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EN
el divertido «Diccionario para un macuto», García Serrano
recuerda una frase de los frentes de la guerra civil: «Las
laureadas las ganan Domecq y González Byass». Es voz común
que en Sevilla el 23-F lo abortó Johnny Walker. Sanz Pastor,
entonces delegado del Gobierno de la UCD, podría contar
alguna historia para no dormir de aquella noche en que nadie
pudo conciliar el sueño. En el Congreso habían dicho los
asaltantes picoletos de Tejero lo de «¡todos al suelo!».
Aquí, sin que nadie hubiera asaltado nada, ¡todos hasta las
trancas! Por las patas abajo. Habían sido repostados y
municionados los carros de combate de la Guzmán el Bueno. Si
no llegaron a la Plaza Nueva y Sanz Pastor no fue una
segunda edición de Varela Rendueles, fue gracias a Johnny
Walker y a Su Majestad el Rey.
Así fue la verdad, que ya manipulan en plan Memoria
Histórica: la pistola de Sanz Pastor amartillada sobre la
mesa de su despacho, mirando a sus vecinos de la Plaza de
España. Urge escribir toda esa Historia antes que nos la
inventen, como han hecho en el Congreso. Los que no vivieron
aquel miedo, un 18 de julio con tricornios, pueden llegar a
creerse la falseada reescritura de la Historia que ha
aprobado el Congreso de los Diputados, por unanimidad, con
los cara de jotes del PP tragando: «La carencia de cualquier
atisbo de respaldo social, la actitud ejemplar de la
ciudadanía, el comportamiento responsable de los partidos
políticos y de los sindicatos, así como el de los medios de
comunicación y, particularmente, el de las instituciones
democráticas, tanto la encarnada por la Corona como por las
instituciones gubernamentales, parlamentarias autonómicas y
las municipales, bastaron para frustrar el golpe de Estado».
Pues al contrario del Pozí: ponó. Quien frustró el golpe fue
el Rey, en solitario. Si no llega a ser por el Rey, el
Pizjuán hubiera sido quizá un estadio a la chilena, con
Carlos Cano de Víctor Jara. La ciudadanía no tuvo actitud
ejemplar alguna. Hasta las trancas. Hombre, si por actitud
ejemplar entendemos dar cuarenta duros por un agujero donde
esconderse, entonces, sí. En Sevilla no hubo comportamiento
responsable alguno de las instituciones autonómicas y
municipales, que se quitaron de enmedio. En las sedes de los
partidos, fumata blanca de quemar papeles. Ya digo: por las
patas abajo.
Nunca tantos se fueron tan urgentemente hacia Villa Real de
San Antonio, y no precisamente a comprar toallas. Lo de «ni
está ni se le espera» se aplicó aquí en Sevilla a los cargos
democráticos con respecto a sus despachos, con rarísimas
excepciones, como la del caballerazo alcalde Uruñuela. Los
que más corrían, los sindicatos. Cuanto más rojos, más
corrían. Corríamos todos. Servidor estaba en la redacción de
ABC cuando desde Granada me llamó Carlos Cano. Me dijo,
nerviosísimo:
-Cojo el coche y me voy ahora mismo para tu casa, porque a
mí no me pasa aquí en Granada como a García Lorca.
Sin la A-92 todavía, cómo correría Cano por la carretera,
que en dos horas y media estaba en mi casa de Nervión. Una
tontería. Hubieran tenido dos por el precio de uno. Cano fue
el espejo donde vi mi propia imagen del miedo. Cuando en la
vieja radio de Paco Otero en la redacción de ABC, Ignacio
Martínez sintonizó Radio Nacional y sonó, 36 puro, la marcha
militar de «Los voluntarios».
Ayer, Ignacio Martínez, junto a José Antonio Carrizosa, me
evocaba aquellas horas inciertas en la redacción:
-Yo no sentí miedo hasta que vi cómo al escuchar «Los
voluntarios» por Radio Nacional se te cambió la cara. Se te
puso cara de paredón.
Si en Madrid todos al suelo, aquí, todos hasta las trancas.
¿No vamos a ser monárquicos, si diga lo que diga la
indignante mentira histórica del Congreso fue el Rey quien
nos devolvió este bendito aire de libertades que podemos
seguir respirando (aunque con alguna totalitaria disnea
separatista) veinticinco años más tarde?
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