|
-
Igual
que la especialidad del premiado restaurante de los platos
cuadrados son las sevillanísimas (¡por aquí!) tapas de peras
al vino tinto rellenas de foie gras, aceite de vainilla y
panetone a la grasa, en esta recuadrada taberna de papel
hemos tenido desde siempre de tapita calonges y maestrantes.
Reconozco que los tengo dejados de la mano de Dios. A los
calonges, desde que convirtieron la Santa y Metropolitana en
un museo donde hay que pagar hasta para rezarle a la Divina
Providencia o a la Virgen de la Estrella. Da la impresión de
que el Cabildo cada vez manda menos en la Catedral, quizá
por eso ya no me meto tanto con los calonges. El que parece
que verdaderamente manda allí, tela, es Su Eminencia
Reverendísima, cuyo pastoral anillo beso como un capillitón
cualquiera, pero sin tanta ojaneta de manigueta del incienso
de la naveta con tambores y cornetas.
Y también tengo muy dejados de la mano de Dios a los
maestrantes, quizá por obra de su teniente de hermano mayor,
don Alfonso Guajardo-Fajardo, un caballerazo al que le tengo
ley desde hace una generación: desde su recordado padre, un
hidalgo sevillano con las ideas más claras que el agua de
los ingleses. Pero no por admiración al teniente y por
reconocimiento a su eficaz tarea al frente del Real Cuerpo
se va a librar de la crítica el cartel de la temporada
taurina de este año. La coartada anual en forma de cartel.
Para que no los acusen de inmovilistas, reaccionarios,
carcas y sigan poniendo tópicos al uso de la progresía
(progresía que por cierto se da luego patadas en el culo
para acudir corriendo cuando el Real Cuerpo los invita), los
maestrantes se buscan cada año la coartada moderna y
progresista del cartel taurino. Para que lo pinte contratan
a un artista internacional muy conocido en su casa a la hora
de comer. Un pintor de los que en Sevilla nada más que
conocen Pepe Cobo, Juan Carlos Marset y José Ramón Sierra.
Un pintor del que todo el mundo, para que no los llamen
catetos, empieza a decir para que se oiga: «¡Un genio!». Y
por lo bajini, sin que se entere nadie: «¡Vaya mierda de
cartel ha hecho este tío!».
El cartel de este año, que ya está fijado por las esqui-nas
y en el que dice cuándo y por cuánto nos hemos de retratar
con talón conformado los sufridores abonados, ha sido
encargado este año a un pintor conocidísimo (por las que
hilan): al neoyorquino Alex Katz. ¿Qué ha pintado Katz? Pues
una superficie blanca, blanquísima. Ariel y oro. La
superficie blanca, por lo visto, es el pisoplaza. Para la
modernidad, como ustedes bien saben, el tópico amarillo
albero es completamente blanco. Y sobre este blancor, dos
manchas. Pero dos manchas entretenidísimas. Al modo de
Sudoku maestrante, pueden organizarse pasatiempos, para que
la gente adivine qué son y quieren decir esas dos cagadas de
moscas gordas. Una parece como un toro, pero no esté usted
muy seguro: a lo mejor es el tío que vende la cerveza y el
fanta en el tendido 12. La otra parece como un torero, pero
tampoco tenga la absoluta seguridad: a lo mejor es Abelardo
tratando de sacar a hombros a El Cid.
Esto es lo que yo creía. Hasta que en una esquina de
costumbre le señalé el cartel a una amiga. Me dijo:
-Es precioso el cartel de las nocturnas de este año...
-No, no es de las nocturnas, es el de la temporada...
-Ah, pues yo creía que era de las nocturnas. Porque estas
dos manchas negras ¿no son dos panarras de las que en las
nocturnas se ven revolotear junto a la Giralda? Que sí,
chiquillo, que este cartel de las panarras es sólo para las
nocturnas. El cartel de verdad tendrá un torero, un toro, la
plaza... En fin, esas cosas que toda la vida han tenido los
carteles de toros...
-No, hija, eso era antes de que los maestrantes tuvieran que
buscar estos pintores como coartada de la modernidad, para
que les dejen seguir haciendo bendita tradición en Sevilla.
Artículos de días
anteriores
Correo
Biografía de Antonio Burgos
Libros
de Antonio Burgos en la libreria Online de El Corte Inglés
|