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Cada
huracán de éstos con nombre de corista de Broadway le cuesta
al poeta sevillano Manuel Mantero treinta mil duros.
Mantero, como saben, vive en Estados Unidos desde hace
lustros. Bueno, reside. Vivir, vivir, lo que se dice vivir
(o sea, soñar), sigue viviendo en Sevilla. Mantero se fue de
profesor a Estados Unidos cuando se hartó de coles en las
galdosianas pensiones de opositores de Madrid. Primero a
Michigan, con el frío que hace en Michigan. Luego bajó a
Georgia, que es como arrimarse a las faldas de la mesa
camilla con la copa de la calorcita sureña. Con la copa de
los pinos de su casa, en una ciudad que se llama como
Atenas, pero en inglés.
Cuando Mantero se compró su casa de Georgia, donde ha tenido
hijos, libros, nietos, perros, gatos y el amor de Nieves, me
habló de dos cosas muy del Sur novelístico americano: de
acres y de pinos. Los acres del jardín de su casa siguen
indemnes, pero los pinos... Ay, si los pinos hablaran.
Dirían que allí en Georgia eso de «Lo que el viento se
llevó» no es tópico, sino realidad. Al menos en el jardín de
Mantero. Cada huracán le tira un pino, un hermoso, rotundo
pino. Como el pino de la Joroba, que Paco Lira tomaba como
«limes» de Sevilla: «Del pino de la Joroba p´allá, tó es
Alemania». Como el pino de Chucena. Cada pìno que arranca el
huracán le cuesta a Manolo Mantero treinta mil duros. Lo que
le cobra el tío del camión por llevárselo.
Ahora somos sus lectores los que tenemos que pagar a Manolo
Mantero mucho más de treinta mil duros por un pino que no se
ha llevado, sino que nos traído. Un pino en forma de libro
de poemas como la copa de un pino: «Equipaje». El domingo
pudieron leer en estas páginas un anticipo, una tapita, una
prueba de rancho de ese libro fundamental, de un poeta
maduro, asentado en la tierra andaluza que siempre defendió,
con el compás abierto. Mantero ha titulado su libro con esta
guasa, toca madera, de «Equipaje» porque dice que será su
último poemario, antes de coger la definitiva carretera y
manta. Tampoco es para ponerse así, Manuel... Su libro de
usted es de tal madurez y profundidad que de tranvía del
cementerio, ni mijita: hay mucha vida ahí dentro, mucho
sentimiento sevillano. Ahí está uno de los poemas más
impresionantes que he leído en los últimos años: «Urna
andaluza». Con esta perra por La Canina que ha cogido,
Mantero expresa en el poema su última voluntad: «No
flores:fuego. Cuando mi pecho ya no aliente,/este claro
puñado de tierra de mi tierra/sobre mi pecho pongan.Después
me quemen. Nunca/arderán dos amantes con tanta eternidad».
-Vaya Valdés Leal pintado con palabras...
No. Disiento del aura de postrimerías del libro, que mañana
se presenta en el Alcázar. Qué demonios, si está lleno de
vida, por más que Mantero cite a Machado (el prosaico,
Antonio, no Manuel el poeta) y diga que cuando vaya para las
malvas lo encontraremos ligero de equipaje... ¿Qué ligero ni
ligero? ¡Exceso de «Equipaje» tiene que pagar Mantero por el
peso poético de este inmenso libro! Donde hay una Sevilla de
azoteas evocada por un «Puer aeternus» que se encuentra a sí
mismo en un espejo de la caseta de los niños perdidos de la
Feria. De niño perdido, nada. Niño hallado, zagalón maduro
de la poesía, puñetero niño Mantero, qué bien escribe. Madre
y no madrastra, Sevilla, felizmente, encuentra y honra al
Mantero de este «Equipaje» de mano (maestra). Ya digo, un
libro como la copa de los pinos de su casa de Georgia que,
cual la letra de un fandango de taberna de aserrín de su
Sanlúcar la Mayor, abaten los temporales. Cada vez que el
telediario anuncia que la cola de un huracán va que escarba
para Georgia, Isabel mi mujer, con toda la gracia de su
retranca serrana, dice:
-Ea, otro huracán que va a costarle treinta mil duros en
pinos a Manolo Mantero...
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