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NO
habré de ser de quienes presumen de Beatles a estas alturas
de curso. Reconozco que más que a Los Beatles, en aquellos
entonces aquí escuchábamos en los guateques el «Diana» de
Paul Anka, o un poquito de Cinco Latinos, o su mijita de
Brincos, ¿no, verdad, José Luis Garci? En todo caso oíamos a
unos ciertos Beatles, pero otros: Los Beatles de Cádiz, las
primeras melenas que se vieron pasear orgullosamente por la
Gran Vía cuando Manolo Caracol los trajo para actuar en Los
Canasteros de la calle Barbieri.
Pero como mola, viste y maquea presumir ahora de que oíamos
a Los Beatles de Liverpool entonces, no habré de ser menos,
¿será por ojana? Venga, «Imagine»: «Imagina que no hay
países / Puedes decir que soy un soñador / pero no soy el
único / espero que algún día te unas a nosotros / y el mundo
vivirá unido». Imaginemos pues. Imagino que no hay países.
Imagino que John Lennon vivía en España, con su Yoko Ono de
su alma. En Madrid, por ejemplo. Imagino, verbigracia, que
habitaba un «loft», como ahora tanto se lleva, en un
edificio que daba a un parque. En vez del Central Park,
pongamos el Parque del Oeste o el Retiro (sin jeringuillas).
El Edificio Dakota puede estar perfectamente en Rosales.
Allí vive Lennon, a quien le gusta por las mañanas, después
del café bebío, pasearse, vida sana, con su chándal, arrecío.
Y una mañana de diciembre de 1980 en que Lennon iba a salir
a darse su paseíto por la muralla real, el día 8
concretamente, como era día de la Purísima y libraba el
portero, pues estaba esperándolo en el portal desierto un
majara con pistola. Un tal Mark David Chapman, que sacó su
pistola y, pum, pum, como cuando mataron al gitano Antón en
la rumba de Peret: se lo cargó. Hay amores y admiraciones
que matan, sobre todo cuando vienen de forofos macandés con
una pistola en el bolsillo.
A Chapman lo detuvo inmediatamente la Policía española, y
siete u ocho mil políticos se pusieron la medalla de su
captura. En las Salesas se celebró luego el sonado juicio.
Lo defendió con su efectividad de siempre un tal Baena
Bocanegra, que le hizo decir al loquito beatlemaníaco ante
estrados, sobre su arrebato del 9 corto: «Nada podía
detenerme, era como un tren sin frenos. Oí una voz que me
decía: «Hazlo, hazlo»». Total, que entre enajenación mental
transitoria y Código Penal, a Chapman le salió de condena lo
que en estos casos suele: muy poco, casi nada. De la que
cumplió lo habitual: menos todavía, unos mesecitos. Chapman
quedó al poco tiempo en libertad, y por ahí anda tan
campante, tras haber contado lo suyo en catorce platós de
pago. Yoko Ono ha tenido varias veces que pasar el amargo
trago de encontrarse por la calle al asesino de su marido.
Chapman, en el sistema penal y penitencial de España, está
libre, mientras que el pobre Lennon sigue recolectando su
cosecha anual de dos palmos de jaramagos.
Paren ahora el picú de los guateques. Que deje de sonar
«Imagine». Dejemos de imaginar. Empecemos a envidiar. A
Lennon no lo mataron en Madrid, sino en Nueva York. Yo fui
un día a hacer el cateto visitando el sitio, el edificio
Dakota, que es así de ladrillo visto, historicista, como un
internado de los Salesianos o una universidad de los
Jesuitas. A Chapman lo juzgaron en Estados Unidos. Y lo
condenaron a cadena perpetua. Y todavía está en la cárcel.
No existe la menor posibilidad de que Yoko Ono se encuentre
por la calle con el asesino de su marido, tal como aquí en
España los hijos de los asesinados por la ETA se tienen que
cruzar con quien le descerrajó un tiro en la nuca a su
padre, o como los que han hecho una muerte vuelven luego a
pasar a cuchillo a una familia entera de joyeros.
Qué cosas sueña uno para España cuando suena el «Imagine» de
John Lennon...
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