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Hay
una Habana cigarrera dentro de Cádiz que no tiene nada que
ver con el Malecón del Campo del Sur, con la Bodeguita del
Medio de Casa Manteca, con el Palacio de los Virreyes de la
Casa del Almirante, con la calle Lamparilla del Callejón de
los Carros, con el Centrohabana de la calle Nueva, con el
Hotel Ambos Mundos del Francia y París, con el Miramar de
Bahía Blanca, ni con la macumba de la rumba del merecumbé
del Callejón de los Negros. Esa otra Habana gaditana ha
muerto. Era la Habana interior y secreta de los cigarros
habanos. El recuerdo de las cigarreras saliendo de la
Fábrica del Tabaco de la Cuesta de las Calesas, como
habanera Cuesta de las Volantas, donde ellas, no sé si en
sus mesas de caoba, no sé si en sus muslos color de rizada
arena de la Caleta, liaban los tabacos, los puros. Los
habanos de la marca Farias.
La vieja Fábrica del Tabaco de Cádiz tiene arquitectura y
ladrillería como de plaza de toros. La ves al bajar desde
las Puertas de Tierra y parece que van a sacar a hombros a
Rebujina, con un traje alquilado de apagados oros; o que
Fatigón llega vestido de mamarracho para debutar como torero
bufo. Por la puerta grande de la vieja Fábrica del Tabaco
salían a hombros los farias, de bien que los liaban, de
bonitos que les salían a las cigarreras de Cádiz. Los
tabacos de los buenos fumadores de puros, que no querían
presumir, sino ascender al glorioso retablo barroco de
columnas salomónicas de oloroso humo. La Fábrica del Tabaco,
ay, la cerraron. Donde antes iban las cigarreras de Cádiz,
ahora los congresistas con una acreditación plastificada en
la solapa, como un escapulario del Carmen por lo civil. La
Fábrica del Tabaco que vimos en la comparsa de Joaquín
Quiñones con El Moreno de capataz se transformó en línea de
producción de Altadis, ofú, y se la llevaron al Puente
Carranza. Como para que echara su caña del país por la
barandilla, a ver si podía pescar los sueños de tiempos
mejores. Pero como cada día está más perseguida la carnada
del tabaco, no pican con este aguaje, y cierran la
producción de farias, chirrín, chirrán. Serán 176 cigarreras
a la calle y 176 mil millones de fumadores de puros sin sus
farias de Cádiz, tan habaneros. A aquellos farias tan ricos
que parecían de Vuelta Abajo los ha puesto Altadis de Vuelta
y Media.
Los farias que fumaba Cañabate en los toros mientras era el
Estrabón que levantaba el mapa de la secreta geografía del
rincón de Ordóñez. Los farias de las viejas cajas de madera
con sus precintos coloraditos y negros. Los farias de los
puestecillos a la puerta de los campos del fútbol. Farias de
tardes de Carrusel Deportivo, de marcador simultáneo Dardo,
de cachondeíto en La Condomina. Farias de ferias de pueblo;
farias de bautizos con pelón; farias de bodas con los novios
yendo a retratarse a casa del fotógrafo antes del banquete.
Paradójicamente, en tiempos igualitarios la toman con el
cigarro puro más popular. Cierran su fábrica gaditana. Como
el coche Ford lo inventó el señor Ford, el puro farias lo
inventó el señor Farias. Don Heraclio Farias, tocayo de
Fournier el de los naipes. Este mejicano de origen gallego
inventó en 1889 este sistema de elaboración de cigarros
puros que bautizó con su nombre. Formaba la tripa con hebra
de tabaco, con lo que conseguía una mejora importante de
tiro y combustibilidad, y rebajaba de paso el costo. Don
Heraclio democratizó el puro con sus farias. Ya no eran los
millonetis de los chistes, chistera, tumbaga y veguero, los
que fumaban puros. El farias fue el Seiscientos de los
habanos. El farias conquistó los mostradores de las ventas,
los veladores de las tabernas, los estancos de los barrios.
Ante el cierre, Carmen la Cigarrera de Sevilla se saca la
navaja de la liga en defensa de sus compañeras de Cádiz, lía
un puro sobre sus muslos morenos y, fumándoselo, se pone
guerrillera: «¡Arriba, farias de la tierra!»
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