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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El voto hipotecado

Te subes a contemplar desde una altura los alrededores de cualquier ciudad española, de cualquier pueblo, y es como el horizonte lorquiano de «La casada infiel»: «Un horizonte de perros/ladra muy lejos del río». Pero en vez de perros, de grúas. Un horizonte de grúas que le pega bocados a la belleza, dentelladas a la racionalidad, mordiscos sangrantes al tamaño dominable de pueblos y ciudades. Grúas por todas partes, haciendo perrerías de casitas adosadas; de bloques imponentes en los que queda corta la metáfora de la colmena; de urbanizaciones con fotocopia, promociones clónicas de sí mismas, que uniforman el paisaje de España de un modo atosigante. Antes te enseñaban la foto de un paisaje de casitas encaladas y sabías qué región era; o cuál la de esos caserones con muros de piedra y techos de pizarra. Ahora una casita adosada de Salamanca se parece a otra adosada de Écija como un huevo a otro huevo, como un libro sobre la sábana santa a otro libro sobre la sábana santa, como un modelito de chaqueta y pantalón de Teresa Fernández de la Vega a otro modelito de chaqueta y pantalón de Teresa Fernández de la Vega.

¿Las regalan? Seguro que las regalan. Fijo que las tienen que dar con las tapaderas del yogur, con los comprobantes de compra de los tambores de detergente, con las envueltas del chocolate. De otro modo no se explica tanta casita adosada como se está haciendo en los ejidos de cualquier pueblo. Como primera residencia, como segunda residencia o como inversión. Antes, los avaros guardaban el dinero debajo de un ladrillo. Ahora lo guardan en forma de ladrillos. El ladrillo ha ganado un prestigio inaudito. ¿Quién será el agente de relaciones públicas del ladrillo? Me gustaría conocerlo, porque tiene que ser un genio, de cómo le ha dado la vuelta al calcetín sobre lo que pensamos acerca del ladrillo. Antes un ladrillo era un libro así de gordo, insoportable. Como siga el prestigio social y económico del ladrillo, vamos a tener que cambiar los calificativos para los libros plúmbeos:

-¿Cómo la novela de Dan Brown que trata sobre Sevilla?

-Un ladrillo.

-¿Tan valiosa?

-No, tan pesada...

Hay una enladrillada España adosada, encantada de haber conocido su capacidad de endeudamiento cuando ataban con longanizas los perros de los tipos de interés. La bonanza de tiempos del PP ha traído este estirón constructivo y habitacional, cuya inercia sigue a pesar de la nula política económica del PSOE y de la penalización del ahorro. Como si hubiéramos levantado un muro (de ladrillo, naturalmente) para no enterarnos de lo que está pasando en Europa. No he visto que cuando el Banco Central Europeo anunció la subida de los tipos de interés hasta el 2,50 por ciento temblase cimiento alguno de todo ese horizonte de grúas. Nada, como si el dinero y los ladrillos que con él se compran al ya te veré, en hipotecas de duración casi vitalicia, no fuera con nosotros. Aseguran que el euríbor cerrará este año al 3,7 por ciento. Pero no importa: ¡grúas, más grúas!, ¡adosados, más adosados!, ¡hipotecas, más hipotecas!

El día que la ruda realidad pinche la que llaman burbuja inmobiliaria va a ser ella. Algunos tenemos unas ciertas esperanzas en ese pinchazo. Hasta que la situación económica no toca el bolsillo de los votantes no cambian las actitudes electorales. Más que fijarme en las encuestas electorales, me gusta mirar la evolución de los tipos de interés. El ladrillo también vota. Igual que hay un voto cautivo, hay un voto hipotecado. Cuando ya no quede campo donde hacer un adosado y las cuentas mensuales no salgan a las familias con la subida del interés de las hipotecas, veremos a ver cómo vota el ladrillo que a todos nos había hecho ilusoriamente ricos. Antes desalojará a ZP del Gobierno el euríbor que el PP.



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