasó. De Senra nadie se acuerda a la hora de ir a comer. De aquella moda, tras la trágica muerte de Pepito Senra, su dueño, en un accidente, ¿qué se hizo?

¿Y cuando los sevillanos íbamos en peregrinación a la Venta Ruiz, a tomar su arroz y su cóctel de gambas, porque era lo elegante, lo que estaba de moda? Ahora pasas por allí, junto a la gasolinera de Guadaira y a la carretera antigua de Pineda, y casi ni reconoces el solar, derribada la venta. En el lugar de estos sitios de moda, surgieron otros. Un día, por ejemplo, llegó a Nervión uno de Málaga que freía pescado, un tal Félix Cabeza. Puso un restaurantito donde descubrimos todos la dorada a la sal. Nos lo propusimos y lo hicimos rico:

-No dejes de ir a una cosa nueva que hay en Nervión que se llama La Dorada...

Cuando los sevillanos nos decidimos hacer rico a alguien del gremio de hostelería, somos únicos. Como somos tan noveleros, lo hacemos millonario. Todos te lo recomiendan. Si no vas, no eres nadie. Tienen que verte allí para que sepan que estás en la pomada y en la manteca. Mesas llenas, precios cada vez más altos, hasta que un día alguien, el enterado de turno, hace que comience la cuesta abajo:

-Pues aquello ya no está tan bien...

Y en dos meses, el que habíamos hecho rico empieza a entrar en la ruina y pega el barquinazo. Y un día que propones ir allí te dicen:

-Allí ya es que no se puede ir, está fatal...

Nos hemos empeñado ahora todos ardorosamente en hacer inmensamente rico a un emprendedor pescadero del barrio del Arenal. Es el sitio de moda. El restaurante popular de mariscos y pescado donde va todo el mundo. Donde te encuentras desde Nicolás Osuna a la Duquesa de Osuna, desde César Alba a la Duquesa de Alba. Las cigalas más frescas, las castañetas más apetecibles; paseo de las delicias de la mar sin premio a la mejor estocada, encima. Los que van, qué sevillano, hacen proselitismo, son sus propagandistas, quieren llevar allí a todo el mundo:

-Tienes que conocer un sitio nuevo de pescado y marisco que he descubierto.

-¿Por Pastor y Landero? Ya lo conozco, y no hago más que recomendarlo. ¡Magnífico!

Nada, que nos hemos empeñado, y hasta que no hagamos millonario al imaginativo pescadero, no vamos a parar. Sólo le pido a la Esperanza de Triana del retablo cerámico de la esquina que nunca pase esta novelería. Que nadie diga nunca: «Pues aquello ya no...»



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