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No
sólo la política produce ese teatro del absurdo que le gana
al de Miguel Mihura. Las costumbres no andan a la zaga.
Deben de tener también sus Zetas (su ZP y su Zaplana), su
Maragall, su Carod, su Rubalcaba, su Rubalcó, su Ha
Rubalcado y la conjugación completa en tercera persona de
todos los tiempos en pasado del verbo Rubalcar (verbo con
nombre de concesionaria de coches: Rubalcar Aljarafe,
Rubalcar Jerez). Al paso que vamos, llegará el día en que
entraremos en un bar, preguntaremos qué tienen de tapa, y
como sea uno de esos sitios ya tan escasos donde te las
recitan y no las dan en una cartulina plastificada, dirán:
-Pues tenemos la salchicha virtual crocante de lentejas al
tocino; las delicias de salmorejo en flor con daditos de
crujiente de rabo de toro; el pastel de ternera y
hierbabuena con salsa de higos; el confit de pajarito del
campo cazado con liria sobre un lecho de frutas del bosque
de la huerta de la abuela, y el queso frito al sorbete de la
leche que mamó mi abuela...
Tapas así y más complicadas, más cursis, más absurdas, están
compitiendo en San Sebastián. A orillas del Mar Cantábrico
de la vieja cantinela escolar de «España limita al Norte»,
acaban de descubrir el Mediterráneo: la Feria de la Tapa de
Sevilla o la campaña «Cádiz, la mar de tapas». Los grandes
gurus de la nueva cocina, con el inevitable Arzak a la
cabeza, le han puesto la chapela a la tapa. La llaman
pincho. Como le decían de chico al niño de Alfonso Guerra,
¿no?, pero escrito con T y X por CH: el pintxo. Y en la tapa
con boina de Tolosa han descubierto un invento, de los de
Dios nos coja confesados: la nueva cocina en miniatura. En
el congreso Lo Mejor de la Gastronomía que se celebra en el
Kursaal, un concurso decidirá qué bar tiene la mejor tapa.
Premio que darán a cualquier miniatura de la nueva cocina de
Arzak.
Mientras no baje de allí la moda de la nueva cocina de
tapas, como descendió a conquistarnos la cocina de los
platos cuadrados de Arzak, estamos salvados. Las ciudades
andaluzas, donde no tenemos que envidiar gastronómicamente
nada a nadie, se nos han llenado de sucursales cursis de
Arzak y de El Bulli. Les doy un consejo: cuando lleguen a un
restaurante y vean que en las mesas hay platos cuadrados y
cubiertos que parecen herramientas de dentista, ¡huyan
inmediatamente! En esos platos cuadrados traen unas raciones
así de chicas, microscópicas, que más que cubierto te
deberían de dar una lupa para poder verlas. Y al final, la
estocá. Pero estocá gorda, hasta la bola. Volapié. En
materia de factura, todos los genios de las tonterías de la
nueva cocina son discípulos de Rafael Ortega el de La Isla y
de Jaime Ostos el de Écija: puuuuuuuuum, estocá hasta la
bola. Premio a la mejor estocá de la feria en cada cuenta
que se paga.
Andalucía, la conquistadora de sus invasores que dijo Pemán,
ha sido tomada por la cursilería de la nueva cocina. Ya, por
ejemplo, no hay copa en pie de boda o de evento donde no te
ofrezcan una cosa extraña dentro de una cuchara china de
porcelana, a saber quién ha chuperreteado antes esa cuchara,
con lo cortito de fregaderos que está el cáterin ambulante.
Cómo será, que en todo cóctel te tienes ya que hartar de
preguntar a la niña que te pasa la bandeja qué demonios es
aquello. Y te dicen:
-Son suspiros de dátiles de Arabia rellenos de esencia de
camarones de Coria...
Nada, nada, volvamos a la tapa tradicional. Cuando en ese
cóctel pasan las bandejas de jamón, mire usted cómo nadie
tiene que preguntar qué es aquello. O cuando llega el cazón
en adobo. Que con su pan se coma Arzak la tontería de las
tapas de la nueva cocina. Bueno, con su pan, no, matizo: con
las rebanadas desestructuradas de las hogazas del horno de
leña de la abuela. ¡La leche (frita) que mamó la dichosa
abuela!
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