A
estas alturas de curso no creo que necesite presentación. No
voy a ser como el egocéntrico locutor de sala de la
convención del PP. Entre otras cosas porque como soy libre,
no hay quien me ponga ni una correa, ni una mantita, ni un
carné de partido. Hasta ahí podíamos llegar. ¡Miau!
Soy Remo, el gato litergato romano de la Bética que dictó
sendos libros sobre felina materia al señor que recogí en mi
casa como mascota humana y al que le puse de nombre Burgos.
Estaba de humano callejero, a riesgo de que lo cogiera un
macrobotellón o un farruquito, atemorizado por lo que está
pasando en España, donde hoy es todo más absurdo que ayer,
pero menos que mañana. Hasta que lo recogí. ¡Lo agradecidos
que son estos humanos! Siempre recomiendo a mis congéneres
que recojan a uno en sus casas. ¡Qué serviciales, cuánta
compañía dan! Lo bien que nos pagan la comida, la
veterinaria, las vacunas, los gastos de comunidad, la
calefacción calentita, el IBI. Todo. No sé cómo hay gatos
que todavía no han recogido a un humano en su casa. Sí, ya
sé. Por la mala fama que tienen los humanos: gente violenta,
agresiva, egoísta, que nada más que piensan en el dinero y
en pasarlo lo mejor posible.
Aprovechando que mi humano ha salido a comprobar si ha
florecido ya el primer naranjo, me he metido aquí en su
escritorio y he tomado sus trastos, porque estoy muy
preocupado. Por la gripe aviar. Me paso todo el día en la
salita, donde mis humanos tienen puesta la televisión, que
es como una ventana por donde sale siempre una peluquera muy
famosa y unas señoras que dicen que son muy progresistas,
muy de izquierdas y solidarias, pero que se dedican a hacer
el ridículo en África, disfrazándose de subsaharianas. Sin
patera, claro: hotel de cinco estrellas y avión gran clase.
A lo que iba: que por esa ventana por donde salen todas las
perrerías que quienes los gobiernan les hacen a los humanos
españoles, he visto que están cayendo como chinches las
compañeras gallinas, las compañeras ocas y los compañeros
gansos. Por una enfermedad, la gripe aviar, que tiene nombre
como de jugar a los barquitos: H5N1... ¡agua! Eso: agua.
Menos mal que esto no es la isla alemana de Rügen y que
todavía no ha aparecido muerto en España ningún colega
nuestro, ningún lindo gatuno. Lo que nos faltaba a los gatos
de España era que cayera alguno de los nuestros por culpa de
la gripe aviar y nos cogieran como cabeza de turco, encima
de la que tienen tomada contra nosotros los ayuntamientos,
los zoosanitarios con sus nazis cámaras de gas y otras
inquisiciones que odian la Libertad que representamos. (Mi
humano dice que la mejor Estatua de la Libertad no está en
Nueva York, que soy yo, haciendo siempre lo que me da la
gana). Si en esos países tan civilizados como Alemania y
Francia, donde los gatos ocupamos el lugar que nos
corresponde como los dioses que fuimos en el antiguo Egipto,
como heraldos de la romanización, nos abandonan, nos meten
en cuarentenas y lazaretos, nos persiguen, nos encierran, no
quiero ni pensar la que nos pueden formar aquí en España, la
nación europea donde tenemos peor prensa y somos más
odiados.
Sin ningún gato caído todavía por Bastet y por Egipto a
causa de la gripe aviar, el Ayuntamiento de Bilbao, por
ejemplo, ha prohibido bajo multa de 600 euros que los
humanos nos alimenten a los callejeros. Han condenado
cruelmente a la muerte por inanición a los libres gatos
callejeritos de Bilbao. ¡Con la falta que hacen en las
Vascongadas los monumentos vivos a la Libertad como somos
los gatunos! Como no somos nobles linces, no nos hacen
felinos predilectos de la Junta de Andalucía ni nada. Así
que no quiero ni pensar lo que sería esta España matagatos
si en el triste azar del H5N1 dijeran un día: «¡Tocado y
hundido un hermoso gato canelita del Campo del Sur de la
Cuna de la Libertad que se ha comido una gaviota con gripe
aviar!».