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"En
Soy de Letras, pero entiendo lo mío de una cuestión
de números tan importante para la economía nacional como el
po-ya-que. El po-ya-que es tan decisivo para las escalas
personales de la economía como los presupuestos generales
del Estado para los caudales del común. O más todavía. El
dominio del po-ya-que es al equilibrio económico familiar
como la posesión de los mares a los antiguos imperios
coloniales. Si no dominas el po-ya-que, los irresistibles
deseos de po-ya-que, tu economía va al agua y a los baños el
río de tus dineros.
Ilustres economistas españoles e hispanoamericanos han
estudiado el po-ya-que y me sería muy fácil ahora remitirme
a la bibliografía clásica. De la que les hago gracia,
resumiéndoles que el po-ya-que es el deseo, habitualmente
irrefrenable, de hacer un gasto no previsto cuando se
pretendía realizar otro. El po-ya-que más conocido es el de
las pequeñas obras de reforma en la vivienda propia: el
cambio de los muebles de cocina, la mejora del cuarto de
baño y otras llevaderas arquitecturas de interior. Aplicando
el principio agrario de «toda finca es mejorable hasta la
absoluta ruina de su propietario», toda cocina, todo cuarto
de baño, todo apartamento, todo dormitorio de los niños es
reformable vía po-ya-que hasta que nos quedemos sin un duro.
Sobre todo si, saltándonos a la torera el presupuesto que
nos dieron los artistas, no reprimimos ese bajo instinto del
hombre, ese deseo de su pasión de mejora, y como los ángeles
rebeldes, caemos en el po-ya-que. Por eso se hicieron
demonios los ángeles rebeldes, por el po-ya-que:
-Po-ya-que estamos aquí en el paraíso, ¿por qué no somos
igual que Dios?
¡Ruiiiini!, que diría mi maestro en Potrística (no
Patrística, Potrística), el profesor don Miguel Criado. Como
un ángel rebelde, el español con obras en su casa quiere
convertir su apartamentito en el Palacio de Liria, su señora
esposa créese Cayetana, y caen ambos en la tentación del po-ya-que:
-Po-ya-que vamos a cambiar la bañera, ¿por qué no ponemos
una con yacuzi, como las que anuncia Isabel Preysler? Y po-ya-que
van a tener que tirar el techo falso, ¿por qué no metemos
aire acondicionado centralizado?
¡Ruiiiini! La obra llevadera de los 3.000 euros se sube a
las barbas presupuestarias de los 40.000. Yo he visto caer
así muy sólidas economías familiares, gastarse muy
consolidadas haciendas. Y me temo que con ocasión del
nacimiento de la Infanta Doña Leonor y de las ganas de
reforma de la Constitución para suprimir la primacía del
varón en la sucesión a la Corona, caigamos en el peligroso
po-ya-que institucional. De «la lógica de los tiempos»
esgrimida por el Príncipe de Asturias al po-ya-que media una
distancia exactamente igual que el canto de un euro. Que nos
pongamos a reformar la Constitución para que Doña Leonor
pueda reinar por propio derecho es como meter los albañiles
en casa. Un peligro, si nos salimos de lo presupuestado. Al
igual que el po-ya-que de las mejoras hogareñas, nadie nos
asegura que podamos resistir a la tentación del po-ya-que
cuando empiece la reforma de la Constitución. Un día será:
-Hombre, po-ya-que reformamos la Constitución por lo de la
niña del Príncipe, ¿por qué no quitamos también eso de que
el Rey es inviolable y no está sujeto a responsabilidad?
-¡Naturalmente! Y po-ya-que reformamos eso, ¿por qué no
vamos a recortarle un poquito las alas, que no sea
Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas, ni que proponga
Presidente del Gobierno?
-Bien dicho. Pero yo voy más lejos: po-ya-que vamos a
cambiar todo esto en la Constitución, ¿por qué no ponemos
que España no es una nación de ninguna de las maneras y que
mejor que sea directamente Rey el que elijamos de presidente
de la República?
¡Qué ruiiiini de po-ya-que!
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