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Tenemos
muy paradito últimamente lo de las ciudades hermanas. Menos
mal. Sevilla no se hermana ni con las ciudades de su propia
familia, las fundadas por Hércules, como Cádiz y La Coruña.
Preciosa capital gallega a la que los talibanes de las
lenguas cooficiales le ponen de mote «A Coruña» hasta en
castellano. La Coruña en gallego suena a letrero de
carreteras: A Coruña, A Zamora, A Salamanca. MOPU total.
El hermanamiento sí se lleva mucho en los pueblos. No hay
nada que guste más en un pueblo con alcalde de Izquierda
Unida que hermanarlo con otro. De Cuba, claro. ¿Cuántos
pueblos andaluces están hermanados con otros cubanos? Domund
por lo civil de la progresía municipal, bajo el rótulo de
solidaridad. Los alcaldes comunistas dedican parte del
presupuesto a los pueblos cubanos hermanados, como a
nosotros nos decían las monjas de la Doctrina Cristiana que
guardáramos el papel de plata de las chocolatinas para los
negritos. Caridad con los negritos o solidaridad con los
negritos, Domund al fin y al cabo. Monja o alcalde del
antiguo PCE, lo mismo: chalequitos de punto o autobuses
viejos para los negritos.
Pero los sevillanos, sobre un horizonte de llamas como de
retablo de ánimas del purgatorio de una parroquia mudéjar de
encalados paramentos, han hermanado a nuestra tierra en las
últimas horas con dos ciudades: París y Lisboa. Primero la
hermanamos con París. En París estaban los coches ardiendo
en los turbios disturbios y en Sevilla ardían los
contenedores como candelería de palio encendida por Santizo.
La gente pensó inmediatamente que El Cerezo podía ser, al
cambio, Saint Denis con la Macarena más cerca. Que aquí
podía haber un estallido de violencia de inmigrantes.
Haberlo, lo hubo. Los bomberos camino de las barriadas con
los contenedores ardiendo. Y no tan barriadas. En el barrio
de Santa Cruz las llamas de los contenedores hablaban
francés. ¿Violencia de los inmigrantes o gamberrismo pasado
de rosca de los muy tolerados canis agresores, resultado
directo de los vigentes planes de enseñanza?
Y estábamos viendo la parisina pinta de puente del Carrusell
que se le estaba poniendo al de Triana, cuando en la pira de
piezas de tela de Galerías Madrid comprobamos de golpe que
entre llamas nos podíamos hermanar con Lisboa. Así empezó el
fuego de Lisboa y ya ven: ardió el barrio del Chiado, a un
costado de La Baixa. Las llamas se llevaron el mundo
literario de Fernando Pessoa. Aquí estuvimos a punto de que
en la calle Cuna se llevaran el mundo de las saetas de Pepe
Valencia, y que fuera nuestro Chiado, en el desconocido
dédalo de las casas del casco antiguo. Sí, para laberintos,
no las calles de la Judería de San Bartolomé o las
barreduelas del barrio de Santa Cruz. Para laberintos, las
plantas y alzados del caserío tradicional de Sevilla. Si
miran un parcelario, verán que unas casas se meten dentro de
otras, por detrás, por arriba, por el lado. Hay propiedades
con una primera planta que pisa sobre el local comercial de
la medianera. Parcelas en forma de L que se meten por detrás
de otras. Como decían de los árboles, que antes de la
deforestación de España una ardilla podía bajar saltando de
rama en rama desde La Montaña a La Mancha, así un ratero
puede ir de azotea en azotea por el caserío del casco
antiguo desde El Salvador a La Campana. Y quien dice un
ratero, dice un fuego. Tienen mucha razón los bomberos: no
le damos importancia a la complejidad del caserío de
Sevilla. De milagro la tarde de Galerías Madrid no nos
acostamos Sevilla y nos levantamos Lisboa.
Que redacten, pues, cuanto antes ese plan de seguridad
contra el fuego. Y que nos metamos todos en la cabeza que el
río está ya dominado: que las riadas no son ya un peligro
para Sevilla. El peligro es el fuego. El día menos pensado
podemos pasar directamente de las sevillanas del coro del
Rocío del Salvador al fado de Amalia Rodrigues.
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