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Uno
de los males de nuestro tiempo es el igualitarismo. Con el
igualitarismo, todo da lo mismo. E igualitarismo lamentable
han aplicado el Ayuntamiento y el Consorcio de Turismo para
una iniciativa loable en su planteamiento, pero agraviosa en
su realización: premiar a los comercios veteranos de
Sevilla. Han puesto un corte de 50 años y han dado un
azulejito conmemorativo a los comercios que han estado este
tiempo abiertos ininterrumpidamente. Vamos, sobreviviendo a
pesar de los impuestos, el IBI, los convenios colectivos, la
competencia de las grandes superficies y las calles patas
arriba por las obras.
En el ABC vino la lista completa de los 52 comercios
premiados con el azulejito. Ni están todos los que son ni
son todos los que están. No está, por ejemplo, Tejidos
Curado, abierta en la Cuesta del Rosario casi desde tiempos
de Santo Domingo que lo ha fundado. Ni está un comercio
tradicional de chicarrería, carne de mi carne, donde en 1946
sentó plaza de mujer empresaria frente a la Catedral mi
zapatera del Niño de la Virgen de los Reyes.
Una cosa es el comercio tradicional y otra el comercio
rancio. Y esto ha sido la tómbola del comercio rancio. No ha
quedado taberna, como la del inevitable Robles, sin su
pedrea. Establecimientos que no tienen el menor interés en
su decoración, de ayer por la mañana, tras una reforma en la
que a lo mejor se cargaron nobles maderas, vidrios pintados
a mano, mostradores de caoba y espejos donde se había parado
el azogue del tiempo. Establecimientos cuyo único mérito
quizá sean las cagadas de moscas en el cuadro que enmarca su
licencia de apertura. O comercios otrora tradicionales, que
marcaban el carácter de la ciudad, y que se cargaron con
toda la complicidad municipal. Premiar la horterada de acero
inoxidable y mármol que han perpetrado en Ochoa de Sierpes
es dar una puñalada a la memoria de muchas generaciones de
sevillanos.
Es un agravio igualitario poner establecimientos cien veces
reformados, cada vez con peor gusto, a la misma altura que
el verdadero comercio tradicional, monumental, digno de toda
protección, ayuda, estímulo...y exenciones fiscales. Los
comerciantes que mantienen establecimientos tradicionales
deberían decir como el famoso embajador inglés sobre los
manifestantes: no me dé usted más premios, me basta con que
me cobre menos impuestos y no me haga más obras en esta
calle. No se puede poner a Joyería Reyes, a El Cronómetro, a
El Rinconcillo, al Bazar Victoria, a Casa Román, a Félix
Pozo o a Casa Morales, por sólo citar algunos, a la misma
altura que una tabernita con tapa de altramuces. Estos
comercios monumentales son dignos de una ayuda que brilla
por su ausencia (Plan Restauro aparte, que elogiamos en su
momento). Como monumentos que son, deberían tener exenciones
fiscales totales. Y subvenciones. Si se subvenciona el
campo, la pesca, la ganadería, ¿por qué no el comercio?
Si quieren comprobar el agravio, entren en ese vivo
monumento catalogado del Modernismo que es la Joyería Reyes,
de Alvarez Quintero. Nada ha sido tocado del proyecto
original de Juan de los Reyes y Arévalo. Con todo respeto a
la Historia y al Arte, los dueños se han gastado durante
casi cien años carretadas de dinero para restaurar y
conservar hasta el papel pintado de las paredes, aparte de
las vitrinas, los mostradores, las lámparas, el
singularísimo conjunto Art Nouveau. ¿Cómo se va a comparar
el mérito de Reyes con una tasca de plástico y formica de
ayer por la mañana? Pues nada, el Ayuntamiento ha premiado
tanto a la tasca magefesa como a la monumental Joyería Reyes
con lo mismo: con un azulejito. Si yo fuera el dueño de la
Joyería Reyes, harto de pagar impuestos y de conservar un
refinadísimo trozo de Sevilla con cargo a mi bolsillo, y me
vinieran con el azulejito, me daba el gustazo de decirles a
los del Ayuntamiento por dónde tenían que meterse el
azulejito...
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