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MIEDO
me da este miedo. Pánico. Nadie se atreve a decir en público
que está de acuerdo con lo que preocupa al general Mena y
por lo menos a los diez millones de votantes del PP y a
parte de los otros diez millones del PSOE. Me da miedo que
la mera lectura pública de la Constitución pueda ser un acto
inconstitucional. Como nos estamos jugando a las cartas la
propia Carta Magna, hay artículos de la Constitución a los
que, por lo visto, aunque estén ahí, les pasa como a la
sangre de Ignacio sobre la arena en el lorquiano llanto por
Sánchez Mejías: que no quiero verla.
Que no quiero ver la sangre de España sobre la arena.
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Con todo lo que ha pasado, lo que está pasando y lo que
presumiblemente va a pasar, el único problema de España,
perdón, del Estado Español (no me vayan a meter un paquete),
tiene tres estrellas de cuatro puntas, un bastón y una
espada cruzados y se llama Mena. Que mandaba la Fuerza
Terrestre, y no la Fuerza Extraterrestre, como hubieran
querido algunos.
El excelentísimo señor teniente general don José Mena Aguado
no es militar. Es de Caballería. Un caballero que se atrevió
a decir lo que silencia la España del «come y calla». Esta
España que ahora asiste cobardemente callada a su
linchamiento. Un caballero más constitucional que las dos
columnas del escudo, pero con dos... lanzas de Caballería
como para decir acerca de la desintegración de España lo que
media nación y parte de la otra media calla, muerta de miedo
ante la dictadura de lo políticamente correcto, la tiranía
del progresismo radical y el chantaje en sesión continua de
los separatistas.
A mí me da miedo este miedo. Por eso no me atrevo a decir
como aquella madre en el desfile de la jura de bandera de su
hijo, y afirmo que el único que va con el paso cambiado es
Mena. Estamos en la España de los despropósitos donde los
separatistas sí que saben marcar el paso, un, dos, papa y
arroz, que no les falte de nada. Y donde citar la
Constitución es golpista. Sé que me la estoy jugando. Me
llamarán golpista por atreverme a decir que el artículo 8 de
la Constitución está ahí, aunque sea como Francisco Alegre:
un nombre en los carteles (o en los cuarteles) que nadie
quiere mirar. Y sé que el general Mena dijo en su discurso
algo que nadie ha recordado, que desde sus malas conciencias
han silenciado por tierra, mar y aire: «No olvidemos que
hemos jurado o prometido guardar y hacer guardar la
Constitución. Y para nosotros, los militares, todo juramento
o promesa constituye una cuestión de honor.» ¡Qué tío más
golpista y más facha! ¿Cuidado que venir a hablar de honor
en una nación de perjuros?
Por eso no puedo estar más de acuerdo con el silencio
ominoso de la mayoría. Bono dijo que iba a hacer una ley por
la que todo soldado podrá llegar a general. Ayer la puso en
práctica, urgentemente, y en sentido inverso: todo general
puede llegar a soldado, con arresto de ocho días en
prevención incluido, si se atreve a desafiar la peor
dictadura. Que no es la de Castro ni la de Pinochet, sino la
dictadura de lo políticamente correcto.
Así que bien arrestado y destituido. Ha resultado tan
socorrido como lo fue Rusia para Serrano Súñer: Mena es
culpable. De hoy a mañana empezaremos a saber que Mena fue
el que negoció con la ETA en Perpiñán. Mena, el que no quiso
cumplir con Batasuna en el Parlamento Vasco la sentencia del
Supremo. Mena, el que ha incumplido el Pacto Antiterrorista
y la Ley de Partidos. Mena es la suma de todos los males sin
mezcla de bien alguno. Hay que linchar a Mena. ¡Heterosexual
el último!
Y el vicario general castrense, que tenga mucho cuidadito.
Que no se le ocurra recitar el Credo. Porque como se entere
el JEMAD de que ha recitado el Credo en un acto castrense,
le pide al Papa su excomunión, por atreverse a decir en un
Estado Laico que Dios existe. A Mena ya lo han excomulgado
por recitar el credo del honor.
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