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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


La peluquera

Aunque el sábado sea el triste aniversario, no pregunten a la gente sobre la autoría de la matanza terrorista del 11-M, que no saben nada. No interroguen cómo quedará al final lo de nación en el Estatuto catalán. Es inútil que inquieran por la opa y la reopa de Endesa. Y como aún no repercute mucho en el recibo de la hipoteca de este mes, tampoco pregunten sobre la subida de tipos de interés por el BCE.

Pero pregunten en cambio por la peluquera.

Se lo saben todo.

Todos sabemos absolutamente todo de la peluquera. Aunque nadie conozca por qué razón. ¿Dónde están las obras completas de la peluquera? ¿Ha descubierto acaso el remedio definitivo contra la alopecia? ¿Ha creado un nuevo peinado que llevan nueve de cada diez estrellas de Hollywood? En la televisión, en las revistas, en la radio, todos hemos hecho un master obligatorio sobre la peluquera. Pregúntenme lo que quieran del matrimonio de la peluquera, de la viudedad de la peluquera, del patrimonio inmobiliario de la peluquera, de los negocios de la peluquera, del nuevo marido de color de la peluquera...

-¿Qué color dice usted que tiene el marido de la peluquera? ¿Amarillo acaso? Cuidado, a ver si este hombre va a tener una ictericia obstructiva y lo van a tener también que hospitalizar urgentemente...

-No, es más bien así como oscurito...

-¡Pues diga usted que es negro!

Sabemos más todavía. Cómo se llama y de qué país africano vino el marido de la peluquera. Qué casa se está haciendo allí. Y cuál es la gracia de su pariente alto y grandote del generoso morrillo donde, como decía El Pali, se puede escribir El Quijote con la maja del gazpacho.

Como todos somos mucho de la peluquera, celebramos en su día su boda y embarazo. Y rechazamos a los malpensados que decían que era a la primera señora encinta que veían con michelines. Todo era porque le tienen envidia a la peluquera. Por eso no compartieron nuestra natural y lógica alegría cuando supimos puntual y gozosamente, en boletines de alcance que interrumpieron los programas de televisión, una noticia importantísima para los asuntos públicos del Reino de España: que la dignísima peluquera había sido madre de una niña.

Pero más tarde, ay, España entera se apenó cuando ingresaron a la peluquera en un hospital público, y luego en una clínica privada. Incluso llamaron a la escuela de traductores de Toledo del lenguaje de sordos, para que leyeran en los labios de la peluquera lo que decía tras aquella ventanita de pena y soledad en el hospital. ¡El alma en un puño! Al que no se le destrozara el corazón entonces es que lo tiene de piedra. Por lo que no tengo reparo en reconocer que viéndola tan triste y sola me di un lote de llorar importante, como todos los españoles bien nacidos, para los que no hay más problema en España que los de la peluquera.

¿Qué peluquera, dice usted a esta altura del artículo? Diré como Bécquer: ¿y tú me lo preguntas? ¡Pues la única peluquera que hay en España! Suelten palomas, tiren cohetes, que gracias a Dios la peluquera ya ha recobrado la salud, lo que celebro de todo corazón, y ha ganado la batalla legal con sus padres por la custodia de su hija, por lo que descorcho champán del bueno.

No es la peluquera de la Reina. No es numeraria ni presidenta de la Real Academia Española de Peluquería. Es... eso: la peluquera. Una simple y respetable peluquera sin el menor interés, que demuestra la cantidad de gente que vive a costa de los excedentes de fama de una gran artista que mientras otros capitalizan tangencialmente su popularidad, ella lucha por la vida en un hospital de Houston. Y que en el revoloteo genial de sus alas al viento es capaz de hacer rica y famosa no digo ya a una simple peluquera, sino...¡hasta al frasco de tinte del dinámico de Mira Quién Baila!
 

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