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COMO
aquí no somos como los políticos, y cumplimos lo que
prometemos, ea, ahí va la segunda cacimbocada de ideas de
monumentos que Sevilla necesita como el comer. Empezando por
el Monumento al Monumento, que, entre otros, propone don
Julio Domínguez Arjona: «Más que conservar lo mucho bueno
que tenemos y se nos cae a pedazos de puro abandono (lo
último es un señor viviendo impunemente dentro de una torre
almohade), el Ayuntamiento se dedica a dejar improntas para
salir en la foto». Otro lector nos dice que el monumento a
Regaera el de la Murga hay que ampliarlo con Manolín,
Carabolso, Escalera, «y todos los murguistas que tenemos que
padecer en Sevilla, porque aquí hay tela de murguistas, el
Ayuntamiento mismo está lleno de ellos».
Un anónimo lector nos propone monumentos como en tacada de
los billares del cerrado Café Madrid: «Al que puso en Triana
lo de «Se acabó el carbón, III año triunfal». A la calesita
del borriquito moruno de la Plaza España, donde todos
estamos retratados de niños. A la piqueta del Alcalde
Palanqueta y al alcalde catedrático de Historia del Arte que
derribó El Duque para hacer el Cortinglés. A la Ensaladilla
de La Alicantina: se le pone una ración a Martínez Montañés
en la mano y nos lo ahorramos, economía del lenguaje
escultórico. A Escámez vendiendo lotería falsa de Navidad
con el 2704 en La Europa. A los amotinados de La Feria, con
un «¡Viva del Rey y muera el mal gobierno!» en el pedestal,
que sirve perfectamente para ahora. Al ceramista Enrique
Orce con el hábito del Gran Poder en el tranvía de Triana el
año 33 (que había que tenerlos bien puestos para ir así
vestido ese año y en ese sitio). A las yemas de San Leandro.
Al carmen de Ochoa. A las torteras de confitería La Campana.
A los pestiños de Santa Inés. A los pavías. A la rueda de
calentitos».
Y más ideas, espigadas de las monumentales contribuciones de
los lectores. Monumento urgente a la Vieja del Candilejo. A
Blanco Cerrillo, por el olor de adobo, incienso de la mar,
con que trasmina la calle Velázquez. Al maestro Muñiz
tallando las garras de los zancos de La Carretería, con una
buena garrafa de Valdepeñas al lado. A Bandarán, y al Cura
Francisquito, y al padre González Abato. En La Gavidia,
junto a Daoiz, el monumento a Don Antonio el Betunero, que
daba el parte antes que Queipo de Llano. Al Nazareno
Desconocido, el que dio grandeza a la Semana Santa cuando no
estaba de moda salir y las cofradías tenían que recurrir a
los alquilones.
Otro lector propone el Monumento al Caballo sin Nadie
Encima, al caballo propiamente dicho, al jerezano modo,
monumento que deben pagar los de Fibes por el dinerito que
le sacan al Sicab. O sea, un monumento sin El Cid en lo alto
y sin San Fernando, para que Babieca no siga usurpando la
gloria del Caballo en general. (¿Que quién pagará este
monumento? Pues las tiendas de El Caballo; hombre, no va a
ser Angelito el Guarnicionero de la Puerta Larená).
Más monumentos: al guarda mayor del Parque que le puso una
multa al Rey Alfonso XIII por cortar una rosa, y no como
ahora, que los que cortan filas de árboles delante del
Coliseo España son los del Ayuntamiento, y no hay quien les
saque tarjeta amarilla. Y el monumento al Ave, aunque nos
han dicho que existe, y que está en la barra de Robles cada
vez que hay un puente y todo Madrid se viene de copeo y
tapeo.
En Sevilla hay que tener mucho cuidado, porque sales tres
días en el periódico y ya hay quien quiere levantarte un
monumento para apuntarse el tanto. Con el dinero de una Caja
de Ahorros, claro.
Pero ninguno como el monumento que yo le levanto aquí a
usted, hoy y cada día, querido lector. Usted sí que se
merece un monumento, por leerme. Y de hoy no pasa que yo se
lo erija, querido lector, porque a su generosidad le debo
cada día que mi modesto artículo sea El Recuadro.
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