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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Alfonso el Sabio, antes Burro

El callejero de Sevilla lo carga el diablo. Cuando al Marqués de Paradas, don Gaspar Atienza y Tello, alcalde y promotor de grandes obras, como la estación de Plaza de Armas, le pusieron una calle, Don Cecilio de Triana publicó en su revista satírica el dibujo de un sevillano debajo del rótulo nuevo, en la esquina con Julio César. Se veían los dos letreros arriba, Julio César y Marqués de Paradas, y el sevillano decía: «De lo sublime a lo ridículo hay sólo un paso». Eso ocurría en 1901. Mucho antes, en 1845, pasó algo por el estilo. A la calle del Burro, en el cubilete comercial de Dados, se le dio el nombre del Don Alonso el Sabio, el cultísimo rey de Castilla y de León... y de Sevilla, joé, que siempre nos olvidamos del Reino de Sevilla. El gran amante de la ciudad. El que le dio las armas chicas del NO8DO. El que nació tal día como hoy de 1221, en Toledo, y que, como su padre San Fernando, murió aquí, en su ciudad querida, en 1284.

El Rey Sabio tuvo muy mala pata con la calle, y la sigue teniendo. Es la más difícil de encontrar en el callejero. Buscas «Alfonso el Sabio», y como Quevedo a Roma en Roma misma: no lo hallas. Es una calle con tratamiento protocolario. Algo así como la lápida de Martínez Barrio en el cementerio, la única del mundo donde a un difunto le ponen su tratamiento de «excelentísimo señor», vamos, la otra cara de la tumba de Mañara. La calle del Rey Sabio se llama oficialmente «Don Alonso el Sabio»: Alonso y no Alfonso, y con el Don por delante. ¡Cualquiera la encuentra!

Y aparte de ese Don tan poco norma DIN, la mala pata de dedicar la calle del Burro al Rey Sabio. Durante décadas, el chiste estuvo servido: «Calle Alfonso el Sabio, antes Burro». Así ha quedado caricaturizado el preterido y cultísimo gran rey de Sevilla. El primero que fundó una asociación unipersonal para la defensa del patrimonio. Conquistada la ciudad por San Fernando, el entonces Infante Don Alonso dijo que pasaría a cuchillo al moro que se atreviera a tocar un solo ladrillo del alminar de la mezquita, porque los mahometanos no estaban por la labor de cristianizar la Giralda. (El moro Ben Pavón el Derribista, al oírlo, salió corriendo y no paró hasta llegar a la calle Parras). Si San Fernando conquistó Andalucía de Jaén a Sevilla, a Alfonso X le debemos la redención de la verdadera Andalucía: Andalucía la Baja. Las tierras de sus conquistas son como un repertorio de cantes, de caballos, de vinos, de toros, de gracia. Conquistó el chaval nada menos que Jerez, Medina, Lebrija, Niebla y Cádiz. Es como si le hubiera dicho a las tropas de su santo padre, en el fandango de la civilización europea:

-Ea, vámonos por Huelva...

Y luego:

-Como mi padre conquistó Sevilla, para no dejar por embustero a Fernando Villalón no voy a tener más remedio que tomar Cádiz, para que vea que el mundo se divide en dos grandes partes.

Alfonso X nos trajo la civilización europea, inventó el concepto moderno de la Historia, se le considera fundador de la prosa castellana, Era poeta, astrónomo, científico, jurista. De ajedrez sabía más que Kasparov, De su pluma salieron «Laudes Hispaniae» y «Cantigas de Santa María», quizá las primeras saetas a la Virgen que se escribieron en Sevilla. Tres siglos más tarde, en el Renacimiento, a quien era como Alfonso el Sabio se le llamaría humanista. Y por si esto fuera poco, sevillano hasta el último florón de su corona. Si San Fernando nos sacó de Africa, Alfonso El Sabio nos trajo la civilización europea. El sí que no dejó a Sevilla. Pero, claro, como echó a los beduinos de Cádiz más allá de las Puertas de Tierra, a la Universidad pública nueva estos progres le pusieron Pablo de Olavide, que les suena a rojete medio masón. ¿Cómo iba a haber en Sevilla una Universidad Alfonso el Sabio, si para muchos sigue siendo Burro?


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