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Iba
a escribir sobre algo que hoy tratarán, según mis cálculos,
catorce mil artículos y siete mil dibujos humorísticos: la
dimisión de Florentino. E iba a hacerlo en el mismo sentido
en que irán todos. Que el Real Madrid es una maravilla, y no
como el Gobierno. Un lugar donde la gente, cuando ve que lo
está haciendo mal, que se ha equivocado, que tiene al
personal en contra, coge y dimite. Habría que merenguizar
España. Florentinizar España. A ver si empezaba a dimitir la
gente por cuestiones más importantes que la rebelión del
vestuario o el agotamiento de la venta de camisetas como
proyecto deportivo. Por menos que Florentino aquí tenían que
haber dimitido el ministro de Defensa, el fiscal general del
Estado, la directora general de RTVE, la de Prisiones y
medio fichero de altos cargos de la Administración del
Estado. Y ya ven: sólo se va Florentino. Es una rima de
Bécquer: Dios mío, qué solos se quedan los Florentinos en
esta España donde nadie dimite.
¿Qué digo dimitir? Lo que se hace es justamente lo
contrario: pactar con el enemigo con tal de permanecer en la
poltrona. Lo que está ocurriendo en la gobernación de España
está clarísimo a la luz de la dimisión merengue. Es como si
Florentino hubiera pactado con el Barsa para que lo apoyara
en su permanencia al frente del Real Madrid, al precio que
fuera: a cambio de dejarse marcar todos los goles habidos y
por haber. Florentino, en tal caso, podría seguir en la
presidencia del Real Madrid con la misma sonrisita de
malvado con que el nieto del Capitán Tan permanece en la
presidencia del Gobierno de España...o de lo que va quedando
de ella.
Algo que también deberían aprender de la metáfora de
Florentino es a llamar esclarecedoramente a las cosas por su
nombre. Tomen esta frase y cambien en ella las palabras
«Real Madrid» por la voz «España»: «Creemos que el Real
Madrid necesita un cambio y éste es el momento oportuno».
Blanco y con galácticos. Más claro, agua. Ejemplo para que
se dejaran de eufemismos como «violentos» y como «paz» a la
hora de hablar de la claudicación ante la ETA. A la que hay
que empezar por ponerle por delante el artículo. Nadie dice
Mafia ni Camorra, sin artículo: son «la» Mafia y «la»
Camorra. Por las mismas, no es ETA a secas, es «la» ETA. Y
no son «los violentos», como ha roto en llamarles el nieto
del Capitán Tan, sino los asesinos. Los violentos son los
Pablos Alfaros que les meten patadones a los galácticos
vendecamisetas. Los de la ETA, insisto, no son los
violentos: son los criminales que han asesinado a esos mil
españoles a cuyos deudos no quiere escuchar el nieto del
Capitán Tan. A quien, ya que no imita a Florentino en el
arte de irse a su casa, por lo menos debía seguirle en la
grandeza de llamar a las cosas por su nombre.
Claro, que en tal caso no hablaría tampoco de «proceso de
paz». ¿Pero qué paz ni qué niño muerto, naturalmente que
niño muerto por bomba asesina en casa cuartel de la Guardia
Civil? Para que haya un proceso de paz ha tenido que haber
antes una guerra. Y aquí la última guerra, que yo sepa, fue
la de Ifni, antes que les regaláramos el Sahara a los moros
amigos de la alianza de civilizaciones que nos toca lo que
rima. Paz es la «situación y relación mutua de quienes no
están en guerra». Y aquí no ha habido nunca dos bandos en
mutua guerra, sino una cuadrilla de asesinos matando,
secuestrando, extorsionando y pactando con Carod Rovira en
Perpiñán la destrucción de un Reino constitucional que no ha
utilizado más armas que las del Estado de Derecho.
Dije que no iba a escribir de la dimisión de Florentino, y
se me acaba el papel sin hacer otra cosa. No, si todo lo del
nieto del Capitán Tan se pega. Hasta esto de prometer una
cosa y después hacer justamente la contraria. Sin que dimita
nadie.
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