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AUNQUE
me gusta contemplar el fuego, como un mar en llamas, nunca
quise ser bombero. (Ni pirómano, como los que le han metido
fuego a la Constitución para ponerse la medalla de apagar el
incendio.) Al contrario que mis compañeros de colegio, nunca
quise ser policía ni militar. Y aunque hubiera querido, no
hubiera podido ser ninguna de esas cosas: soy tartamudo. Sí,
ya sé que usted me ha escuchado por la radio, y no recuerda
que me atrancara. Mi tartamudez es como el catalán de Aznar:
sólo tartajeo en la intimidad. Con un micrófono por delante,
Castelar. Pero con los amigos, Juan Belmonte, que paraba y
templaba el tartamudeo. Tengo además un tartajeo nada
elegante. No es esa duda en forma de repetición de sílabas
iniciales que bordan los ingleses, el elegantísimo y leve
tartamudeo de Oxford, un no sé qué que queda... El mío es
hispánico. La española cuando besa es que besa de verdad y
el tartamudo español cuando se atranca, espera sentado a que
acabe la frase.
El Consejo de Ministros ha eliminado la tartamudez del
cuadro médico de causas de exclusión para el acceso a la
condición de funcionario o miembro de las Fuerzas Armadas y
de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. De modo
que un tartamudo puede ya llegar a jefe de la JUJEM, que es
una sigla completamente tartaja. ¡De lo que se entera uno!
Ni los perjudicados sabíamos que sufríamos esta
discriminación. Así tenía yo esa sensación de minoría
perseguida, de grupo oprimido y desposeído de sus derechos.
No era por creer en España, en la Libertad, en la
Constitución, en la Institución Monárquica y en otras
antiguallas. ¡Era por tartaja! Que nos clasificamos en dos
grandes grupos: los que no nos avergonzamos de serlo, a mu...mu...mucha
honra, y los que o... o...ocultan que lo sean. Pertenezco al
grupo de los que sentimos el Orgullo Tartaja. Muchas veces
he pedido que se celebre oficialmente nuestro Día anual.
Cuando alguien cuenta un chiste de tartamudos en mi
presencia, hago valer nuestros derechos de minoría oprimida
y le digo:
-Calla, déjame que cuente yo el chiste, que lo haré mucho
mejor. Ten en cuenta que yo soy tartamudo profesional y tú,
un simple aficionado.
Con mi habla abelmontada, como me la reseñó un día Manolo
Camará, digo que no basta con lo que ha aprobado para
nosotros el Gobierno. En pura igualdad con otras minorías
hasta ahora oprimidas, tenemos muchas reivindicaciones
pendientes. Verbigracia: si hay cuota femenina obligatoria
en las listas electorales y en los gobiernos, ¿por qué no va
a haber cuota de tartamudos en los empleos públicos? Exijo
que haya un cupo obligatorio de tartajas en los locutores de
RNE y en las presentadoras de TVE. ¿Que el telediario dura
un poquito más? ¡Pues que dure! ¿Pero por qué, ya igualados
todos los derechos en este Reino, van a cerrarnos ese camino
a los que nos atrancamos más que los ejes de mi carreta? Y
el asociacionismo. Debemos constituir la Asociación
Democrática de Tartajas, que sería la de progre, y la
Asociación Profesional de Tartajas, que sería la
conservadora. Y ese carné de tartamudo. No debemos seguir
tartamudeando sin carné. En esta España donde tantos viven
del carné, debemos exigir el nuestro. Tenemos que ponernos
un eufemismo políticamente correcto. Por ejemplo, decir que
somos Disminuidos Locucionales, para que nos reconozcan
derechos por nuestra minusvalía, nos rebajen el IRPF y esas
cosas. Y nos den el carné. Cada vez que llego a un
aparcamiento y veo que los mejores sitios son para los
minusválidos, pienso para mis adentros, sin atrancarme nada:
-¿Tú no ves? Si yo tuviera mi carné de Disminuido Locucional,
ahora aparcaba divinamente donde los minusválidos, y no
tenía que bajar a buscar sitio hasta la tercera planta, me
ca...ca...ca... en los mu...mu...mu... de Za...Za...Za...
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