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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El po-ya-que de la Constitución

"En Soy de Letras, pero entiendo lo mío de una cuestión de números tan importante para la economía nacional como el po-ya-que. El po-ya-que es tan decisivo para las escalas personales de la economía como los presupuestos generales del Estado para los caudales del común. O más todavía. El dominio del po-ya-que es al equilibrio económico familiar como la posesión de los mares a los antiguos imperios coloniales. Si no dominas el po-ya-que, los irresistibles deseos de po-ya-que, tu economía va al agua y a los baños el río de tus dineros.

Ilustres economistas españoles e hispanoamericanos han estudiado el po-ya-que y me sería muy fácil ahora remitirme a la bibliografía clásica. De la que les hago gracia, resumiéndoles que el po-ya-que es el deseo, habitualmente irrefrenable, de hacer un gasto no previsto cuando se pretendía realizar otro. El po-ya-que más conocido es el de las pequeñas obras de reforma en la vivienda propia: el cambio de los muebles de cocina, la mejora del cuarto de baño y otras llevaderas arquitecturas de interior. Aplicando el principio agrario de «toda finca es mejorable hasta la absoluta ruina de su propietario», toda cocina, todo cuarto de baño, todo apartamento, todo dormitorio de los niños es reformable vía po-ya-que hasta que nos quedemos sin un duro. Sobre todo si, saltándonos a la torera el presupuesto que nos dieron los artistas, no reprimimos ese bajo instinto del hombre, ese deseo de su pasión de mejora, y como los ángeles rebeldes, caemos en el po-ya-que. Por eso se hicieron demonios los ángeles rebeldes, por el po-ya-que:

-Po-ya-que estamos aquí en el paraíso, ¿por qué no somos igual que Dios?

¡Ruiiiini!, que diría mi maestro en Potrística (no Patrística, Potrística), el profesor don Miguel Criado. Como un ángel rebelde, el español con obras en su casa quiere convertir su apartamentito en el Palacio de Liria, su señora esposa créese Cayetana, y caen ambos en la tentación del po-ya-que:

-Po-ya-que vamos a cambiar la bañera, ¿por qué no ponemos una con yacuzi, como las que anuncia Isabel Preysler? Y po-ya-que van a tener que tirar el techo falso, ¿por qué no metemos aire acondicionado centralizado?

¡Ruiiiini! La obra llevadera de los 3.000 euros se sube a las barbas presupuestarias de los 40.000. Yo he visto caer así muy sólidas economías familiares, gastarse muy consolidadas haciendas. Y me temo que con ocasión del nacimiento de la Infanta Doña Leonor y de las ganas de reforma de la Constitución para suprimir la primacía del varón en la sucesión a la Corona, caigamos en el peligroso po-ya-que institucional. De «la lógica de los tiempos» esgrimida por el Príncipe de Asturias al po-ya-que media una distancia exactamente igual que el canto de un euro. Que nos pongamos a reformar la Constitución para que Doña Leonor pueda reinar por propio derecho es como meter los albañiles en casa. Un peligro, si nos salimos de lo presupuestado. Al igual que el po-ya-que de las mejoras hogareñas, nadie nos asegura que podamos resistir a la tentación del po-ya-que cuando empiece la reforma de la Constitución. Un día será:

-Hombre, po-ya-que reformamos la Constitución por lo de la niña del Príncipe, ¿por qué no quitamos también eso de que el Rey es inviolable y no está sujeto a responsabilidad?

-¡Naturalmente! Y po-ya-que reformamos eso, ¿por qué no vamos a recortarle un poquito las alas, que no sea Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas, ni que proponga Presidente del Gobierno?

-Bien dicho. Pero yo voy más lejos: po-ya-que vamos a cambiar todo esto en la Constitución, ¿por qué no ponemos que España no es una nación de ninguna de las maneras y que mejor que sea directamente Rey el que elijamos de presidente de la República?

¡Qué ruiiiini de po-ya-que!


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