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Cuando
yo era chico y los Reyes no eran todavía los padres, sino
Don Juan y Doña María en Lausana, no existía Caperucita
Roja. Era Caperucita Encarnada. El rojo era el lobo, que se
comió a Caperucita, mató al hijo de Moscardó y quemó San
Julián. Por las noches, mi tía María, que era monárquica
liberal, ponía Radio Pirenaica y escuchábamos al lobo: hola,
mi amor, yo soy el lobo. Y el lobo decía que Franco tenía
los días contados. Y mi tía María daba un suspiro de
esperanza, mirando el retrato de Don Alfonso XIII de su
cuarto. Mi tía María estaba tan politizada como Caperucita.
Si a Caperucita la hubieran llamado Roja, la habrían puesto
a la altura de La Pasionaria o de la tía Victoria de José
María O´Kean, y tampoco era cosa. Era el diccionario y la
paleta de colores de lo políticamente correcto. En casa
tomábamos ensaladilla rusa, pero cuando tuve que hacer la
mili y senté plaza de voluntario, la misma ensaladilla rusa
aparecía en el rancho de la orden del día como «ensaladilla
nacional». La ensaladilla rusa era roja. Como el lobo de
Caperucita.
Veo que vuelven, ay, las viejas palabras, el manipulador
daltonismo de los colores. La moviola del lenguaje. Los
rojos. Es natural que vuelvan. Si habían vuelto los fachas,
y todo aquel que ose criticar al Gobierno es un facha, lo
propio es que retornen los rojos. El retorno de lo rojo
lejano, diríamos con Alberti. Otro rojo. El de la sonrisa de
sesión continua que nunca se sabe si es más tonto que
malvado o más malvado que tonto sale en la revista que
dirige Joana Bonet, la madre de la hija de Jesús Quintero, y
se proclama rojo. Lloran la muerte de uno que fue
redactor-jefe de Antonio Colón en el «España» de Tánger, y
en el gorigori que le dedican repiten su autorretrato:
«Raro, enamoradizo, republicano y, ante todo, rojo».
Aprueban en las Cortes la igualdad de sexos para heredar
títulos nobiliarios (a mayor honra y gloria de Ansón y Pedro
Jota, que serán plumas coronadas), y los rojos que la votan
se mofan de la Historia, de la Corona y del Elenco, al viejo
grito de la guerra civil: «Salud y República». Ojú...
-No, si estos rojos hasta que no quemen San Julián otra vez
no van a parar...
Es lo que dicen los expertos en sequías, riadas y
calamidades siempre citados como autoridad; los más viejos
del lugar. Los más viejos del lugar aseguran que esto lleva
el mismo camino que entonces. Claro, como hemos abandonado
la senda constitucional y se han tirado al monte de la
ruptura, puede ocurrir de todo. De momento los rojos andan
alardeando de rojos, y persiguiendo fachas. Y los fachas,
aco...gotados, no sea que monten las checas otra vez.
Abuchean al malvado tonto de la sonrisa de sesión continua y
dice Bono, rojo de comunión diaria, que eso es el facherío.
Y cuando alguien podía replicar que abuchean por culpa del
rojerío que nos lleva al desastre, exhiben con orgullo su
condición de rojos, como una medalla: demócratas con
distintivo rojo. Lo rojo vuelve a ser lo bueno, lo
excelente, como Caperucita. El lobo sí que es un facha.
Y nadie saca el lema con que deberíamos llenar España,
Constitución de la concordia en mano, al menos mientras nos
dure: «No a la guerra (civil)». No vuelvan a las andadas,
por favor, señores que presumen ustedes de rojos. Que si
facha nos suena a negación de las benditas libertades, a
correajes, a pelados al rape, a aceite de ricino, a tapias
de La Piscina y a la niña María de los Angeles Infante
vestidita de luto con la gente cambiándose de acera cuando
la ven venir con su madre Doña Angustias por la calle
Tetuán, rojo nos suena a los talleres imagineros de Illanes
y de Castillo Lastrucci trabajando a tope en 1940. Tras el
rojo cielo de Andalucía en llamas.
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