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SI
no tuviera que hacer hoy un mandado importantísimo en
Sevilla, al que no puedo enviar a un propio...
-¡Qué propio esto de «un propio», usted...!
-Y tan propio. Como que es la décima segunda acepción de la
voz en el DRAE: «Persona que expresamente se envía de un
punto a otro con carta o recado».
Bueno, pues si pudiera dejar aquí en Sevilla a un propio, a
estas horas estaba yo en el Ave, caminito de Madrid. Con la
pancarta en la mano como persona de diplomacia. Derechito a
Neptuno, cual hincha colchonero en noche de triunfo.
-Vamos, que iba usted a la manifa contra la LOE...
¡Del tirón! Por cierto, diré como en los antiguos programas
de radio; ¿puedo saludar? Pues saludo a todos los sevillanos
y andaluces que a estas horas van camino de Madrid a
defender nuestros derechos de enseñanza en libertad y de
libertad de enseñanza, y muy especialmente a quienes están
leyendo este artículo a bordo de los autobuses y los trenes.
Iba de buenas ganas a protestar, y sentimentalmente me uno a
la manifa, no solamente por la preterición de la Religión,
sino por la perpetuación del «Todo Vale» como supremo
principio docente. Los planes de estudio pasados y la LOE
futura son fábricas de flojos, de irresponsables, de
incultos, de ineducados. En una palabra: de canis. Voz ésta
de cani para calificar a la chusma de la que Luis Carlos
Peris decía ayer certeramente en su billete diario de la
competencia: «Esos hijos de puta que, teniendo ya ese
nombre, aquí se les llama canis».
La LOE lo premia todo, menos la excelencia. Premia el no
doblarla, la rebelión de los alumnos frente a los
profesores. Premia la poca vergüenza y el mínimo esfuerzo.
Consagra el principio de que el cliente, el alumno (o sea,
el futuro votante en una sociedad degradada, desnortada y
sin principios) siempre tiene la razón. ¿Cómo será el nivel
cultural de una futura sociedad donde todo el mundo ha
estudiado a razón de tres cates por curso? ¿Dónde quedará el
principio de autoridad en una sociedad de profesores
atemorizados por la dictadura de los alumnos?
Iría a la manifestación con sumo gusto, y de hecho voy: este
artículo es mi pancarta contra la LOE. Sin salir de la
bollería de la calidad de la enseñanza y sin meterme en la
pastelería de la Religión, que diría mi recordado Luis Toro.
Punto en el cual veo mucha cobardía. No por parte de las
asociaciones y colectividades que ahora van caminito de
Madrid a dar la cara, sino por parte de quienes debieran
hablar, dando ese testimonio del que tanto presumen. Sin
quererlo, la Hermandad Matriz del Rocío de Almonte, saltando
la reja de los silencios y las cobardías y pronunciándose
abiertamente contra la LOE, ha dejado a muchos profesionales
del catolicismo con el traserito al relente. Igual que la
Hermandad Matriz ha pedido a todas las filiales rocieras que
apoyen la manifestación «en defensa de la enseñanza
religiosa», me hubiera gustado ver que el Consejo de
Cofradías hacía lo mismo. Y que las hermandades, tal como
hacen la solemne protestación de fe en sus funciones
principales de instituto, proclamaran ahora la Verdad que
nos hace libres, con la valentía que tantas veces les falta,
sin las falsedades de peaje al uso. Llamo peaje al sistema
de subvenciones municipales en forma de palcos y sillas y de
pago de la logística urbana cofradiera, y de las
restauraciones de imágenes, templos y enseres con cargo al
presupuesto de la Junta, que tiene cautivo al Consejo de
Cofradías ante el poder. La copla que Manolo Barrios repite:
«Desgraciaíto el que come/el pan por manita ajena,/siempre
mirando a la cara,/si la pone mala o buena».
Así que como yo no vivo de las sillas de la carrera oficial
y no le tengo que mirar la cara a nadie, aunque no soy
rociero, le hago caso a la Hermandad Matriz y cojo mi
pancarta contra la LOE en forma de artículo.
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