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El
callejero de Sevilla lo carga el diablo. Cuando al Marqués
de Paradas, don Gaspar Atienza y Tello, alcalde y promotor
de grandes obras, como la estación de Plaza de Armas, le
pusieron una calle, Don Cecilio de Triana publicó en su
revista satírica el dibujo de un sevillano debajo del rótulo
nuevo, en la esquina con Julio César. Se veían los dos
letreros arriba, Julio César y Marqués de Paradas, y el
sevillano decía: «De lo sublime a lo ridículo hay sólo un
paso». Eso ocurría en 1901. Mucho antes, en 1845, pasó algo
por el estilo. A la calle del Burro, en el cubilete
comercial de Dados, se le dio el nombre del Don Alonso el
Sabio, el cultísimo rey de Castilla y de León... y de
Sevilla, joé, que siempre nos olvidamos del Reino de
Sevilla. El gran amante de la ciudad. El que le dio las
armas chicas del NO8DO. El que nació tal día como hoy de
1221, en Toledo, y que, como su padre San Fernando, murió
aquí, en su ciudad querida, en 1284.
El Rey Sabio tuvo muy mala pata con la calle, y la sigue
teniendo. Es la más difícil de encontrar en el callejero.
Buscas «Alfonso el Sabio», y como Quevedo a Roma en Roma
misma: no lo hallas. Es una calle con tratamiento
protocolario. Algo así como la lápida de Martínez Barrio en
el cementerio, la única del mundo donde a un difunto le
ponen su tratamiento de «excelentísimo señor», vamos, la
otra cara de la tumba de Mañara. La calle del Rey Sabio se
llama oficialmente «Don Alonso el Sabio»: Alonso y no
Alfonso, y con el Don por delante. ¡Cualquiera la encuentra!
Y aparte de ese Don tan poco norma DIN, la mala pata de
dedicar la calle del Burro al Rey Sabio. Durante décadas, el
chiste estuvo servido: «Calle Alfonso el Sabio, antes
Burro». Así ha quedado caricaturizado el preterido y
cultísimo gran rey de Sevilla. El primero que fundó una
asociación unipersonal para la defensa del patrimonio.
Conquistada la ciudad por San Fernando, el entonces Infante
Don Alonso dijo que pasaría a cuchillo al moro que se
atreviera a tocar un solo ladrillo del alminar de la
mezquita, porque los mahometanos no estaban por la labor de
cristianizar la Giralda. (El moro Ben Pavón el Derribista,
al oírlo, salió corriendo y no paró hasta llegar a la calle
Parras). Si San Fernando conquistó Andalucía de Jaén a
Sevilla, a Alfonso X le debemos la redención de la verdadera
Andalucía: Andalucía la Baja. Las tierras de sus conquistas
son como un repertorio de cantes, de caballos, de vinos, de
toros, de gracia. Conquistó el chaval nada menos que Jerez,
Medina, Lebrija, Niebla y Cádiz. Es como si le hubiera dicho
a las tropas de su santo padre, en el fandango de la
civilización europea:
-Ea, vámonos por Huelva...
Y luego:
-Como mi padre conquistó Sevilla, para no dejar por
embustero a Fernando Villalón no voy a tener más remedio que
tomar Cádiz, para que vea que el mundo se divide en dos
grandes partes.
Alfonso X nos trajo la civilización europea, inventó el
concepto moderno de la Historia, se le considera fundador de
la prosa castellana, Era poeta, astrónomo, científico,
jurista. De ajedrez sabía más que Kasparov, De su pluma
salieron «Laudes Hispaniae» y «Cantigas de Santa María»,
quizá las primeras saetas a la Virgen que se escribieron en
Sevilla. Tres siglos más tarde, en el Renacimiento, a quien
era como Alfonso el Sabio se le llamaría humanista. Y por si
esto fuera poco, sevillano hasta el último florón de su
corona. Si San Fernando nos sacó de Africa, Alfonso El Sabio
nos trajo la civilización europea. El sí que no dejó a
Sevilla. Pero, claro, como echó a los beduinos de Cádiz más
allá de las Puertas de Tierra, a la Universidad pública
nueva estos progres le pusieron Pablo de Olavide, que les
suena a rojete medio masón. ¿Cómo iba a haber en Sevilla una
Universidad Alfonso el Sabio, si para muchos sigue siendo
Burro?
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